19.
La
deliberación.
Al
amanecer del día siguiente Javi aparcó el coche cerca de la sede de ADICT, pero
había algo allí que le olía a chamusquina. Se bajó del coche y se dirigió a la
puerta principal, pero ésta no se movió ni un milímetro cuando tecleó la
contraseña. Cuando empezaba a pensar lo peor, la puerta se abrió y tras
ella apareció Sergio.
Su
expresión era cansada, tenía ojeras que le llegaban hasta el suelo. No había
dormido nada aquella noche.
―Hemos tenido mucho lío. Nos
han asaltado dos veces. Este sitio no es seguro, larguémonos.
―¿Dónde vamos a ir?
―Donde sea, Javi, pero aquí no
podemos quedarnos.
Natsuki
salió tras Sergio, con su mirada errante en el infinito, como si no viera a los
recién llegados.
―¿La tenéis? ―preguntó, simplemente.
Javi se
la mostró e hizo ademán de entregársela. Pero Natsuki rehusó la katana, con un
visible temor en los ojos.
―No. Quédatela. La has
encontrado tú. Utilízala contra Sekhmet.
―¿Vamos a usar las reliquias
contra Sekhmet? ―preguntó Javi, confuso.
―Perdón―intervino Sergio―, larguémonos ahora y
debatamos después lo que haya que hacer. Llevan once horas sitiándonos y se han
ido hace escasos minutos.
―Bien. Ordena que levanten el
campamento. Nos largamos…― dijo Javi, aunque no estaba
muy convencido.
―Por cierto, Mikhail está
muerto―le dijo Natsuki, saliendo del recibidor a la calle y pasando por delante
de Javi, Esther y Laura sin siquiera mirarles a la cara.
―Vaya, ha mejorado su carácter―dijo Javi, fingiéndose gratamente sorprendido―. ¿Dónde sugieres ir, Sergy?
Sergio se
dirigió a su coche. Con él fueron Rafa, Lucas y Galindo.
―No es seguro decir nada―dijo Sergio―. Seguidme.
Javi
decidió confiar en su supervisor general. Sandra se acercó al jefe de ADICT.
―Estamos metidos en algo muy
gordo, Javi. Demasiado. No sé quiénes nos han atacado, pero son buenos…
―O sea, que os han atacado y
sitiado el cuartel general ―reflexionó Javi―. Hum. Igual tienen relación
con los que nos atacaron a nosotros en París.
―¿Os atacaron?
―Sí. Nos secuestraron. Logramos
escapar por los pelos. Sigue tú a Sergy, yo cubro la retaguardia.
―Han cruzado la frontera y
además tienen la espada.
―Malditos entrometidos. Son
buenos― Claire lanzó una maldición por lo bajo. La rubia había comprobado en
primera persona el potencial que tenían aquellos chicos, pero no se iba a dar
por vencida. Ella era mejor. La organización de la cual estaba al frente era
poderosa y extendía sus tentáculos por todo el mundo.
―Habrá que contactar con
España, ¿no, Lacroix?
―Entonces haré que se
internacionalice la búsqueda― dijo Lacroix.
Claire
sonrió. Había decidido partir hacia España lo antes posible. Sus dos mejores
agentes la acompañarían. Allí se encontrarían con Vicente y Margarita.
―También me han informado de
que el asalto se ha llevado a cabo―siguió Lacroix―. Mermaron su sistema operativo y toda su seguridad está inoperativa.
Tendrán que trasladarse.
―¿Algo más? ―preguntó Claire.
―Sitiaron la sede de ADICT
durante once horas y luego se retiraron. Eso desconcertó mucho a los muchachos.
Clarie
soltó una risotada de desprecio y contestó.
―Once horas. Bien. ¿Serán tan
listos como para darse cuenta del detalle?
―Hemos sitiado durante once
horas la sede de ADICT el día tres de marzo de 2012. Es un detalle que dudo
mucho que se le escape a su jefe. La numerología de la fecha también da once.
―Normalmente siempre extendemos
nuestros tentáculos al mundo en días clave y la gente normal no se da cuenta.
Pero estos mequetrefes no son gente normal. Quizá se percaten de nuestros
detalles numerológicos.
―Eso es lo que pretendo…―dijo Claire, siniestramente, ordenando a los dos agentes que la
escoltaran hasta el aeropuerto. Se dirigieron hacia la puerta de salida y
Claire, antes de salir por ella, volvió la cabeza y miró a su compañero―. Cuento contigo, Lacroix― y volviéndose hacia delante,
su rubia melena desapareció del edificio.
No había
pasado ni un cuarto de hora desde esta escena cuando Sergio había aparcado
cerca de la Universidad. Los otros coches fueron aparcados cerca del suyo.
―Aquí aparcaremos―dijo Sergio―. Ahora, iremos a pie. Nos
dividiremos en varios grupos e iremos al punto que he señalado en estos planos― entregó varios mapas a sus compañeros―. ¿Bien?
El móvil
de Javi comenzó a sonar en ese momento. Lo miró y quedó algo desconcertado.
―¿El comisario Fuentes? ― y descolgó―. Dígame, don Alfredo.
―Voy a ser claro y conciso,
Javier. ¿Qué es esa orden internacional de búsqueda y captura contra ti, contra
Laura y contra Esther?
―¿Qué ha dicho? ―exclamó Javi, desconcertado.
―Que como no vengas ahora y me
lo expliques todo, voy a tener que ir a detenerte.
―No me fastidie, hombre…
―¿Qué habéis robado del Panteón
de París? ¿Por qué robasteis algo de una exposición en Plasencia? ¿Qué diablos
hicisteis en Roma? ¿Pero es que estáis locos? ¿Sabéis cuántas leyes habéis
transgredido?
―Pues… ¿media docena? ―preguntó Javi.
―¡A MI DESPACHO, AHORA! ―bramó el comisario. Y colgó.
Javi se
guardó el teléfono en el bolsillo de su chaqueta, de mala gana. Evidentemente
no tenía ni idea de cómo don Alfredo había podido recibir una orden
internacional de búsqueda y captura contra ellos.
―Sergio, ve saliendo. Tengo el
mapa. Llegaré bien. A todo esto… ¿Dónde está Marta? ―se volvió hacia los demás―. ¿Y dónde está Juanjo?
Javi
acababa de darse cuenta de que faltaba gente.
―Bueno… Marta está en el
hospital…
―¿En el hospital? ―exclamó Javi―. ¿Qué le ha…?
―No le ha pasado nada a ella,
tranquilo. Es Juanjo el que está herido. Está en observación. Se pondrá bien.
―Voy primero a la comisaría y
luego al hospital. Sergio, contacta con los del CNI y que envíen a un
representante. Hay que explicarles lo que está pasando.
―Vale, Javi. Ten cuidado.
Vicente
estaba al tanto de las novedades. Miraba el cielo límpido y claro por la
ventana desde su piso. Aquel cielo azul y despejado que presagiaba una calma
que no iba a tener lugar. Sabía que aquellos malditos metomentodos tenían la
katana, pero también sabía que el golpe de efecto causado por la Hermandad era
bastante importante. Raquel estaba con él, ya recuperada de la última
desventura con ellos.
―Se han ido de su cuartel
general y a saber dónde se van a meter― dijo la
sirena―. Sólo sé eso.
―Ese Mikhail era un estorbo, me
alegro de que lo hayan quitado de en medio―dijo Vicente con voz aterciopelada―. ¿Qué
crees que harán?
―Ocuparse de Sekhmet. Es el Mal
Más Antiguo. No pueden dejarla viva.
―¿Van a hacernos el trabajo
sucio?
―Eso parece.
Los ojos
de Vicente destellaron y, por primera vez en mucho tiempo, rió sinceramente.
―¡Vaya, vaya! ¡Así que sólo hay
que esperar a que los mequetrefes se carguen a mi amiguita y luego continuar
con los planes originales! Ya nadie quedará para oponerse a su destino final…
―Dudo mucho que esos idiotas
logren nada. Claire les ha echado encima a toda la policía de toda Europa.
―¿Qué? ―bramó Vicente, enfurecido―. Voy a tener que ir a hablar
con ella…
―Pero ella es… Tiene mucho
poder y maneja hilos que…
―¿Hilos? ―preguntó Vicente, acercándose a Raquel y agarrando con delicadeza su
mandíbula mientras cruzaba su mirada con la de la sirena―. ¿Mueve hilos? ¿Tiene influencia? Ay, mi querida niña… Dulce inocencia.
Claire será lo que quieras, pero sigue siendo una humana y sigue siendo vulnerable.
¿Seguirá teniendo a los de ADICT bajo esa orden policial si yo ataco donde más
le duele a ella?
―¿Insinúas que vas a ayudar a
esos idiotas? ―preguntó Raquel.
―No. Sólo voy a despejarles el
camino hasta Sekhmet. Llamé a Claire para que nos ayudara, no para que nos
entorpeciera, querida. Así que ―susurró Vicente, haciendo que
Raquel se estremeciera― procuremos dar pasos hacia
delante en la dirección correcta. No queremos caernos por un barranco, ¿verdad?
―y depositó un suave beso en los labios de la sirena―. Llama a Marga. Dile lo que pasa. Podéis esperarme en Egipto.
Vicente
salió a toda velocidad, sin preocuparle el sol, que empezaba a ascender en el
cielo a las diez de la mañana.
Sergio
abrió la puerta del sótano. Habían caminado durante un buen rato, vigilando si
alguien les seguía, pero parecía que nadie iba tras ellos, al menos
momentáneamente. El sótano estaba al lado de su casa. Era un garaje que había
habilitado para reuniones por si algún día tenían una emergencia y necesitaban
congregarase en un lugar oculto de miradas indiscretas.
Por su
parte Javi llegaba a comisaría. Los agentes le miraban, ceñudos, y uno de ellos
incluso le preguntó qué pasaba. Javi respondió con evasivas y se dirigió al
despacho del comisario. Una vez dentro, él no espero ni un segundo para
preguntarle.
―¿Pero qué narices pretendes?
―Impedir robos de objetos muy
valiosos.
―¿Robándolos tú? ―se exaltó don Alfredo, poniéndose en pie de un salto y señalando a Javi
con el dedo―. Por el amor de Dios, te
creía más sensato.
―No lo habría hecho si alguna
vez alguien hiciera caso de nuestros chivatazos.
