Capítulo 7
Medjay.
―Yo sigo sin saber qué hace ella
aquí―dijo Galindo, no muy
convencido―. ¡Después de
todo aquel lío de hace años! Yo sigo sin saber realmente si fue todo una
conspiración o…
―Galindo, vale―Javi le pidió con un gesto de la
mano que se calmara―. Esther
tiene el potencial necesario para ayudarnos y así lo va a hacer. Olvídate de
todo lo que pudiera pasar. Además, ninguno de vosotros estaba allí.
Galindo
asintió, no muy convencido. Pero Rafa siguió hablando.
―Al menos tendrá una pista, ¿no?
―Al menos puedo deciros algo sobre
las leyendas del Mal Más Antiguo―dijo
Esther―. De hecho estoy
enseñando algo sobre este asunto a mis alumnos en la Academia Alarcos.
―¿Sabes qué es ese Mal Más
Antiguo? ―preguntó Lucas.
―No estoy del todo segura, pero…
―¡Pues vaya! ―exclamó Galindo.
―Y yo que pensaba…―decía Rafa, moviendo la cabeza.
―¿Pero
queréis callaros de una maldita vez, panda de desustanciados? ―bramó Sergio, dando un golpe en
la mesa―. ¡A la próxima
interrupción os mando con viento fresco a
vuestra puta casa! ¿Está claro?
Rafa gruñó por
lo bajo y Galindo le lanzó una mirada asesina al coordinador general. Javi
esbozó una sarcástica sonrisa.
―Por favor, sigue―dijo Sergio, mirando a Esther.
―Bien…―dijo ella―.
Todo se remonta a los tiempos antiguos. Egipto, las pirámides, grandes faraones
que dominaban sus tierras, ya sabéis.
―Sí… hace unos cuantos años―dijo Javi.
―¡Natalia estaba en Egipto hace
nada! ―exclamó Sergio ahora.
―¿Quién interrumpe ahora, maestro?
―preguntó Rafa, con sorna.
―Cállate… Sigue, Esther―le pidió Sergio.
―Gracias―escupió Esther, de mal humor―. A ver―
sacó un mapa de situación de las pirámides egipcias de una carpeta―. Todo esto es Egipto. Aquí está
la pirámide más grande jamás construida―
señaló un punto en el mapa.
―Pirámide de Guiza, Kéops, más de
dos millones de bloques de piedra, más de dos mil kilogramos por piedra― dijo Javi―. Sí. La conozco.
―Bien, pues en la cara este de la
pirámide de Kéops se levantaban las Tres Pirámides de las Reinas― Esther se desplazó un poco en el
mapa y señaló otros tres puntos. Todas las cabezas se agolparon para verlo,
atropellando a Javi, a Laura y a Sergio, que tenían una posición privilegiada.
―¿Pero queréis mirar de uno en
uno, anormales de taca taca, que parece que repartimos dinero aquí? ―bramó Javi, intentando salir del lío
de cabezas que le había rodeado en dos segundos.
―Perdone usted, su excelencia―dijo Irene, con recochineo.
―¡Para excelencia, la de vuestra
imbecilidad! ―gritó Sergio―. Pon el mapa en la pared,
Esther, por favor.
Irene empezó a
murmurar por lo bajo y Esther colgó el mapa de la pared.
―Bien, en algún punto bajo esas
tres pirámides, está la Reina. Viva. Nunca murió porque no está muerta. Está…
―¿No muerta? ―intervino Laura.
―Sí. Bueno, eso se dice. Que era
una diosa y se casó con Kéops para darle todo el poder, y que gracias a su
magnificencia y sus grandes poderes Egipto vivió la más esplendorosa época de
toda su historia…
―No está mal para una leyenda― dijo Javi―. ¿Hay más?
―Sí. Se contaba que su poder
provenía de Ra, el Dios Sol, a través de un disco solar. Ese disco solar es un
arma de doble filo. Por un lado el poder del dios Ra, que puede devolverle su
divinidad y ser de nuevo una diosa indestructible, y por otro lado proyectar
los rayos del sol de tal forma que sea destruida. Pero no sería suficiente.
Porque, señoras y señores, estamos ante el Vampiro
Cero. El más antiguo y poderoso del mundo. Quedó encerrada en un cuerpo
inmortal, desposeída de toda divinidad. Kéops ordenó llevarse el disco solar de
Ra y desde entonces nadie sabe dónde está.
―Así que ese es el Mal Más
Antiguo. El Vampiro Cero. Y Vicente quiere reunir los tres objetos para matar a
ese bicho.
―Voy a llamar a Natalia. A ver qué
sabe―dijo Sergio, cogiendo
su móvil del bolsillo y yéndose a su despacho. La puerta principal se abrió y
Natalia entró por ella, acompañada de Silvia.