―¡Chivatazos! ¡Te recuerdo que
trabajamos con pruebas, no con chivatazos!
―Por el momento mis métodos han
resultado efectivos, comisario.
―¡Efectivos! ¿Te recuerdo por
qué te elegí para liderar ADICT, Javier? ¿O tú solo eres capaz de acordarte?
Javi
suspiró, desganado.
―Acaba de rechazar un traslado
que se ha estado pensando muy en serio, ¿verdad?
Don
Alfredo se quedó parado y en silencio.
―¿Cómo narices sabes…?
―Su despacho está más ordenado
que otros días, por lo cual deduzco que alguien importante ha venido a verle.
Lleva el bigote bien arreglado, se ha puesto colonia (que sólo usa en ocasiones
especiales y en visitas importantes). Hay un montón de papeles ordenados en
carpetas y documentos en archivadores de casos aún sin resolver que pensaba
entregarle a su sucesor al frente de la comisaría. Y al entrar, antes de que se
quedara todo en silencio al verme aparecer he oído al inspector jefe murmurando
a su compañero “ojalá se quede”. No sabía a lo que se refería, pero al observar
todo esto…
―¿Ves, Javier? Por esto te
elegí, maldita sea―don Alfredo―. Sólo el inspector jefe y su compañero sabían lo del traslado. Sí, lo
he rechazado esta mañana a primera hora.
El
inspector jefe entró entonces al despacho.
―Con permiso. Ha llegado esta
circular desde Madrid.
Don
Alfredo cogió el papel que le tendía su hombre y lo miró. Tras leerlo, levantó
la vista y miró a Javi.
―Han levantado la orden contra
vosotros―dijo―. ¿Qué pasa aquí? ¿Se aclaran o no se aclaran?
Javi
podía deducir fácilmente que el comisario había rechazado un traslado o que el
inspector jefe había ido a cenar a un buen restaurante la noche anterior. Pero
de lo que no tenía ni idea era de cómo era posible que la orden de búsqueda y
captura hubiera sido revocada. Entonces dio una sonora palmada.
―¿Qué hora es?
El
comisario miró su reloj y respondió:
―Las once en punto.
―Increíble. Es increíble.
―¿Qué es increíble?
―Los
detalles, don Alfredo. Fíjese. Tuvieron la sede de ADICT cercada durante once
horas. La orden de búsqueda y captura ha sido revocada a las once. Esos tipos
comenzaron a perseguirnos el día tres de marzo. Tres, más tres, más las cifras
individuales de 2012 suman once.
―¿Coincidencias? ―aventuró el inspector.
―O illuminatis―respondió Javi.
―No empieces con tus idioteces―le advirtió don Alfredo.
―El poder de la numerología es
tal que todos los hechos relevantes del mundo siguen una pauta, un patrón
numérico―dijo Javi―. Estos tíos, los que nos han atacado, han aparecido de la nada
intentando borrarnos del mapa.
―¿Nos pasas las grabaciones de
seguridad para que les identifiquemos?― preguntó
el inspector.
―Me dijo Sergio que hackearon
el sistema, Roberto―respondió Javi―. No tenemos nada. Hemos salido de nuestra sede. Os dejo las llaves por
si queréis ir a echar un vistazo y ver si encontráis huellas, o pruebas de ADN,
o lo que sea.
El
inspector recogió las llaves y Javi se fue, sin más dilación.
Claire
colgaba el teléfono, de mala gana.
―Ya está―dijo, con mirada de odio.
―Así me gusta―Vicente sonrió, condescendiente―. No
quiero a la policía detrás de nadie.
―El magistrado aprueba…―empezó Claire, pero Vicente le puso con suavidad su helado dedo índice
sobre sus labios para callarla.
―Claire, Claire, Claire…―comenzó a decir, con delicadeza―. El
Magistrado me la trae al pairo. Puede que seáis poderosos y tengáis recursos,
pero no podéis conmigo. Nadie puede conmigo. Un gesto mío y tu querido
Magistrado criará malvas. Los mocosos buscan lo mismo que yo. Destruir al Mal
Más Antiguo. Creo que también coincide con vuestros planes, ¿no es así?
Claire
tembló al notar el tacto gélido de Vicente sobre su cara.
―¿Tú te crees que esto le hace
gracia a la Hermandad, Vicente? No puedes hacer lo que te dé la gana…
―Puedo hacerlo y lo estoy
haciendo desde hace cuatrocientos años. Soy más antiguo que vosotros. Serafín
tuvo mucho que ver en vuestra fundación cuando yo llegué. Los nuevos hassasins erais un mero
proyecto. Él me ofreció formar parte de ese proyecto, así que no hables de lo
que no sabes. Cuando conocí a Adam en el siglo XVIII no tardé ni medio minuto
en darme cuenta de que tenía la cabeza llena de pájaros…
―Todo ha acontecido tal y como
Adam planeó hace trescientos años, Vicente. Lo de Sekhmet es simplemente…
―Simplemente necesario para que
yo controle junto con el Magistrado lo que está pasando. Quería esas
tres reliquias para acabar con Sekhmet. Pero ahora las reliquias las tienen los
ADICT. Los que han acabado con los Vicuña y los que acabarán con la Hermandad
como no te tomes en serio sus jueguecitos…
―Si no hubieras contravenido
las órdenes de Lacroix dejando que toda la policía se les echara encima…― Claire parecía indignada, pero Vicente aún tenía sus dedos sobre su
cara y parecía disfrutar de aquella situación. Vicente acercó su rostro al de
ella hasta que se rozaron.
―No te exaltes, querida―musitó, en su oído―. Me voy a Egipto. Y tendréis
noticias mías en muy poco tiempo.
Antes de
que Claire se diera cuenta, Vicente se había largado. Claire prefería mil veces
a Serafín, con él jamás había tenido problemas. Desde que le mataron todo habían
sido complicaciones. Vicente parecía cooperar, pero le daba mala espina. Iba
demasiado por libre. Siempre lo había ido. Se dejó caer en un sillón, asqueada
por todo el asunto.
La última
deliberación de ADICT había sido breve. Habían decidido que un Mal Más Antiguo
no podía campar a sus anchas por el mundo, haciendo y deshaciendo a su
conveniencia, utilizando para ello a sus esbirros. Sergio había pedido a
Natsuki que se pusiera en contacto con el medjay Dominic Sutermeister y con el
templario Jean Jacques Dumoitiers para que les sugirieran. Dumoitiers no tardó
en ir, fiel a su costumbre de aparecer en un lugar cuando éste requería de su
presencia.
―Así que mi viejo amigo ha
hecho de las suyas―dijo, nada más entrar en el
garaje donde se reunían―. Tranquilos. Nadie me ha
seguido, lo he comprobado.
―Lleva mucho haciendo de las
suyas―terció Natsuki―. Me alegra ver que te va
bien, Jacques.
―Siento tu pérdida, Natsuki― Dumoitiers hizo una leve reverencia para saludar a la samurái―. Dominic no puede acompañarnos, pero estoy seguro de que acudiría a
esta pequeña reunión de buen grado si sus compromisos se lo permitieran. Ahora
bien, ¿pretendéis destruir al Mal Más Antiguo, en serio?
Sergio
miró a Javi, que le miró a él de vuelta, y luego los dos miraron a Dumoitiers y
quedaron en silencio.
―Estamos hablando de la fuerza
más antigua del mundo. Y un poder como el del Vampiro Cero no se erradica sin
más. Sekhmet controla todo lo que ocurre en el mundo entero desde su escondite.
Jamás se deja ver, usa a sus títeres. Siempre ha habido quien se ha opuesto a
ella, por supuesto. Todos los que buscaban las reliquias se oponen a su
tiranía. Estábamos esperando el momento adecuado a lo largo de los tiempos.
―¿Qué? ―preguntó Javi, sin entender nada.
―Esperábamos a alguien que se
rebelara. Alguien que buscara las reliquias y fuera contra el Mal Más Antiguo.
Alguien que le plantara cara no para ocupar su lugar, sino para erradicarlo del
mundo―dijo Dumoitiers―. Existe una organización con
la que los Vicuña han estado colaborando y contra la que los samuráis de
Natsuki, los medjay de Sutermeister y mis templarios hemos estado luchando
permanentemente: los illuminati.
―Acabáramos…―Javi se llevó la mano a la cara.
―La Hermandad de los illuminati
quiere erradicar a Sekhmet y poner allí a alguien que sirva a sus intereses. A
Vicente Vicuña. Él siempre quiso ocupar el lugar de Sekhmet. Él debe ser
destruido. Contra la Hermandad, lamentablemente, no podemos hacer nada. Es
demasiado poderosa. Cuenta con tecnología con la que nadie puede soñar. Serafín
estaba dentro de la Hermandad y movía sus hilos como quería, con el beneplácito
de su líder, un misterioso magistrado que nadie conoce. Mis hombres han
investigado mucho a lo largo de los siglos y hemos averiguado cosas. Hemos
protegido convenientemente el Lignum Crucis con un sistema tan infalible que
nadie jamás ha podido llegar más allá del ángel oscuro ni ha logrado nunca la
espada templaria que abría la caja. Supongo que mi joven amiga también sabe
algo sobre la katana de Amaterasu…
―No mucho ―intervino Natsuki―. Mi antepasado murió
llevándose los secretos a la tumba. Sólo sé algunas cosas y que al elegido por
la diosa le será devuelto su poder legítimo cuando empuñe la katana sagrada.
―Dejémonos de perder el tiempo
y vamos a lo importante. ¿Dónde está Sekhmet? ―preguntó Javi, sin esperar una respuesta, ya que se había vuelto a un
plano que había colgado en la pared―. Natalia
fue siguiendo a los licántropos hace poco. Mucho me temo que sabe aproximarse
al lugar…
Natalia
se acercó y señaló en el plano un punto.
―Me quedé por ahí―dijo, moviendo el dedo sobre el mapa de Egipto―. Pero el hedor que desprenden esos perros es fácilmente rastreable.
―Pues Silvia y tú vais a tener
trabajo―dijo Javi.
―Todo lo que sea matar chuchos
será bien recibido―intervino Silvia.
―¡No quiero que matéis chuchos,
maldita sea! ―exclamó Javi, haciendo un
gesto de desagrado.
―¿No? Pensaba que querías ver
muertos a esos tipos. ¿No quería ver muertos a los licántropos, Sergio?
―Hombre, técnicamente sí―respondió éste.
―¿Ves? Matamos a los lobitos y
una preocupación menos. No me digas que no te mola el plan.
―¡Que les rastrees hasta
Sekhmet y te calles, y menos matar! ―bramó
Javi, levantando teatralmente los brazos.
―Vale, hijo, vale… ―refunfuñó Silvia.
―¿No deberíamos buscar a
Vicente y quitarlo del mapa antes de que sea tarde? ―preguntó Sandra.
―¿A Vicente? ¿Ahora te preocupa
Vicente? ―inquirió Javi.
―Pues sí, Vicente es la
principal preocupación, siempre está en medio y seguro que tiene un as en la
manga.
―El único as en la manga que
tiene ahora mismo ese atontado es enviarnos a la sirena y a los neófitos de
pacotilla para quitarnos las reliquias. Seguro―dijo Rafa.
La
discusión se prolongó algún tiempo más, pero las elucubraciones que se hicieron
sobre cuál iba a ser el próximo paso de Vicente no se acercaron siquiera un
milímetro a la realidad. Natalia y Silvia decidieron ponerse en marcha lo antes
posible. Kathya decidió acompañar a las hermanas.
Por su
parte, Nicolás y Valentín estaban de vuelta en casa de Vicente. Margarita y
Raquel estaba allí, expectantes. Vicente sólo les había dicho una cosa.
―Esperad aquí. Voy a ocuparme
de un asunto.
Acto
seguido, había desaparecido. Margarita no tenía ni idea de dónde había podido
ir Vicente, pero se hacía una idea. Seguro que tiene que ver con Claire, pensaba.
Y en cierto modo, se acercaba. Pero no era el único lugar al que el sanguinario
vampiro había ido.
20.
Sehkmet.
Natalia,
Silvia y Kathya habían esperado a que el sol empezara a ponerse para salir, a
toda velocidad, hacia Egipto. Por su parte, Javi empezaba a organizar una
expedición para ir tras ellas en cuanto les llegaran sus noticias. No sin antes
pasar por el hospital para comprobar cómo estaba Juanjo.
Cuando,
tras cerciorarse completamente de que estaba bien y que el médico le dijera que
al día siguiente le daban el alta, salió de la habitación y vio que Marta
estaba sentada en la sala de espera.
―¿Te duele algo? ―Javi se acercó y se sentó a su lado.
―¿Qué? Ah, hola―Marta le sonrió―. Había ido a sacarme un café.
¿Quieres algo?
―Me vendría bien otro―respondió Javi. Marta le dio una moneda y Javi fue a la máquina a
sacarse un café bien cargado. Cuando volvió, se quedaron de pie en una esquina,
donde no estorbaran el paso de nadie.
―Me temo que estos días tan
largos no se han acabado. Hemos vuelto hace poco de París con esa maldita
katana y ahora tenemos las tres reliquias ancestrales en nuestro poder y parece
que este asunto se acerca a su fin.
―Bueno, eso está bien―dijo Marta, bebiendo un sorbo―. He
decidido quedarme aquí, para vigilar a Juanjo. Que no esté solo y esas cosas.
Las cosas están un poco peligrosas…
―Si sólo fuera un poco―dijo Javi, irónico, removiendo el café.
Hubo unos
momentos de silencio. Javi parecía estar meditando si decir o no decir algo.
Marta lo notó. Le conocía de hace años. Sabía cuándo le pasaba algo.
―Suéltalo―le dijo.
―¿Qué?
―Que lo sueltes. Venga, no
tengo todo el día.
Javi rió
entre dientes.
―Me estaba preguntando una
cosa. ¿Por qué volviste de Finlandia? Era una beca Erasmus.
―¿De verdad no lo sabes? ―preguntó Marta, volviendo una mirada taciturna hacia Javi.
―No fue solamente para
ayudarnos en esta locura―intentó adivinar Javi, dejando
de remover el café y pegando un sorbo al vaso―. ¿Por qué tendrá que ser todo tan difícil…?
―Me pasé seis meses allí, pero…― a Marta le costaba sacar las palabras de su boca. Aun así trató de
decir lo que intentaba decir―. Pensaba que iba a tener una
oportunidad cuando Laura y tú…
―Cuando cortamos―acabó Javi.
Marta
asintió. Javi respiró hondo.
―Muchas veces he pensado en
irme al Tíbet, alejarme de todo esto y quedarme allí solo dedicado a la vida
contemplativa. La mitad de las veces es por culpa de Rafa y las gansadas de su
tropa, pero… la otra mitad es por esta situación. Laura es amiga tuya, cuando
nos vimos la primera vez fue un flechazo y…
Marta
tenía los ojos vidriosos, recordando cuando se enteró. Laura había ido a su
casa, a contarle que un chico del entonces CDM la había invitado a salir.
Formalmente. Ella no tenía ni idea de que a Marta le gustaba Javi. Y
posiblemente al revés también. Marta sólo le había contado que había un chico
que le gustaba, y que era del CDM. Pero nunca le había dicho quién era. Al
enterarse de que Laura y Javi estaban saliendo, Marta estalló en un mar de
lágrimas. Le dijo a su mejor amiga que saliera de su casa y que necesitaba
estar sola. Las cosas entre Javi y Laura fueron a mejor. Marta no podía
soportar aquella situación. Necesitaba alejarse. Así que solicitó una beca
Erasmus para largarse cuanto más lejos, mejor. Para vivir la vida. Olvidarse de
su mejor amiga y de Javi. Pero no pudo olvidarse de ninguno. Mantenía el
contacto por los dos. Y de vez en cuando Javi y ella se pasaban horas
chateando. Un día Javi y Laura le contaron lo mismo: que habían decidido darse
un tiempo. Marta tardó unas semanas en arreglar el papeleo con la Universidad
para regresar y hacer el segundo cuatrimestre del curso en Cartagena. Tenía aún
esperanzas. Volvió y se metió de lleno en el caso de los Vicuña. Pero al verano
siguiente Laura y Javi retomaron su relación. Marta quedó tan dolida que
cometió un disparate y atacó a sus propios compañeros. En ocasiones, Javi y
Laura hablaban del tema. Se sentían mal por ella.
―Los flechazos no pueden
evitarse―dijo Marta―. Es sólo culpa mía, yo le dije a Laura que viniera a apuntarse en tu
club…
―Voy a decirte una cosa―dijo Javi, acabando su vaso de café―. Cuando Laura y yo lo dejamos, me pensé muy en serio lo de pedirte
salir. Pero no lo hice. Aún no sé por qué. Supongo que no quería hacerte más
daño― Marta fue a hablar, pero Javi no la dejó―. Espera. Mira, mi problema era muy gordo. A ti te conocía desde hace
mucho más tiempo. A Laura la conocía poco, pero surgió el flechazo. Cuando
cortamos, yo estaba hecho un lío. Os quería a las dos. Y creo que lo sigo
haciendo…
―¿Por qué Laura? Sólo quiero
que me lo digas. ¿Por qué ella y no yo?
Javi
quedó en silencio. Fue el minuto más largo de sus vidas.
―No lo sé―dijo, al fin―. Quizá porque a ti te conocía
ya tanto tiempo que tenía miedo de que nuestra amistad se fastidiara. Hay
puertas que, una vez las pasas, no pueden abrirse desde dentro. No puedes
volver a salir y no quería que pasara eso.
Volvieron
a quedarse en silencio.
―Supongo que tienes razón―dijo Marta, tras unos segundos―. Debería
pasar página, superar esto, pero es que no puedo.
―Sí puedes. Es difícil. Yo lo
sé. No quiero tener que vivir todos los días preguntándome si he tomado o no la
decisión correcta con Laura. Laura te quiere. Y yo también te quiero. A lo
mejor hoy no te quiero como a ti te gustaría, aunque una vez sí que lo hiciera.
A lo mejor fui imbécil por no pedirte salir. Pero no dudes de una cosa: tanto
Laura como yo queremos que seas feliz. Olvídate de mí. Hazlo por ti. Deja de
torturarte. Me tienes como amigo para cualquier cosa.
Marta no
pudo contener un par de lagrimillas.
―No es justo―dijo, con la voz entrecortada.
Javi no
supo qué más decir. Se sentía muy mal por ella. Simplemente se acercó y la
abrazó, sin decir nada más. Cuando se separaron, se quedaron mirando fijamente
durante unos segundos, sin saber qué decirse.
―Bueno. Laura no tiene por qué
enterarse de esto, ¿no? ―y echándole el valor que no
había tenido tiempo atrás, Marta depositó un suave beso en sus labios. Javi
quedó sorprendido, pero le correspondió y la besó también. Volvió a abrazarla y
le susurró al oído:
―Siento mucho haberte hecho
pasar por todo esto. De verdad.
Marta no
dijo nada. Las lágrimas no la dejaban hablar. Solamente le abrazó más fuerte.
Vicente
entró en la galería de túneles, siguiendo el rastro de los licántropos. Había
una total y absoluta oscuridad, rota de vez en cuando por la llama de una
antorcha dorada en la pared. A esas alturas de intrusión ya sabía perfectamente
que habrían detectado su presencia. Lo que fue confirmado cuando oyó una grave
voz hablándole.
―Detente, intruso, y dinos
quién eres.
Vicente
fue muy escueto.
―Llévame ante tu líder.
―¿Por qué habría de hacerlo?
―Porque un peligro mortal la
acecha. Así que llévame ante ella.
El
licántropo se dejó ver. Estaba en su forma humana. Vestía una camiseta blanca
de manga corta. En su enorme bíceps llevaba tatuado el Ojo de Horus.
―Eres un vampiro―dijo.
―Tu líder también lo es. Es la
Señora de Todos los Vampiros. La Vampiro Cero. El Mal Más Antiguo, más que tú,
más que yo, más que nadie sobre la faz de la Tierra. Soy Vicente Vicuña.
―Te hemos estado persiguiendo
cuatrocientos años―repuso el lobo―. ¿Por qué voy a hacerte caso ahora?
―Mi querido lobo, no tengo
tiempo ni ganas de payasadas, así que o me llevas hasta tu jefa o me abro paso
yo mismo. Sabes de lo que soy capaz. Tú eliges.