―No hace falta que llames a nadie.
―¡Contad! ―exclamó Javi, levantándose y apoyando las manos
sobre la mesa―. Quiero
saberlo todo con detalle.
Natalia se
acercó un poco. Silvia también. A la luz artificial de la sala, sus pieles
parecían echar humo.
―Necesitamos descansar―dijo Natalia, sentándose―. ¿Hay alguna probeta por ahí?
―Yo no podré controlarme. Estoy
sedienta. No veo gente, veo comida―
dijo Silvia.
―Muy simpática, como siempre―gruñó Rafa―. Silvia, siéntate y relájate, ¿quieres? No queremos
tener que matar a nadie…
―Ya llegó el cazador de monstruos―dijo Sergio, sacando unas
probetas de sangre del interior de un maletín que había sobre una estantería.
Le entregó una probeta a Silvia y otra a Natalia.
―Estamos bajo mínimos―dijo Natalia, sosteniendo la
probeta que le tendía Sergio―.
No hemos podido seguir al tipo ese allá donde iba. Se iba en dirección a las
pirámides. Seguirle hubiera significado convertirnos en cenizas.
Sergio puso la
mano sobre la cara de Natalia. Su temperatura era menos fría de lo habitual.
Era casi humana.
―Ya veo. O ya siento, mejor dicho.
Con razón estáis cansadas.
―En media hora estaremos bien, es
cuestión de que la sangre fría desvuelva al cuerpo a nuestra temperatura normal―dijo Silvia―. El caso es que ese chucho fue
hacia las pirámides. Hay algo allí.
―Algo que protegen. ¿Tal vez sean las
famosas Reliquias Supremas? ―se
preguntó Natalia.
―Imposible, ya tenemos el Lignum
Crucis―intervino Laura.
―No os habrán seguido―dijo José Antonio, de pronto.
―Pues… no sé― dijo Natalia, desubicada.
―Pues el móvil me notifica que las
cámaras detectan movimiento ahí fuera―mostró
la pantalla y la cámara trasera, que emitía una débil señal.
―Será algún bicho, un escarabajo,
una avispa, algo―Galindo le
restó importancia―. Te
preocupas demasiado, todos os preocupáis demasia…
BUM.
Un golpe que
provenía del interior.
―Te preocupas demasiado, ña ña ña―se burló Rafa.
Javi agarró su
pistola y dos shuriken. Laura cogió su ballesta. Esther desenfundó su varita.
Natalia y Silvia gruñeron y se encaminaron al sitio del que venía el ruido.
―Quedaos aquí―ordenó Javi―. Tú te vienes, José.
―Se va a liar del todo―dijo José Antonio siguiendo al
grupo al interior. Bajaron al sótano. Hasta la sala de aislamiento. La puerta
principal había caído. Cuatro enormes licántropos se enfrentaban con Mikhail y
Kathya, que defendían la caja fuerte con el relicario a vida o muerte.
Esther se
adelantó, siendo la primera en intervenir. Blandió su varita y de un
potentísimo rayo encerró a uno de los licántropos en una cúpula que se ajustaba
a su cuerpo y lo lanzó violentamente contra el suelo. Javi disparó media docena
de somníferos a otro mientras lanzaba primero un shuriken y luego el otro
contra un tercero. Laura apuntaba a un cuarto, pero no se decidía a dispararle.
Kathya estaba en el suelo, inconsciente. Uno de los lobos se lanzó contra
Esther, dispuesto a descuartizarla, pero ella se protegió levantando un escudo
contra el que el lobo se estrelló, sacando un sonido metálico que inundó la
sala. Natalia y Silvia se lanzaron contra el último, hundiendo sus colmillos en
su piel. Éste se sacudió y se revolvió, lanzando a las hermanas contra la
pared. Javi disparó de nuevo, José Antonio también. El lobo estaba aturdido.
Enfiló a Laura, que no disparaba, y saltó sobre ella. Natalia saltó contra el
lobo, empotrándolo violentamente contra la pared y haciendo un boquete.
―Otra vez a hacer obras…―suspiró Javi. Y se dirigió a
Laura, que estaba blanca como el papel―.
¿Se puede saber qué narices te ha pasado? ¡Suelta una maldita flecha!
¡Dispárales!
―No he podido hacerlo―respondió Laura.
―Ese último te podía haber matado―Esther guardó la varita.
―¿Cómo está Kathya? ―preguntó Natalia.
―Se recuperará, ha sido sólo un
golpe. Menos mal que habéis llegado a tiempo. Nosotros dos no habríamos podido
solos contra esa chusma―dijo
Mikhail―. Natalia, Silvia,
quedaos aquí. Si somos cuatro vigilando será mejor.