El
licántropo accedió a regañadientes y condujo a Vicente por los oscuros pasillos
hasta la gran cámara subterránea donde se hallaba Sekhmet. Vicente la miró a
los ojos. Aparentaba unos treinta años. Tenía el pelo muy largo, casi por la
cadera, moreno, liso. Su mirada era fría y cuando la giró hacia Vicente, le
transmitió el miedo incluso a él. Su piel, más pálida aún que la de Vicente,
resaltaba y destellaba a la luz de las antorchas de la estancia. La nariz
aguileña recordaba a la de Cleopatra. Las manos eran pequeñas y delicadas, pero
contenían una gran fuerza en su interior, una fuerza capaz de partir a Vicente
por la mitad si éste se atrevía siquiera a pestañear o a respirar. La sola
presencia de la Vampiro Cero sirvió para que Vicente no se atreviera a dar un
solo paso más hacia delante.
―Dime a qué debo el honor de tu
visita, Vicuña.
―Mi señora…―Vicente clavó la rodilla en el suelo. Todos los planes que había estado
urdiendo durante casi quinientos años le parecían una estupidez. Con sólo
mirarle, Sekhmet tenía prácticamente bajo su influencia a cualquier vampiro―. He venido a avisaros, mi señora.
―¿Avisarme? ¿De qué?
―Las reliquias han sido
robadas. Estáis en peligro.
―Estoy al tanto de que tú,
alimaña, has intentado robar las reliquias durante cuatro siglos.
―No yo, por cierto―dijo Vicente, sin atreverse a levantar la mirada―. Humanos.
El
licántropo gruñó.
―Esos mamarrachos a los que
hemos atacado dos veces. Su jefe dio una paliza a uno de los nuestros y liberó
a Dumoitiers cuando después de perseguirle eternamente le echamos el guante.
―Silencio, Lowell― Sehkmet levantó la mano y el licántropo se calló―. Y has decidido ahora, Vicuña, que puedes presentarte ante mí con esa
información, pensando que a lo mejor me apiadaba de ti y de tus vanos intentos
por eliminarme.
Vicente
no respondió. Simplemente continuó mirando al infinito, sin mirar a Sehkmet a
los ojos. Hasta que ella bramó:
―¡Mírame, Vicente, maldita sea!
Vicente
hizo lo que le pedía al momento. Sus miradas se cruzaron, fugazmente.
―Veo el miedo en tus ojos, pero
también veo tu sinceridad al querer avisarme. Has cambiado de idea
repentinamente. Después de tantos siglos. ¿Por qué?
―La Hermandad. Quieren hacerse
con vuestro trono, mi señora. Y con vuestro ejército.
―¡Son humanos, imbécil! ―bramó Sehkmet.
―Pero tienen poder. Recursos.
Son gente influyente. Están en las altas esferas. Cuando Serafín me dijo que me
uniera a los Vicuña me ofreció un pacto con ellos. Él pertenecía a la
Hermandad. Él se unió a mi causa. La Hermandad entera se unió. Cuando esto
ocurrió mis planes se vieron frustrados. Me vi sentado en vuestro trono, mi
señora. Pero a su servicio y no al mío propio y al vuestro, como quise desde siempre. Por
eso traté de utilizarlos. Durante todo este tiempo he fingido ofrecerles ayuda
mientras iba a mi propia conveniencia. Durante todos estos siglos he estado de
allí para acá, dando tumbos, pidiéndoles ayuda y prometiéndoles que cuando vos
cayerais yo dominaría vuestro trono y me pondría a su servicio. El Magistrado;
su segunda, Claire; todos me creyeron. Pero algo salió mal. Hace unos años unos
humanos se entrometieron. Y ellos tienen las reliquias. Y vienen a mataros. Si
lo hacen…
―No van a matarme, Vicente―dijo ella―. Tú les harás entrar en
razón. Les dirás quién es el verdadero enemigo. Le dirás que sin mí en esta
pirámide el Nuevo Orden Mundial es inminente y que nadie podrá evitarlo. Si no
fuera por mi ejército esos indeseables habrían llevado a cabo cientos de
atrocidades peores que las que han logrado cometer. Sé del potencial de los hassasins
que controlan los illuminati, Vicente. Y sé que este es el momento.Estoy demasiado cómoda aquí dentro como para permitir que nadie me eche. No pienso perder esta posición.
Sekhmet
llevó su mano a la barbilla de Vicente y la empujó hacia arriba para que el
vampiro se incorporase.
―Lowell,
tráeme a nuestras invitadas―dijo
Sekhmet, sin dejar de mirar a Vicente y como si el asunto no fuese con ella―. Hay tres vampiresas en el
ala oeste de la pirámide.
―Sí, mi
señora―Lowell
hizo una leve inclinación y salió de la sala. En cuanto lo hizo, Sekhmet atrajo
hacia sí a Vicente y posó sus labios sobre los suyos, devorándole con un ardiente
beso que habría hecho perder el aliento al vampiro si tuviera que respirar.
Vicente la correspondió, atrayéndola hacia sí, rozando sus labios y su cuello
con sus colmillos.
―Acepta de
una vez mi proposición. No puedes huir más. No quieres matarme. Nunca has
querido matarme. Me mentiste a propósito. Ahora lo veo en tus ojos―susurró
Sekhmet en sus labios.
―No…
nunca, nunca jamás―confesó
Vicente, relajando la expresión de su cara.
―¡Nunca
has querido matarme! ―rió
Sekhmet―. Vaya, esto sí que no me lo
esperaba. ¡Estás diciendo la verdad! ¿Aún después de cuatrocientos años
engañando a todo el mundo, Vicente? ¿Me estás diciendo eso?
―Cuatrocientos años y la
eternidad entera.
Lowell
entraba de nuevo en la sala. Junto con media docena de licántropos más, traía a
rastras a Silvia, Natalia y Kathya. Éstas habían tratado de entrar
sigilosamente en los dominios de Sehkmet, pero la primera vampiresa del mundo
tenía un instinto y unos sentidos tan altamente desarrollados que percibía
hasta el caminar de una hormiga en la otra punta de la pirámida si prestaba la
suficiente atención.
―¡Vaya! ―exclamó Vicente,
desenfadadamente―. Silvia,
he de reconocer que eres la última persona a la que esperaba ver aquí. Y tu
hermana. Y… vaya. ¡Kathya! Cuánto tiempo. ¿Venís a uniros de nuevo a mí? Os
puedo dar esa oportunidad.
―Que te
zurzan―replicó
Silvia, intentando soltarse, sin éxito, de las garras de su captor.
―Respuesta
incorrecta―dijo
Sekhmet, adelantándose hacia ellas con gráciles pasos―. ¿Qué hacéis aquí?
―Mi
señora, soltadnos, os lo ruego―sonó la voz
de Kathya, débilmente.
―Los
Voronkov siempre fueron una familia leal―dijo
Sekhmet, caminando hacia Kathya y deteniéndose ante ella―. Tú lo sabes, Kathya. Pero
vuestro líder os condujo al desastre. Karel y Yekaterina merecen todo lo malo
que les pudiera pasar. Y Konstantin… fracasó ante un vulgar humano. A pesar de
ser una rata asquerosa, Serafín Vicuña actuó como debía matándolos. Tú también
actuaste siempre como debías. Trataste de detener a Vicente ayudando a esos
humanos, si no me equivoco.
―Sí, mi señora…
―Por esa
razón te perdonaré la vida. Y también a vosotras dos. Natalia y Silvia Guirao.
Soltadlas― ordenó a
los licántropos. Éstos ejecutaron la orden de inmediato. Silvia lanzó un
gruñido.
―¿Por qué
narices usas licántropos para tu guardia personal? ―le espetó a Sekhmet. La
semidiosa vampiro esbozó una sonrisa de complicidad.
―¿Te
atreves a dirigirte a mí en ese tono? ―preguntó,
casi con indiferencia―. Voy a
tener que enseñarte modales, joven.
―¿Modales?
A mí nadie me enseña mo… ―empezó
Silvia, pero antes de que se diera cuenta estaba volando contra la pared más
cercana y se estampó de espaldas contra ella. La pared era tan resistente que
recibió el impacto de Silvia como si nada hubiera chocado contra ella. Silvia
cayó al suelo de cara, dolorida.
―¿Vas a
tratar a tu señora con el debido respeto, Silvia? ―se burló Vicente―. Nunca pudiste nada contra
mí. Y pretendes domesticar a una reina. Al Mal Más Antiguo. Eres una estúpida.
―Cuando
vengan los chicos con las reliquias se acabará todo esto― dijo Silvia, escupiendo
sangre.
―Esto va a
acabarse ahora mismo porque no van a venir― le
espetó Sekhmet, en un tono tranquilo pero amenazante―. Cuéntame qué pretenden tus
amigos.
―Vendrán
con las reliquias ―dijo
Silvia, casi obligada por el tono de voz de Sekhmet―. Dudan de si utilizarlas o
no. La deliberación fue positiva. Algunos no quieren mataros porque cumpliría
la voluntad de Vicente.
―Ya veo―dijo Sekhmet. Y se dirigió a
Lowell―. No
quiero fallos. Envía a todos contra ellos. Rastreadlos. Traedlos ante mí. Con vida.
Los quiero indemnes. Quiero a sus líderes aquí con mi tesoro. Asegúrate de que
Gómez lo sepa todo. Y cuando digo todo, es todo.
―Así se
hará, mi señora― Lowell
hizo su acostumbrada reverencia y salió de la estancia.
―Por
cierto―dijo
Vicente―. Si me lo
permitís, mi señora, voy a enviar un mensaje a Marga y a los otros dos
inútiles. Estoy seguro de que les va a encantar estar aquí.
―Hazlo. Al
final vas a hacer lo que quieras, igual que siempre…―le espetó Sekhmet, desganada.
Silvia y
su hermana se intercambiaron una mirada cómplice. Los chicos estaban en un
problema muy gordo. En poco tiempo una manada de licántropos se les echaría
encima.
Javi iba
a abandonar el hospital cuando recibió un mensaje de Sergio. Le enviaba un mapa
de la zona señalada por Natalia a escala y un plano más concreto en el
que indicaba el lugar exacto donde sospechaba que podía estar el Mal Más
Antiguo. En la cara este de la pirámide de Kéops se alzaban las tres pirámides
de las reinas. La lección de Esther justo antes de buscar el disco solar era
correcta. Natalia y Silvia habían ido en aquella dirección.