―Tenemos que ir a por Vicente.
Silvia, ¿ves algo? ―preguntó
Javi.
Silvia puso los
ojos en blanco para intentar entrar en su extraño trance. Y a juzgar por lo que
dijo a continuación, funcionó:
―Doce son los discos solares. Uno más
es el que custodian los medjay. Ese es el Disco Solar de Ra. Es el que busca
Vicente. Perteneció al pueblo egipcio, hace cientos de años. Le atribuían el
poder para protegerse de un mal ancestral. Ahora esa arma se guarda, oculta,
donde mora el poder del Sol.
―El poder del Sol―murmuró Javi, para sí.
Silvia despertó
del trance.
―No he podido ver nada. Sólo a
Vicente, preparándose para partir. Seguramente nos lleva ventaja. Vicente sabe dónde mora el poder del Sol.
―Ya. ¿Pero dónde mora el poder del
Sol? ―preguntó José Antonio.
―Te lo voy a decir, hombre―dijo Javi.
―Ah, ¿que el señor inteligente lo
sabe?
―Claro que lo sé, hombre. De hecho
hay dos sitios donde mora el poder del Sol―
y cogió el móvil, tecleó un par de cosas y añadió―.
Cuzco, Perú. Coricancha. El Antiguo Tempo dedicado al Sol.
―Muy gracioso…
―El segundo sitio―siguió Javi― son mis cojones, señor José
Antonio. Mis soleados cojones, donde no llueve desde hace años. ¡A investigar, hombre
ya!
―Es usted un mamón, señor Gómez―dijo José Antonio.
―Lo sé―contestó Javi, sonriendo con ironía―. Llamad a Jean Jacques Dumoitiers,
tenemos que hablar con él. Posiblemente tengamos que largarnos a Egipto en
breve.
―¿Egipto? Qué bien, con tus primos
las momias…―decía José.
―No, en realidad son familia tuya,
pero no quería decírtelo. Anda, tira…
Dumoitiers no
tardó demasiado en responder a la llamada. Se personó en las oficinas de la
ADICT esa misma tarde. Javi, Laura, José Antonio y Esther pasaron al despacho
de presidencia y se sentaron.
―Se estará preguntando por qué
está aquí…―empezó Javi.
―Sí. Bueno, de hecho, no me lo
esperaba―respondió
Dumoitiers.
―Laura, cuéntaselo tú, que se te
da mejor que a mí―le pidió
Javi.
Laura le contó
la historia de cómo habían conseguido el relicario, que tenían custodiado en la
sala de aislamiento por los cuatro vampiros que les ayudaban. Habló sobre el
ataque de los licántropos, sobre aquel Mal Más Antiguo y, finalmente, lanzó la
última pregunta.
―¿Qué son las Reliquias Supremas?
Dumoitiers
movió la cabeza.
―Era cuestión de tiempo que os
enterarais con Vicente Vicuña rondando por ahí, intentando encontrar esos
objetos desde hace tantísimos años… Veréis, yo solamente pertenezco a la Orden
del Temple. A los guardianes del relicario de la Vera Cruz. Es inevitable que
no os enteréis ya a estas alturas de lo que significa ese objeto. Es un trozo
de la misma cruz de Cristo, y eso supone que reduciría a astillas a cualquier
vampiro solamente con rozarlo. Pero hay un Mal Más Antiguo, más poderoso, cuyo
fin ansían muchos de los vampiros, pues las leyendas cuentan que quien logre
acabar con ese Mal Más Antiguo se alzará como nuevo Mal Supremo. Nosotros
teníamos el cometido de proteger esa reliquia de ese Mal Más Antiguo, para
evitar que la destruyera. Hemos estado enfrentándonos con su guardia de
licántropos desde tiempos inmemoriales.
―Y esto era por si ya no teníamos
bastante―dijo Javi, irónico.
Dumoitiers
continuó.
―A lo largo de los siglos muy
pocos han osado enfrentarse a tal Mal. Pero había un jeroglífico en una cueva.
Nadie sabe quién lo hizo, es un total misterio. Ni siquiera yo, ni nadie de mi
Orden. El jeroglífico muestra una cruz, un círculo y una línea.
―Y algún gracioso dedujo que la
cruz era el Lignum Crucis― interrumpió
Javi―. Típico― cogió el móvil y envió un
mensaje a Juanjo y a Héctor―.
Estos dos se encargarán de rastrear Internet en cinco minutos para encontrar el
sitio donde mora el Sol―murmuró.
―No sólo era el Lignum Crucis.
También el Disco Solar de Ra y la Katana Sagrada de los samurái. Pero quién
interpretó eso, lo desconozco. Sólo sé lo que sé: la Orden del Temple recibió
el Lignum Crucis. La historia ya la conocéis. Cómo la escondimos, también. La
llevamos de un sitio a otro, intentando despistar a Vicente Vicuña. Pero al
final solamente yo supe dónde estaba exactamente, de ahí que dejara el sistema
de pistas para que mis compañeros la encontraran. Ellos lo sabrían a la
perfección. Vicente tendría muchos problemas para rastrearlo. Y cuando lo
hiciera, nosotros lo sabríamos. Por eso ha estado reclutando neófitos,
experimentando con ese virus.
―Y ahora lo está haciendo todo él
solito―dijo Laura―. Estuvo en el monasterio de
Santo Toribio. Apareció en las noticias, él mató al abad. Y se largó. Puede
saber que nosotros tenemos el relicario.
―Ahora mismo Vicente se dirige a
por el Disco Solar―dijo Javi―. No sabemos dónde está, no
sabemos quién lo tiene. Sí. Medjay. Vale. ¿Pero por dónde empezamos?
―Haré una llamada―Dumoitiers se levantó pesadamente
de la silla y sacó su teléfono móvil. Tras marcar y dar tono un par de veces,
una voz contestó al otro lado. Dos minutos de conversación bastaron.
―¿Y bien…?
La impaciencia
de Javi era patente. Dumoitiers se sentó de nuevo y sonrió.
―Están preparados para cualquier
cosa que pueda pasar. No temáis, el Disco Solar está a salvo. Solamente Vicente
no basta para traspasar sus defensas.
―Yo no subestimaría a Vicente
Vicuña―dijo Laura―. Es capaz de cualquier cosa.
―Cierto―apuntó Javi―.
Hay que reunir a todo el mundo. Tenemos que seguir sus pasos.
―Si la guardia medjay no consigue
detenerlo, nosotros tampoco podremos―
comentó Esther―. Los medjay
eran guerreros protectores de los templos y los tesoros, tiene sentido que
protejan el disco solar.
Juanjo y Héctor
entraron al despacho interrumpiendo la reunión.
―Tenemos un punto de partida. No
sabemos si será bueno, pero hay que investigarlo―empezó
Juanjo.
―¿Dumoitiers no sabe…?―preguntó Héctor. Todos negaron
con la cabeza al mismo tiempo.
―Dumoitiers no tiene que ver con
los guardianes del disco―respondió
Laura―. Su orden solamente
guardaba el relicario.
―Bien, hemos encontrado varias
cosas―dijo Juanjo, sacando
una lista en la que había escrito algo―.
Ra era el dios del Sol, y hemos visto que estaba representado con un halcón, un
carnero y un obelisco. Aparte de por el disco solar.
―Entonces hemos hecho un barrido
de imágenes por Internet buscando algo que lo relacione todo. Y aquí está― Héctor sacó una foto que
acababan de imprimir―. La
tinta aún está fresca. Ramsés II colocó un obelisco en honor a Ra. Es uno de
los muchos ejemplos.
―Por otro lado tenemos las
pirámides. Ya hablamos de ellas―
Juanjo mostró otra foto―. Pero
hemos podido leer que el obelisco de Ra es el lugar donde más energía se
concentra.
―No me habléis de energía…―dijo Javi―. Si además de tener que aprenderme lo que hace un
panel fotovoltaico me salís ahora con esto…
―Es que esto es importante―insistió Héctor―. Es el símbolo del poder de Ra.
Deberíamos ir a los obeliscos erigidos en Egipto en honor a los dioses y echar
un ojo.
Javi se levantó
de la silla, cansinamente. Y estalló.
―¿UNO A UNO? ¿ESTÁIS LOCOS? DEBE
DE HABER CINCO MIL DE ESOS.
Se volvió a
sentar y suspiró.
―A no ser que el mismo Kéops haya
levantado alguno durante su época de reinado…
―¿Por qué Kéops? ―preguntó Esther.
―Bien, mi deducción es la
siguiente―comenzó Javi,
cogiendo un bolígrafo y jugueteando con él entre sus manos―. Dijiste que Kéops tenía una
esposa que era la que es ahora el Mal Más Antiguo, pero que fue desposeída,
según las leyendas de todo su poder. Tiene sentido que Kéops mandara construir
algún símbolo para utilizar el disco solar de Ra y extraer toda esa mala
energía. A continuación, desde todos esos tiempos inmemoriales hasta nuestros
días, los medjay custodian el disco solar y lo protegen de la malvada
semidiosa, que por todos los medios posibles está tratando de recuperarlo.