―Me ha llamado antes. Justo de entrar a la pirámide de Kéops― leyó Javi en su teléfono―. Le dije que me mantuviera al
tanto, pero hace un buen rato que no sé nada de ella. Empiezo a preocuparme.
Deberíamos ir cuanto antes.
El
mensaje de Sergio adjuntaba también una fotografía de la inmensa pirámide.
Javi se
volvió hacia Marta antes de irse.
―Vamos a ir a Egipto a
interrogar a ese Mal Más Antiguo. ¿Vienes?
―Creo que alguien debería
quedarse con Juanjo cuando le den el alta―respondió
Marta―. Id vosotros.
Javi se
dirigió a la puerta.
No había
hecho más que salir del hospital cuando se encontró cara a cara con Lowell.
―Gómez. Te vienes conmigo―le dijo, plantándose frente a él.
―¿Te conozco? ―preguntó Javi, torciendo el gesto.
―Me conocerás. Vengo de Egipto.
Mi señora requiere tu presencia. Debes muchas explicaciones por tus actos.
Javi
escrutó atentamente al tipo aquel. Fuerte y musculoso. Pelo corto y rubio. Piel
morena. Ojos claros. Iba sudando.
―Sí. Vienes desde Egipto. Has
atravesado un desierto―señaló Javi―. Tienes arena en los pies, vas sudado, sin embargo no estás cansado.
Eres uno de sus licántropos, ¿verdad?
Lowell
asintió.
―No hace falta que me lleves a
la fuerza (cosa que tampoco iba a permitir), porque pensábamos coger un avión
por la mañana.
―Te vienes conmigo ahora.
―Amigo, necesitas descansar,
por muy lobo que seas. Hasta los más fuertes se cansan o tienen puntos débiles.
Dile a tus chicos que salgan de donde sea que estén escondidos.
―Mis chicos han ido a por los
tuyos―repuso Lowell―. Pero puedo darles la orden
de inmediato, ya que estás dispuesto a colaborar.
―¿Sabes? Creo que durante todo
este tiempo que nos habéis perseguido ha habido un malentendido muy grave― dijo Javi―. Tres sociedades secretas
guardan unas reliquias para evitar que un vampiro sanguinario mate a la
vampiresa más antigua del mundo y el vampiro sanguinario las busca, incansable,
durante cuatrocientos años. Años en los que vosotros perseguís a los guardianes
y… a los Vicuña. ¿Por qué perseguir a los Vicuña? Los Vicuña no tenían nada
de nada que pudiera interesaros.
Lowell le
miró atentamente. El joven detective estaba comenzando a atar los cabos y
empezaba a entender muchas cosas.
―Nos perseguisteis cuando
cogimos el Lignum Crucis. Perseguisteis a Natsuki, a Dominic, a Dumoitiers. Nos
dijisteis que teníais el deber de perseguir y ajusticiar a los que tenían esas
reliquias en su poder. Lo habéis estado haciendo, implacablemente, durante los
siglos que dura este pequeño conflicto. Pero también habéis perseguido a los
vampiros. A los Vicuña. ¿Por qué?
―Son vampiros. Nosotros
licántropos. Somos enemigos naturales.
―Y un cuerno, Sehkemt es una
vampiresa. Necesitarás algo mejor―le atizó Javi―. Dime. ¿No hay nadie más que quiera eliminaros?
Lowell
tragó saliva y lentamente asintió.
―Antes eran otros. Ahora es la
mujer rubia. Claire. Son los hassasins. Van tras el mismo tesoro que Vicente.
―Ahora empezamos a entendernos.
Claire. Los Vicuña se aliaron con esos hassasins, ¿verdad? ―Lowell asintió con la cabeza―. Y por
todo lo que sé, los intereses de los hassasins coincidían con los de Vicente
Vicuña.
―Te equivocas en esta parte,
Gómez―dijo Lowell―. Todo lo que has dicho es
cierto. Pero Vicente Vicuña sólo estaba fingiendo. Él nunca ha querido las
reliquias para matar a Sehkmet. Las ha querido para protegerla.
21.
A través
de los tiempos.
Javi casi se cayó un porrazo
contra el suelo después de escuchar aquello. ¿Qué era aquello de que Vicente
pretendía…? No podía ser. Que Vicente pretendiera salvar al Mal Más Antiguo
había caído sobre él como un terremoto de grado nueve. Había destrozado todas
las elucubraciones que tenía en mente acerca del asunto.
Lowell le sacó de dudas.
―La siguiente conversación es confidencial y debéis olvidar el asunto
cuando todo esto termine. Vicente ha hecho creer a todo el mundo, sin excepción
alguna, que él quería las reliquias para usurpar el trono de Sehkmet. Un cebo
que hemos mordido todos, tanto mortales como inmortales. Mi señora nos ha
contado una historia que ocurrió hace más de cuatro siglos.
―¡No tiene sentido! ―le interrumpió Javi―. ¿Para qué tanto ejército? ¿Para qué tanto virus, si no era para crear
neófitos exponencialmente y matar a un vampiro ancestral?
―¿Te crees de verdad que a Vicente Vicuña le hace falta un ejército para
acabar con un solo vampiro, por muy diosa, señora y reina que sea? Habría
urdido otro plan para acabar con ella si de verdad lo pretendiera. Tenía los
medios a su alcance. Todo un ejército de hassasins y una organización con
poderosos recursos. Sus planes no iban encaminados a matar a Sehkmet, sino a
acabar con los hassasins de la Hermandad, que a su vez pretendían conseguir las
reliquias para matar a Sehkmet. Por ello Vicente hace cuatrocientos años trató
de convencer a todo el mundo de que quería el tesoro. Utilizar el tesoro para
matar a Sehkmet. Traicionó a sus amigos por ello. Engañó a Serafín Vicuña, el
más poderoso vampiro de Europa. Hace poco utilizó a los hassasins para que la
Hermandad elaborase un virus vampirizador; también hace algún tiempo movió los
hilos magistralmente para captar peones y transformarlos por todo el continente
europeo. Los hassasins no se enteraban absolutamente de nada de lo que
pretendía, porque Vicente mantenía su tapadera. Era un vampiro. Como tal,
mordía a la gente.
―Vicente quiere salvar a Sehkmet…―Javi se
quedó helado. Aún estaba impactado.
―Vicente ama a Sehkmet, Gómez―le soltó
Lowell, como si fuera una losa de mármol sobre su cabeza―. Todos los pasos que ha dado han estado encaminados a ese fin último.
El Vampiro Cero es considerado el Mal Más Antiguo. Siempre se ha referido a
Sehkmet como el Mal Más Antiguo. Todo el mundo, sin excepción, incluso ella,
pensaba que quería matarla. Sehkemt pensaba que Vicente quería matarla y ella
quería acabar con todos porque él rechazó su proposición de reinar juntos sobre
todos los vampiros del mundo para toda la eternidad. Se decidió a encontrar las
reliquias ella sola, con nuestra ayuda. En aquel tiempo, tras el rechazo de
Vicente, nos dio órdenes para buscar y matar a cualquiera que poseyera una de
las reliquias. Pero los guardianes eran inteligentes. Dumoitiers se transformó
en vampiro y reclutó una poderosa guardia. Los medjay jamás supieron dónde
estaba el disco solar y los samurái tampoco conocían la ubicación de la katana
de la diosa Amaterasu. Escondieron varias veces sus tesoros. Nosotros íbamos
tras ellos, pero Vicente se nos adelantaba. Mataba a quien fuera necesario con
tal de encontrarlos. Jamás nos dijo una palabra.
―Qué frialdad―murmuró Javi, impresionado―. Qué temple. Qué paciencia. Sin importarle lo que pensara nadie… ¿No le
dijo nada de eso a Sehkemt para ganarse la confianza de Serafín Vicuña?
―Así es. Vicente está con Sehkmet ahora. Siente un profundo odio por
vosotros. Habéis tirado por tierra todos sus planes desde que os cruzasteis en
su camino. Quiere veros muertos, seguramente os intente matar. Le da lo mismo
quién tenga que caer con tal de que él logre su objetivo.
Javi se apoyó en una pared,
llevándose las manos a la cara.
―Partimos con ventaja, Gómez. Vosotros tenéis las reliquias. Decidme si
estáis con nosotros o con esos malditos asesinos illuminati.
Javi miró a Lowell como si
estuviera viviendo un mal sueño. Un sudor frío le cayó por la frente. Aquello
le parecía tan irreal que no podía ser cierto. Vicente había engañado a los
Vicuña, a la Hermandad de hassasins, incluso a la ADICT. No quería un ejército
para matar a Sehkmet. Aunque…
―¿Cómo me vas a asegurar que todo lo que dices es cierto?
―La palabra de un licántropo es sagrada―dijo Lowell.
―Dice la verdad― Esther se había acercado de
improviso y ahora caminaba hacia ellos―. La
palabra de un hombre lobo lo es todo. ¿Tenemos órdenes, mi querido jefe?
Javi dudó un segundo.
―Tú―se dirigió al lobo―. Asegúrate de que todos mis compañeros sepan lo que me acabas de
contar.
Javi pensó en Natsuki. ¿Cómo
se tomaría aquello? Su hermana había muerto a manos de Vicente el verano
anterior. Pero llegado aquel punto, le daba igual todo.
―Esther. Acompañamos al licántropo a Egipto. Que Sergio y Laura vengan.
Lowell sonrió, satisfecho.
Año 1628
Vincent Gaudin deambulaba por
las solitarias calles de un pequeño pueblecito egicpio. Pensaba en su viejo
amigo Jean Jacques, en el secreto que custodiaban. Se había tomado unas semanas
de vacaciones. O eso decía él. Que quería olvidarse del asunto. Pero entonces,
la vio. En mitad de la noche. Tan joven, tan alta y tan bella que no pudo
resistirse a acercársele. Ella le miró. Vestía como una reina egipcia de los
tiempos antiguos. Se dio cuenta de que sólo era un humano. Cuando miraba a un
humano sólo pensaba en cómo sabría su sangre, pero con él no le ocurrió. En él
vio algo que no había visto nunca antes. Vincent se acercó y le habló. Nunca
supo cómo había pasado aquello. Pero la flecha de Cupido había impactado en su
pecho. Ella le dijo lo que era. Fue un impulso. Nunca jamás había dicho a nadie
lo que era. Durante los días siguientes mantuvieron el contacto. Vincent le
mencionó el tema del relicario. No supo cómo. Se sintió impulsado a contárselo.