Ahora sabemos que los obeliscos son captadores de toda esa energía y se
levantaron en honor al dios Ra…
―Bueno, en realidad hay algunos
que son símbolos masónicos…
―Son más modernos, eso no cuenta,
en Egipto no había masones…―Javi
seguía dándole vueltas a su teoría―.
¿Cuál era el templo de culto de Ra?
―Heliopolis―respondió Juanjo, mostrando otra foto de las ruinas
del templo y un boceto―. Los
templos eran tal que así, mira―
Javi cogió el papel que le tendía Juanjo y echó un vistazo al esquema del
templo.
―Bien, pues vamos a ir allí. Igual
no hay nada, pero a lo mejor hay algo.
―Yo creo que no vamos a ir allí―terció Héctor.
―¿Ah, no?
―No, porque el obelisco del templo
aquel está ahora situado en la plaza de San Pedro, en el
mismísimo Vaticano. Fue trasladado desde Egipto―afirmó
Héctor.
Silencio. Dumoitiers miró a los
chicos, algo impresionado. Pero Juanjo continuó con su diatriba. Cogió un nuevo
folio y leyó la información que había obtenido.
―El
obelisco de la plaza de San Pedro, traído desde Heliópolis, El Cairo, es
trasladado por el emperador Calígula en el año 39. Sirve como reloj de sol en
la misma plaza.
―Reloj de sol, qué irónico…―murmuró Esther.
―Además―continuó Juanjo, mostrando una foto del obelisco― es de los pocos que no tiene
inscripciones jeroglíficas, lo cual llama mucho la atención. Por ese motivo la
gente suele desconocer que fue traído desde Heliopolis.
―Entonces, ¿creéis que el Poder
del Sol reside en ese obelisco? ―preguntó
Dumoitiers.
―No hay manera de averiguarlo
excepto yendo a echar un vistazo―dijo
Javi―. Iremos a hacer una
pequeña visita al Vaticano.
―¿Nos vamos a Roma? ―Laura pegó un salto, sonriendo de
oreja a oreja―. ¡Siempre
quise ir a Roma!
―Roma tiene trece obeliscos en
total…―dijo Juanjo.
―¿QUÉEEEE? ―Javi se levantó bruscamente, apoyando las manos―. ¿¿TRECE??
―Sí, he dicho trec…
―¡¿Igual que el número de discos
solares que contaba la leyenda, me estás diciendo eso?! ―exclamó Javi―.
¡Estamos a un paso! ¿Y Vicente se ha largado a Egipto?
―Desconozco lo que hará Vicente,
pero si se ha molestado en investigar, seguramente habrá llegado a la misma
conclusión que nosotros―dijo
Esther.
―Es lo mismo. Nos largamos a Roma.
Fue una
afirmación determinante. Javi se sentó al ordenador. Pidió voluntarios para el
viaje. Laura fue la primera en apuntarse. José Antonio, Esther, Rafa, Lucas,
Galindo, Irene y Sergio les acompañarían. Reservó los billetes de avión, que
casi se le salieron del presupuesto, y tras una hora encontró un hotel decente.
Reservó tres habitaciones triples y el desayuno incluido en el hotel. El viaje
sería emprendido al día siguiente por la tarde, para tener el día entero para
hacer las maletas.
Capítulo 8.
El Obelisco de Ra.
Los Días Antiguos.
Al principio de
los siglos la oscuridad poblaba la Tierra.
Solamente la
Nada lo envolvía todo. Una inmensa nada llamada Nun, cuyo inmenso poder hizo
brotar un huevo del que surgió el dios Ra, creador de todo lo visible e
invisible. Y Ra adoptó la forma de un hombre tras crear la tierra, la lluvia,
los ríos, y se convirtió en el Primer Faraón. Egipto vivió cientos, miles de
años bajo una gran abundancia de cosechas, convirtiéndose en la civilización
más poderosa de toda una Era de la Tierra. Todo el pueblo le alababa y
ensalzaba su nombre. Pero Ra había asumido forma humana. Y los años pasaron, y
empezó a envejecer. El pueblo se burlaba de él y no tomaba sus dictados en
serio. Fue entonces cuando Ra convocó a los demás dioses que él había creado:
Shu, Tefnut, Geb, Nut y Nun.
Nun aconsejó a
Ra que destruyera a los hombres por ingratos, y los demás le apoyaron. Fue
cuando Ra creó a su hija, la diosa Sekhmet, y le encomendó la misión de llevar
el Mal al desagradecido pueblo. Ella, con ferocidad, llevó la muerte a Egipto,
destruyendo a los que habían manchado el nombre de su padre, persiguiendo a
cada presa y deleitándose con su sangre. No había escapatoria posible para los
que habían mancillado el nombre de Ra.