Él le contó que tenía un amigo que lo guardaba, pero que era legítimamente
suyo. Le pidió consejo. Le pidió que le dijera cómo actuar. Ella le pidió que
lo cogiera y lo protegiera. Que no permitiera que nadie se hiciera con él,
pasara lo que pasase. Vincent le prometió que así lo haría. No supo por qué.
Sólo tuvo un pálpito acerca de aquella misteriosa mujer.
Unas pocas semanas después
Dumoitiers encontró el relicario con el Lignum Crucis. Vincent le pidió
quedárselo, puesto que él mismo descendía del último gran maestre templario y
le pertenecía. Pero Dumoitiers se negó. Fundó una orden de templarios, escondió
el relicario y Vincent quedó sumido en la desesperación. Al poco tiempo Serafín
Vicuña apareció. Le prometió la inmortalidad a cambio de su lealtad. Serafín
quería que Vincent cogiera el relicario y, además, las otras reliquias. Sólo a
cambio de serle leal, Vincent podría obtener lo que quisiera. Así que Vincent
Gaudin vio una oportunidad de oro para poder coger el relicario. Y fue
transformado. Vincent Gaudin se convirtió en Vicente Vicuña.
La noche en la que Vicente
Vicuña fue a ver a Jean Jacques Dumoitiers para sonsacarle dónde estaba el
tesoro, la misma noche en la que le transformó, recibió la llamada de los
licántropos. De mala gana dejó a Dumoitiers herido en ambos brazos y acudió a
la llamada de aquellos sujetos. Los licántropos le explicaron que venían de
parte de alguien que conocía. Fue cuando la vio de nuevo. Vicente no se había
olvidado de ella. Y ahora ella estaba allí, delante de él, caminando lentamente
hacia él.
Ella se dio cuenta del cambio.
Había ido a verle porque se había enterado de que ya no era humano.
―He venido para advertirte―le dijo―. Y para hacerte una propuesta que deberás pensar con detenimiento.
Vicente la escuchó. Ella le
contó que el pacto que había ello con Serafín estaba encaminado a matarla. Los
Vicuña estaban aliados con una organización de asesinos controlada por un
gobierno mundial en la sombra que pretendía instaurar un nuevo orden. Por eso
mismo Serafín había ido a buscarle. Le había estado vigilando de cerca por ser
descendiente del gran maestre Gaudin y por lo tanto ya sabía que Vicente
buscaba el tesoro. Serafín transformó a Vicente y le dio el poder necesario
para poder buscar el codiciado objeto que guardaba Dumoitiers… y algunos otros.
Pero Serafín quería utilizarlo para otros fines. Vicente recibió la petición de
la mujer esa misma noche:
―Ven conmigo y juntos haremos grandes cosas.
―Tendré que pensarlo―respondió Vicente.
No desconfiaba de ella.
Solamente no le cuadraba que aquella mujer a la que había visto en Egipto algún
tiempo atrás le hubiera encontrado allí y entonces.
Vicente pasó semanas
divagando, reflexionando. Le dio vueltas al asunto. Mientras tanto, ella vivía
con él, en su misma casa, y pasaban todo el tiempo juntos. Serafín no sabía
nada acerca de la mujer. Pero entonces un día en el que todos los vampiros del
aquelarre se reunieron, el líder de los Vicuña anunció que sabían quién
salvaguardaba del mal la katana de Amaterasu.
―Son samuráis. Hay que ir tras ellos y sonsacarles la información
necesaria.
Vicente comprendió en ese
momento que sólo le quedaba una opción. Encontrar él mismo el tesoro y
salvarlo. Por todos los medios. Sabía que iban a ir a por Sehkmet. La mujer con
la que él estaba conviviendo y que había conocido en Egipto. Pero no podía
arriesgarse a que absolutamente nadie supiera nada. Trató de perfeccionar su
poder vampírico. Un escudo mental con el que Felix y Casimiro Vicuña no podrían
leer sus pensamientos o saber si mentía o decía la verdad. Le llevó poco tiempo
dominarlo, pues su habilidad era algo innato. Y cuando lo hizo, tiempo después,
estuvo preparado para hablar con Sehkmet.
―No puedo aceptar tu proposición.
―¿Por qué no?
―Serafín me tiene atado. La lealtad que le debo es más fuerte que esto.
Lo siento.
Vicente se blindó como un
escudo. Sehkmet trató de leer sus pensamientos, pero no pudo.
El Vampiro Cero salió de allí
creyendo que Vicente la había traicionado. Pasó años tratando de olvidarle,
pero no podía. Vicente puso en marcha toda su maquinaria y toda su astucia.
Necesitaría neófitos. Poder controlarlos a su antojo. Y necesitaba encontrar el
tesoro antes de que lo hicieran el resto. Sólo así podría salvar a su amada del
maligno plan de Serafín Vicuña, el resto del aquelarre y la temida Hermandad. Y
sólo lo conseguiría sin nadie, absolutamente nadie, sabía nunca
que trataba de hacer justo lo contrario para lo que le habían transformado.
Llevó su plan siempre en
secreto. Nunca nadie lo supo. Los peones que utilizó para crear a los neófitos
no lo supieron. Nadie de la
Hermandad lo supo nunca. Nadie de la familia Vicuña ni de
otras familias lo supo nunca. Ni siquiera su propia amada.
Lowell había fletado un avión
privado. Cómo lo había conseguido era todo un misterio, pero sólo dio una
escueta razón.
―Tenemos recursos.
Sergio, Laura, Esther, Javi y
la guardia de licántropos con forma humana viajaban hacia Egipto. El que
seguramente iba a ser su destino final en aquel viaje. Dumoitiers, Natsuki y
Dominic estaban con ellos. Los lobos les habían localizado y les habían
exhortado a subir al avión. El gesto de Natsuki era más sombrío que de
costumbre. Dumoitiers tenía una mirada tranquila, como si desde mucho tiempo
atrás esperara aquel momento. Dominic conversaba tranquilamente con Lowell, que
le ponía al corriente de todo. Pero Laura y Javi, sentados en la zona trasera,
cuchicheaban.
—O sea,
que Vicente estaba salvando a Sehkmet.
—Sí.
—¿Y qué
significa todo esto entonces? ¿Quién es el malo aquí? ¿Vicente? ¿Sehkmet?
¿Nosotros?
—¿El malo?
—rió Javi, por lo bajo—. Creo que hay que ver todo
esto desde una perspectiva muy liberal. Todos son buenos y todos son malos. En
realidad cada uno ha hecho lo que mejor ha defendido sus propios intereses.
Vicente siempre ha ido a su bola. Aun con Serafín y Blanca vivos, nunca le
interesó obedecerles. Ya lo comprobamos el verano pasado.
Laura
asintió.
—¿Pero
Sehkmet? Es el Mal Más Antiguo. No es buena.
—Sehkemt
tiene, según su guardia pretoriana de lobos, una posición que no está dispuesta
a perder. Si tuveiras un trono, ¿querrías cederlo a la fuerza a una
organización de asesinos?
Laura
negó con la cabeza.
—Nosotros
también somos los malos de la historia. Al menos para Vicente, que ha visto
cómo una y otra vez nos hemos interpuesto en su camino y frustrado sus planes.
Cada paso que hemos dado ha sido un paso que él se ha alejado de Sehkmet. Aun
así Vicente es un asesino y un criminal. Tiene de santo lo que yo tengo de elfo
de los bosques. Mató a los padres de Natsuki. Por su culpa murió Luca
Sutermeister. Mató a Mei Li. Natsuki va a tratar de matarle en cuanto pueda. Ha
truncado las vidas de esos dos nuevos neófitos que tiene ahora. Eran humanos
con sus vidas, sus familias.
—¿Y qué
vas a hacer? ¿Qué vamos a hacer?―preguntó Laura.
—Esta ya
no es nuestra lucha—respondió
Javi, secamente—. Esta
jamás debió ser nuestra lucha. Hemos acabado aquí, todavía no sé cómo. Cada
paso que hemos dado nos ha traído a esta situación. Entregaré las reliquias a
Sehkmet. Que ella se quede con Vicente. Que su guardia de lobos y los hassasins
se maten entre ellos. Yo me quito de en medio. Hemos recorrido medio mundo
buscando contra el reloj tres objetos para impedir que un vampiro los
encontrara. A menudo me he preguntado, con todo el potencial y recursos que
tenía Vicente a su disposición, por qué no ha tratado de frenarnos nunca. Lo
tenía muy fácil. Solamente nos ha vigilado. Ha tratado de arrebatarnos las
reliquias, tal vez pensando que íbamos a matar a Sehkmet cuando las tuviéramos.
No sé. Sólo estoy elucubrando.
—Pues todo
me parece muy sensato—dijo Laura.
El avión
tomó tierra al cabo de una media hora.
22.
Frente a frente con el Mal Más
Antiguo.
Marga,
Nicolás y Valentín habían llegado rápidamente a la pirámide. Vicente les
recibió con una amarga sonrisa.
―Mis
queridos amigos…―les
saludó―. Marga,
mi fiel compañera a lo largo de trescientos años. Hemos llegado al final de
nuestra travesía. La ADICT
ha logrado las tres reliquias que tanto tiempo hemos estado buscando.
―¿Así que…
al fin, las tienen? ―exclamó
Marga.
A Vicente
le brilló la mirada.
―¿Qué ves,
Marga?
La
vampiro cerró los ojos. Y cuando los abrió, miró fijamente a Vicente, que tenía
una expresión mucho más relajada que de costumbre.
―Traidor…―dijo, solamente. Vicente
sonrió. Había levantado su escudo mental para que Marga pudiera ver todo lo que
iba a pasar a continuación. Dos licántropos rodearon a Marga. Vicente se
dirigió a Nicolás y a Valentín.
―¿Sabéis?
Durante estos días atrás me habéis servido bien. Pero mucho me temo que no me
hacéis falta. Sobre todo tú, Nicolás. Quién sabe lo que podrías decirle a
Claire o a cualquiera de esos desgraciados.