Más tarde, Ra
hizo llamar a su hija para preguntarle acerca del cumplimiento de su cometido.
Ella le dijo que estaba feliz por haber podido vengar las afrentas de las que
su padre había sido víctima. Todo Egipto estaba teñido en la sangre de los
hombres. Entonces Ra se apiadó de ellos. Utilizando el poder del Sol, Sekhmet
fue desposeída de su divinidad por su padre, pero dejando intacta su
inmortalidad.
―Vagarás eternamente por la
Tierra, hija mía― le dijo Ra―. Si alguna vez vieres que
mancillan mi nombre, véngame. Pero no seas orgullosa ni soberbia, esa será tu
perdición.
Sekhmet se
indignó al ser desposeía de su condición de diosa. Juró y perjuró a su padre
que volvería a recuperar su ser, fuera como fuese, pero Ra le advirtió
severamente.
―Puedes volver a tu condición de
diosa. Pero si eliges ese camino, has de saber que los hombres se rebelarán
ante ti. Su codicia es infinita, y descubrirán la manera de matarte.
―Pues protégeme, Padre―le pidió ella.
―Ya no puedo protegerte―respondió Ra―. Te he dotado de grandes poderes
que no has sabido utilizar sabiamente. Sólo me queda maldecir a quien intente
hacer daño a mi Hija. Los Hombres no han escrito su última palabra. Su mal es
patente. Sus obras, nefastas; su legado,
funesto. Pero no todos los Hombres son así. Hay salvación para los hombres, y
su salvación será tu perdición, hija. Hay cosas que están por ocurrir y que ni
siquiera yo puedo controlar.
―¿Qué cosas, Padre?
―Habrá dioses que envíen a sus
Hijos a redimir a los Hombres de su mal. Con su brazo ellos podrán destruirte.
Habrá otros dioses que envíen a sus ejércitos contra ti. Eso aún está por
ocurrir. Desconozco el día y la hora, pero cuando ocurra, tú lo sabrás.
Ra partió,
dejando a Sekhmet sola.
Los otros
dioses fundaron sus familias. Geb y Nut tuvieron varios hijos: Isis, Osiris,
Neftis y Seth. Ra ya no era Rey de Egipto ni de los Hombres. Encontró su lugar
en el cielo, siguiendo la misma línea que el Sol. Pero su legado, sus obras,
perdurarían por siempre. Sobre todo una…
Roma, Italia. En la actualidad.
―Estaba deseando bajar de este
maldito avión.
Eran las nueve
de la noche cuando José Antonio estiró las piernas en tierra firme. Javi y
Laura se reían.
―Si no fueras tan alto esto no
pasaría―decía Laura.
―La próxima vez saca los billetes
en algo mejor que clase turista―
protestó José Antonio.
―Sería un despilfarro innecesario―respondió Javi―. Bueno. Roma, aquí estamos.
Se dirigieron
al hotel, dejaron las maletas y buscaron un sitio para cenar. A las diez y
media estaban de vuelta al hotel. Se juntaron en la habitación de Javi, Laura y
José Antonio. Rafa puso su portátil sobre la mesa.
―Bien―dijo―.
¿Qué hay que buscar?
―Datos―respondió Javi, y lanzó una pregunta―. ¿Quién trajo hasta aquí el
obelisco de la Plaza de San Pedro?
―El emperador Calígula lo trajo
desde Heliopolis, intacto. Lo puso al lado del circo en el que crucificaron a
San Pedro en tiempos de Nerón. Luego el papa Sixto V mandó trasladarlo en el
año 1585, más o menos.
―Año 1585. Sixto V―murmuró Javi.
―Sí… ¿qué pasa? ―preguntó Rafa.
―¿Sabría aquel papa que ese
símbolo, testigo mudo de la crucifixión de San Pedro en el circo de Nerón, fue
erigido en honor a un dios de otra cultura totalmente diferente a la cristiana?
―Pues ni idea…
―Tenemos que averiguar más sobre
Sixto V. El motivo real por el que puso el obelisco allí en medio.
Rafa tecleó en
el buscador el nombre de Sixto V. Los típicos datos. Ordenado sacerdote en
1547, llegó a ser papa en 1585.
―Era inquisidor y persiguió a todo
tipo de malhechores―leyó
Rafa―. Se ganó muy mala fama.
Cuando trasladó el obelisco amenazó con pena de muerte a todo trabajador que se
opusiera o que no cumpliera sus normas.
―Coño con el Enviado de Dios―murmuró José Antonio.
―No es precisamente lo que
Jesucristo hubiera querido para alguien que encabezara su legado―dijo Javi―. ¿Hay más?
―Nada…
―Bien, mañana iremos a examinar
ese obelisco a ver qué tiene de interesante.
―Podría no haber absolutamente
nada―dijo Esther.
―En cuyo caso al menos habremos
hecho turismo―Javi apagó el
ordenador―. Vamos a dormir,
mañana tendremos un día interesante.
No sabía hasta
qué punto iba a ser cierta esa afirmación.
A las ocho y
media la habitación donde dormían Javi, Laura y José Antonio estaba ya
rebosando vida por los cuatro costados. Javi se vestía, Laura se duchaba y José
estaba con su habitual parsimonia, mirando alguna cosa en el móvil.
―Vístase usted ya, hombre―empezó a decir Javi mientras se
cerraba el último botón de la camisa.
―Javier, apresurarse nunca es
bueno―José guardó el móvil,
perezosamente, mientras la puerta del baño se abría y Laura salía ya,
totalmente arreglada.
―¿Todavía estás así? ¡Venga,
venga, venga! ―exclamó.
―Otra con las prisas… Ay, Señor.
―Si no fueras tan pachorrero no te
meteríamos prisa―le reciminó
Javi.
―Señor Javier, mi tardanza es
debida a que he visto algo por el móvil que te va a int…
―¡Me importan un huevo tus
aplicaciones!
―No es una aplicación―dijo José―. Es algo de un escritor americano que asegura en su
blog que cada papa de la Iglesia Católica desde los tiempos de San Pedro hasta
nuestros días ha dejado su legado en un códice secreto al cual solamente ellos
y los cardenales más afines tienen acceso.
―Ya veo. Déjame que eche un
vistazo…
―¿No querías que guardase el
móvil?
―¡No me fastidies! ―Javi echaba humo por las orejas.
―Bueno, vale―José sacó el móvil, abrió su
navegador y le mostró a Javi el artículo del blog.
El que lo había
escrito era un doctor en historia de una universidad estadounidense y aseguraba
que en una visita al Vaticano había podido oír a dos cardenales hablando de él.
Su contenido lo desconocía, pero aseguraba que existía.
―Entonces tendremos que echar un
vistazo a ese libro. Seguro que hay anotado algo por el papa Sixto V―dijo Javi, devolviendo el móvil a
José―. Despertemos a estos
dormilones.
No había hecho
más que decirlo cuando empezaron a tocar a la puerta repetidas veces y sin
parar. Y la atropellada voz de Lucas.
―Venga, vamos, arriba, haraganes,
perezosos, gandu…
La puerta se
abrió violentamente. El rosto de Javi era un poema. Las expresiones de las
caras de José y de Laura no se quedaban cortas.
―Ni antes de las nueve de la
mañana dejas de hacer el anormal―escupió
Javi―. Estamos despiertos
desde hace media hora.
José Antonio se
puso los zapatos y ya pudieron salir de la habitación. Esther, Sergio y Lucas
estaban fuera esperando. Rafa, Galindo e Irene aún no habían salido de su
habitación, pero tardaron apenas un par de minutos. Tras poner al día de las
novedades acerca de aquel códice secreto, bajaron a desayunar. El desayuno
consistió en galletas, tostadas, leche, zumo, bollos y una gran tormenta de
ideas…
―Iremos a ver el obelisco, pero
como tampoco espero encontrar nada interesante, necesitamos ese libro―dijo Javi.
―¿Si no esperabas encontrar nada,
para qué hemos venido? ―preguntó
Rafa.
―Para estar en contacto con la
historia. Y para buscar pistas.
―El códice no va a estar a la
vista, eso seguro―intervino
Esther―. Necesitaremos
entrar en las dependencias del papa como mínimo.
―Tú puedes entrar en cualquier
parte―terció Lucas―. Tienes esa habilidad, te
resultaría facilísimo.
―Mira, aunque pudiera, no creo que
me pudiera aparecer directamente donde está nuestro códice. Y si me apareciera
en cada habitación de la Basílica de San Pedro hoy, acabaría muerta y enterrada
de llevar a cabo semejante esfuerzo―respondió
Esther―. Hagámoslo
normalmente.
―No creo que el códice esté ahí―dijo Rafa entonces―. El papa reside en la Domus
Sanctae Marthae, y ahí es donde debe de tenerlo.
―¿Y si guarda el códice en Castel
Gandolfo? ―preguntó Sergio.
―¿Y es sólo un libro? ¿Son dos mil
años de historia que nadie conoce encerrados entre cuatro paredes y en un solo
libro? ―inquirió Irene.