Nicolás
empezó a temblar.
―¡No! No
diré nada, de verdad, lo juro…
―¡Ya es
tarde para juramentos! ―bramó
Vicente, arremetiendo contra él. Nicolás trató de zafarse, pero Vicente era
demasiado rápido para él. Un sonoro crack
inundó la sala. El cuerpo de Nicolás cayó al suelo y Vicente arrojó su cabeza a
los pies de Valentín.
―No
quieres seguir el mismo camino. ¿Verdad, amigo? ―preguntó Vicente, con voz
suave. Valentín negó, aterrado. Luego Vicente se dirigió a Marga.
―¿Con
quién está tu lealtad, Marga?
Ella se
mantuvo impasible, pero no se atrevió a llevarle la contraria.
―Estaré
contigo, Vicente.
―Así me
gusta. Como me entere de que intentas avisar al Magistrado, enterraré tu cabeza
junto con la de Nicolás. ¿Me he expresado con claridad?
Marga
bajó la mirada, sin atreverse a responder. Entonces Vicente miró hacia Sehkmet,
que sonreía.
―Han
llegado ya.
En
efecto, a los pocos segundos hacía su aparición la expedición liderada por
Lowell. Éste abría la marcha, junto con Javi y Laura. Tras ellos, Sergio y
Dominic. Cerraban la comitiva Natsuki y Dumoitiers, escoltados por los demás
licántropos. Javi se adelantó, con la katana de Amaterasu por delante. Miró
fijamente a Sehkmet a los ojos y sin intimidarse caminó hacia ella. Pasó por al
lado de Vicente, al que dirigió una mirada envenenada. Éste se la devolvió, con
instintos asesinos. Javi se puso frente a Sehkmet y depositó la espada ante
ella.
―Así es
como debe ser―dijo,
simplemente. Y se volvió hacia Vicente, regalándole una mirada de puro odio―. Y tú. Pedazo de idiota. Nos
has llevado por el camino de la amargura. No sé por qué hago esto.
―Lo haces
porque lo consideras lo correcto, metomentodo― sonrió Vicente―. Ni más ni menos.
―Lo hago
porque, al parecer, tanto tú como yo estamos contra Claire y esa secta de
chiflados. Y porque el Mal Más Antiguo protege al mundo de males mayores y más
modernos. Lowell me lo ha contado todo― dijo
Javi, hablándole a Sehkmet.
―Tu
decisión es la correcta, joven humano―
respondió ella.
―Laura. El
disco solar― ordenó
Javi.
Laura se
acercó con el disco solar de Ra.
―Deposítalo
en ese altar―le indicó
Sehkmet―. Hubo un
día en el que me desposeyeron de mi verdadera divinidad con ese instrumento.
Pero he tenido cientos de años para pensar en ello. No se puede tener un gran
poder si no se sabe manejar. El disco solar de Ra descansará para siempre bajo
tierra.
Laura
dejó el disco solar sobre el altar y se puso junto a Javi.
―El Lignum
Crucis―ordenó
Javi entonces.
Sergio se
adelantó con la tercera de las reliquias. La primera que habían encontrado.
―Déjalo
junto a la katana.
Sergio lo
depositó en el suelo.
Entonces
Natsuki estalló.
―¿ES QUE
NO VAMOS A HACER NADA?
Toda la
sala se volvió hacia ella. Natsuki estaba totalmente roja. Sus ojos desprendían
odio y su gesto era de indignación por lo que estaba viendo allí.
―Este
miserable ha matado a mi hermana. A mi madre. Ha perseguido a mi familia
durante eras. ¿Y VAMOS A DEJAR QUE SE VAYA DE ROSITAS?
―Natsuki,
yo me planto. Esta ya no es la guerra de ADICT ―respondió Javi, fríamente―. Como guardiana de la Katana de Amaterasu, haz lo
que tengas que hacer. Jean Jacques perdió su vida por culpa de Vicente y
Dominic también ha perdido a su hermano. Pero ellos piensan como yo.
―Pues yo
no― dijo
Natsuki, y se lanzó hacia delante, agarrando la espada por la empuñadura.
Nada más
rozarla con sus dedos los ojos de Natsuki se volvieron de un color rojo intenso
y su piel se tornó pálida como los rayos del sol y empezó a lanzar destellos.
Como dos bombillas sus ojos rojos brillaron y emitieron una intensa luz y,
cuando habló, no lo hizo con su voz.
―He
vuelto. Sehkmet, prepárate a morir.
―¡El
cuerpo de la diosa se ha liberado en Natsuki! ―exclamó Dominic―. ¡Hay que salir de aquí!
Esther se
plantó frente a Natsuki, varita en ristre, y le envió una maldición
petrificadota que le impactó en el pecho. Natsuki miró a Esther con profundo
despreció y alzó una mano en su dirección, enviándole una potentísima onda de
choque. Esther blandió la varita para amortiguar el ataque pero dio dos pasos
atrás, abrumada por la potencia de aquel ataque. Blandió nuevamente la varita,
tratando de desarmar a Natsuki, pero no surtió efecto alguno.
―¡No
puedes nada contra mí, bruja! ―gritó
Natsuki―. Soy la
diosa Amaterasu y vosotros sois unos patéticos humanos! ¡Ya que no cumplís con
vuestro deber, yo mataré a Sehkmet y luego a este miserable!
―¿Qué
hacemos? ―exclamó
Laura. Javi lanzó un vistazo rápido a la sala. Sabía de antemano que una
confrontación física con Nastuki, en su actual estado, era un total suicidio.
―Salid de
aquí―dijo
Sehkmet―. Yo la
someteré.
Natsuki
atacaba a Vicente con la espada sagrada. Éste aguantaba sus embestidas y las
esquivaba fácilmente, pero cada vez que la lograba golpear, aunque fuera con
todas sus fuerzas, era en vano. Esther conjuró unas cuerdas para atar a
Natsuki, pero ésta las repelió. Todo era inútil contra ella. Entonces Javi tuvo
una idea.
―¡Caballos,
Esther! ¡Haz aparecer un caballo!
―¿Un
caballo? ―exclamó
ella, como si Javi se hubiera vuelto loco.
―¡Si
puedes, hazlo!
Silvia,
Natalia, Margarita y Kathya habían decidido ayudar a Vicente a repeler los
ataques de la enfurecida Natsuki, pero ni en un dos contra uno lograban
reducirla. Natsuki blandió la espada contra ellos. Todos pudieron apartarse a
tiempo, pero Marga no lo logró. La espada seccionó limpiamente su cabeza y el
cuerpo de Marga estalló en cenizas. Dumoitiers entró en la pelea justo cuando
Esther logró conjurar el caballo. El animal apareció de la nada en medio de la
sala. Javi desenfundó su arma.
―¡Eh,
Amaterasu! ―bramó.
Natsuki se detuvo. Javi disparó al animal en una pierna, sin miramientos.
―¡NO! ―bramó Natsuki.
Con un
certero lanzamiento, Javi clavó el shuriken en otra pierna.
―¡DETENTE!
―gritó Natsuki. Lejos de
detenerse, Javi dio una orden definitiva.
―Esther.
Remátalo.
Esther
asintió. De un seco golpe de varita un rayo verde oscuro impactó en el animal,
que cayó muerto al instante. Natsuki dejó de pelear. La espada se le cayó de
las manos. La samurái cayó de espaldas y notó un aura que abandonaba su cuerpo.
Se produjo un pequeño terremoto sin consecuencias. Javi miró a Esther, que hizo
desaparecer la desagradable visión del caballo muerto. Todas las miradas se
volvían hacia Javi.
―¿Cómo
narices has…? ―empezó a
preguntar Laura.
―El
hermano de Amaterasu, el dios Susanoo, arrasó las tierras en las que su gente
vivía. Arrojó a Amaterasu el cadáver de un caballo después de que ésta le
dijera que cesara en su actitud violenta. Al ver el cadáver del caballo
Amaterasu se encerró en la cueva y la selló. Eso es lo que las leyendas
cuentan.
Silvia
estaba en el suelo, herida. Había recibido un corte superficial con la hoja de
la katana sagrada, pero no había llegado a perder ningún miembro.
―Estoy
bien―dijo,
tratando de levantarse, aunque sin éxito. Laura le tendió la mano. Silvia se
ayudó de la mano para levantarse y dedicó una sonrisa a Laura.
―Gracias.
―¿Estás
bien, Natsu? ―preguntó
Sergio, acercándose a la samurái.
―Estoy
bien―Natsuki
se levantó del suelo y miró a Sehkmet―. Sólo
quiero una cosa. Vivir en paz. No quiero saber más de vosotros nunca más.
―Que así
sea―respondió
Sehkmet―. Id en
paz, todos vosotros. Lamento haberos causado tantos problemas a lo largo de los
siglos. Sobre todo a ti, Jean Jacques.
―No
teníais forma de saber cuáles eran las intenciones de mi Orden, señora―respondió él―. Por más que tratáramos de
explicárselo a vuestros lobos, ellos no nos escuchaban nunca. Pero todo está
bien como está.
―Deberíamos
largarnos de aquí―dijo
Sergio―. Este
sitio empieza a parecerme frío y poco acogedor.
Se
dirigieron hacia la puerta. Antes, Javi volvió a mirar a Vicente a los ojos.
―La
próxima vez que trates de salvar a alguien, avísanos. Ya has visto que no
conviene estar enfrentado con nosotros.
―Al final
he logrado mi propósito, metomentodo―le espetó
Vicente―. He
ganado y lo sabes.
―No has
ganado tú. Hemos ganado nosotros―replicó
Javi―. Hemos
encontrado los tres tesoros. Hemos burlado a los Voronkov, a los Vicuña, a los
licántropos, incluso a la Hermandad. Puede
que creas que has ganado, pero esto no ha terminado. Cuando Claire se entere de
esto (y acabará enterándose) vendrá a por ti y a por nosotros. Procura que tus
defensas sean buenas, porque yo no pienso volver a verte el pelo nunca más.
Vicente
le miró con sarcasmo.
―A pesar
de vuestros trucos, de vuestras estupideces detectivescas y de todo, estoy
aquí. No ha ganado nadie. O tal vez hemos ganado todos. Sólo quiero perderos de
vista.
Javi se
dirigió a la salida, donde Laura le esperaba. Cogió su mano y juntos siguieron
al grupo hacia el exterior de la pirámide.
EPILOGO.
Vicente Vicuña, el último vampiro vivo de lo que había sido la más poderosa estire vampírica de Europa, se quedó con Sehkmet en la pirámide. Ella ocultó las tres reliquias en la misma pirámide, custodiadas por su guardia de licántropos. Ahora era intocable, a no ser que alguien se atreviera a entrar en sus dominios, burlar a la guardia, a Vicente y a ella misma y consiguiera los tres objetos. Raquel, la sirena, recibió al fin su carta de libertad. Puedo regresar a casa, libre de las ataduras de Vicente. El último neófito que quedaba vivo, Valentín Vicuña, se unió a la guardia voluntariamente. Sehkmet le dio la oportunidad de irse y empezar una nueva vida con su nuevo don, pero él rehusó.
Los tres guardianes de las reliquias regresaron cada uno a su lugar de origen, aunque a Dominic le embargaba un sentimiento extraño ahora que su hermano no estaba con él; Natsuki se lo tomó mucho peor que el medjay y no se sintió para nada satisfecha. Juró y perjuró sobre la tumba de Mei y de su madre que no descansaría hasta que viera cumplida su venganza. No le satisfacía ver a Vicente irse de rositas, aunque, como le había dicho Javi:
―Tampoco a mí me hace gracia. Pero todo lo que ha hecho estaba encaminado a este punto. Quiero creer que se quedará ahí, quietecito, y no hará daño a nadie más.
―Es un vampiro. Hará daño a más gente―le replicó Natsuki.
―Entonces todo esto ya es cosa tuya, cazadora―le dijo Javi, pasando su brazo amistosamente por el hombro de Natsuki, que parecía a punto de echarse a llorar―. Nosotros ya hemos tenido bastante. Ahora te toca a ti erradicar el mal. Mátalos a todos, no dejes ni uno con vida.
Natsuki levantó la mirada y con ojos vidriosos le dedicó una sonrisa. La primera vez que había sonreído desde que había llegado allí.
―Eso haré, Javi san. Gracias por todo. Iré a despedirme.
Natsuki se despidió de todo el grupo. Le costó especialmente despedirse de Marta, que era con la que más había hablado en aquellos días, con la que más se había sincerado. Habían llegado a ser verdaderas amigas en muy poco tiempo.
Jean Jacques Dumoitiers y Dominic Sutermeister también se despidieron de los chicos y volvieron a casa para continuar con sus vidas.
A la mañana siguiente a primera hora Héctor encontró algo en una búsqueda por la página de la Hermandad. Él y José Antonio habían irrumpido en el servidor utilizando la clave de Claire, que no les había costado mucho trabajo conseguir. Y Héctor había encontrado algo muy inquietante.
―Oye, Javi―le dijo―. ¿No tienes que ir con Laura a una cumbre europea mañana o pasado?
―Sí, ¿por qué lo preguntas? ―Javi apartó la mirada del ordenador.
―Está en la página de la Hermandad―respondió Héctor―. Ven, mira.
Javi se levantó de su asiento y con Héctor salió del despacho. Se dirigieron a la sala de informática y allí Javi vio a lo que se refería Héctor.
―¿Están infiltrados en las altas esferas? ―preguntó Javi, leyendo el contenido de la página web.
―Yo diría que ese tal Magistrado pertenece a las altas esferas― dijo Héctor―. Mira esto. “Cápsula del Tiempo enterrada por Adam en el siglo XVIII”.
―Eso es al menos cien años después de que Serafín transformara a Vicente―dijo Silvia, entrando también a la sala y mirando la pantalla―. ¿Qué creéis que es esto?
―Pues algo gordo―concluyó Héctor―. ¿Alguna explicación?
―Puede haber una―dijo Javi, aunque no muy convencido―. Serafín pertenece a la hermandad de hassasins. Y ésta fue reclutada por los illuminati algún tiempo después. Más concretamente, por Adam Weishaupt, fundador de los illuminati en la segunda mitad del siglo XVIII. Dudo que Weishaupt supiera nada de vampiros y cosas paranormales, pero si enterró una cápsula del tiempo tal vez eso contenga respuestas.
―¿Qué respuestas? ―preguntó Silvia, ariscamente―. Hemos terminado con este asunto. ¡Al diablo con todos ellos!
―Los Vicuña te utilizaron para que trabajaras para esta gente―dijo Javi. El teléfono de la oficina sonó. Javi pulsó el botón del altavoz y respondió.
―¿Diga?
―No sé cómo os habéis hecho con mi clave―sonó una irritada voz de mujer al otro lado―, pero os juro por mi vida que voy a encontraros y a eliminaros.
―¿Claire? ―preguntó Javi―. Vaya, qué sorpresa…
―Sorpresa va a ser la que os vamos a dar a vosotros, entrometidos― sonó la enfadada voz de Claire―. Vais a desear no haber nacido.
―Seguro que nos tenéis preparado algo tan gordo que una familia de vampiros sedientos de sangre nos parecerá poco en comparación― se burló Javi.
Claire bufó.
―Nos arrebatasteis tres reliquias. Vosotros.
―Fue Vicente, él os engañó. Id a por él―dijo Javi, aburrido.
―Iremos. Oh, sí. Iremos. Vamos a derribar esa pirámide con una explosión atómica que va a dejar medio Egipto hecho un solar.
―Eso no servirá de nada.
―Da igual. Para vosotros tenemos algo más sutil. Vamos a ser piadosos con todos vosotros, detectives. Vais a contemplar cómo el mundo que conocéis se desmorona lentamente. Vais a observar la caída de una era y el resurgimiento de otra. La Nueva Era comenzará cuando el solsticio que indicaron los antiguos llegue. Y no vais a poder hacer nada para impedirlo.
Y la comunicación se cortó. Javi miró a Héctor. Laura, Marta y Sergio habían llegado, atraídos por los gritos de Claire, y habían escuchado buena parte de la conversación.
―¿Qué ha querido decir con eso? ―preguntó Héctor.
―Está claro―dijo Marta―. Solsticio indicado por los antiguos se refiere al calendario maya. El 21 de diciembre de 2012. Es el próximo solsticio de invierno.
―Falta mucho aún para eso―les tranquilizó Javi―. Tenemos casi diez meses para investigarlo todo a fondo. Encontremos esa cápsula del tiempo en la reunión de Bruselas. Partimos con ventaja.
Héctor había impreso una hoja con un plano y había marcado una X en la misma.
―Según mi información debe de estar ahí.
―Eres un hacha―sonrió Javi.
Salió de la sala de informática y se dirigió a los demás, que estaban allí sentados en la gran sala.
―Escuchad un momento. Gracias… Bien, estáis de vacaciones hasta que Laura y yo regresemos de Bruselas de la cumbre. Es todo.
Dejando atrás la algarabía general producida, sin más dilación, Javi se dirigió a su despacho.
―Te acompaño―dijo Laura, siguiéndole. Javi cerró la puerta.
―Bueno, creo que este sería el momento más propicio. Y no hay otro en el horizonte que vaya a ser mejor que este, visto lo visto y con todo lo que se nos viene encima―dijo Javi.
―¿Es el momento más propicio para qué? ―preguntó Laura.
Javi no respondió. Sólo se dirigió a su escritorio y abrió un cajón, sacando algo que Laura no llegó a ver.
―Oye, ¿qué…?―empezó a preguntar Laura. Pero se quedó muda cuando vio que Javi hincaba una rodilla en el suelo frente a ella y dejaba entrever una cajita, que abrió al momento. En su interior había un brillante anillo.
Laura no pudo creerse que Javi fuera a pronunciar las palabras que pronunció a continuación.
―No hay un momento mejor para pedirte esto. Quisiera que hubiera sido en otras circunstancias más tranquilas. No hemos tenido un momento libre en los últimos meses. Me ha sido imposible organizar algo mejor. Quisiera habértelo pedido en una cena en un restaurante bonito, apartado del mundo, o de vacaciones, pero esta noche tenemos que hacer las maletas y largarnos a Bélgica a la cumbre de marras. Así que, como no veo otro momento mejor en el horizonte, te lo preguntaré ahora. Laura, ¿quieres casarte conmigo?
Laura no pudo articular palabra. Javi deslizó el anillo en su dedo anular y se puso en pie. La primera respuesta de Laura fue lanzarse contra Javi y besarle como nunca antes lo había hecho. Acto seguido le dio la mano y salieron del despacho.
―¡Chicos! Tengo grandes noticias que daros.
Todos la miraron levantar el dedo anular mientras agarraba a Javi de la cintura. El primero en reaccionar fue Rafa.
―No.
―¡Sí! ―exclamó Irene.
―¡Buenoooooo! ―exclamó José Antonio.
Marta no reaccionó en voz alta. Sólo se acercó a Laura y a Javi despacio, con un atisbo de sonrisa triste en su cara, y les abrazó.
―Me alegro por vosotros, en serio―dijo, solamente.
Javi puso su mano en el hombro de Marta, sin decirle nada. Laura le dirigió una sonrisa. Marta se la devolvió. Javi cogió un bolígrafo del bolsillo de su camisa y se lo lanzó a José Antonio, para romper un poco el hielo.
―A ver cuándo os espabiláis Sandra y tú, hombre, que se te va a pasar el arroz.
Rafa se puso en pie.
―Bueno, yo también tengo algo que anunciaros formalmente, ya que estamos.
Silencio y expectación en la sala.
―Quiero comunicaros que, tras mucho pensarlo, ayer le pedí salir a Irene. El resultado ha sido positivo, así que deseadnos suerte.
La sala estalló en aplausos, los vítores de Lucas, Galindo y Mónica sobresalieron por encima de los del resto.
―Chicos, a descansar. Nos vemos el lunes que viene―dijo Javi.
La sala quedó paulatinamente vacía hasta que ellos dos fueron los últimos en abandonarla. Laura conectó las alarmas y se volvió hacia su flamante prometido.
―Vámonos―respondió ella, envuelta en una nube de felicidad.
―Sí. Vámonos―él le ofreció su brazo y juntos, se dirigieron hacia la puerta de salida, sin saber qué les deparaba el futuro más cercano, pero del que ahora tampoco se preocupaban demasiado.
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