―Es un libro que el papa necesita
tener siempre a mano―intervino
Javi entonces―. No es
descabellado pensar que pueda tenerlo en su residencia, pero recordemos que los
cardenales también pueden tener acceso a ese códice. Así pues yo,
personalmente, descarto la Domus Sanctae Marthae y el Palacio Apostólico para
centrarme en la misma Basílica de San Pedro.
―¿Y por dónde ibas a empezar? ―preguntó Sergio―. Ese sitio es enorme.
―Evidentemente se me había
ocurrido buscar algo en el Archivo Secreto del Vaticano―dijo Javi―,
pero uno, no creo que nos dejaran entrar; y dos, ahí sí que no sabríamos por
dónde empezar a buscar. Lo más sensato es entrar ahí y buscar a alguien que
pueda explicarnos algo sobre el códice.
―¿Qué es lo que estás pensando? ―preguntó Rafa.
―Los guías turísticos tienen que
haber oído algo por narices.
―Oíd, ¿y si vamos a lo seguro?
Buscamos al papa, le secuestramos y le sonsacamos dónde está el libro―dijo Lucas.
Javi y Sergio
le miraron al mismo tiempo.
―Cernícalo.
―Desustanciado.
―Bueno, vale, yo sólo daba ideas,
ya me callo―Lucas acabó su
taza de café y cerró la boca.
Salieron a la
calle tras el desayuno y la tormenta de ideas y se dirigieron a la Plaza de San
Pedro. Había un gran revuelo de gente en aquel lugar. Y todas las personas
murmuraban entre sí.
―¿Ha pasado algo? ―preguntó Esther.
―Pues no lo sé…―respondió Laura.
El grupo se
abrió paso por la plaza. Sergio pudo captar algunas palabras de unas personas
que estaban hablando allí cerca.
―Pues nos hemos perdido algo
gordo, parece―dijo, con la
oreja puesta en lo que hablaban.
―¿El qué? ―preguntó José Antonio, despreocupadamente.
―El Papa acaba de abdicar―dijo Sergio―. Hace escasos cinco minutos que
se ha conocido la noticia.
―Vamos, no fastidies―dijo Javi. Tanto él como Laura se
habían quedado helados.
―¿Abdica? ¿Pero cómo… no se supone
que el puesto es vitalicio? Nunca nadie había abdicado…― balbuceó Laura.
―Esto significa que habrá cónclave
para elegir sucesor―dijo
Rafa.
―Sí…―dijo
Javi―. Y entonces eso quiere
decir que el famoso códice secreto estará en la Capilla Sixtina. En manos de
algún cardenal.
―¿Vamos
a disfrazarnos de cardenales y a colarnos en el cónclave? ―preguntó Galindo.
―Tú eres imbécil, el cónclave es
dentro de dos semanas―le
espetó Sergio.
―Vale, fiera, tranquilo…
―¡Ni fiera ni tranquilo ni nada!
¡Estás como una regadera! Aún estoy esperando que propongas una sola idea
buena, ¡una sola! ―Sergio le
puso a Galindo el dedo índice enfrente de sus mismas narices.
―Un cardenal es elegido elector.
Normalmente es el de más edad. No sería extraño pensar que él fuera quien
tuviera acceso al libro de marras…―
reflexionó Laura.
―Vale, ¿pero cómo accederemos al
libro nosotros? ―preguntó Esther.
―Tiempo, tiempo. Un momento― les cortó Javi―. Yo pensaba que habíamos venido
aquí a otra cosa― y señaló
el monumental obelisco de sesenta y cinco metros que se erguía, majestuoso, en
mitad de la Plaza de San Pedro―.
No digo que el códice no vaya a ser útil, pero eso es lo que hemos venido a
ver. Estamos buscando referencias al Disco Solar de Ra, no lo olvidéis.
Y se acercó al
obelisco, sorteando a los turistas. Lo rodeó. Laura le siguió corriendo. Señaló
las inscripciones en latín.
―Fíjate en eso.
Javi lo miró.
Sacó su móvil y echó fotos, como cualquier otro turista que estaba por allí.
Capturó todas las expresiones latinas del obelisco.
―Ecce crux domini. Fugite partes adversae. Vicit leo de Tribu Juda―leyó.
―Y por aquí pone Christus Vincit, Christus Regnat, Christus Imperat. Christus ab omni malo plebem suam defendat ―leyó Laura.
―¿Qué significa?
―Esta es la cruz del Señor. Huid,
fuerzas del caos. Venció el león de la tribu de Judá. Cristo vence, Cristo
Reina, Cristo Impera. Cristo defiende a su pueblo de todos los males― tradujo Esther de inmediato―. Es como un exorcismo―añadió, como si nada.
Javi se acercó
a la inscripción.
―Parece como si esa fórmula
expulsara a todos los males de este sitio
―dijo Javi―. Cristo
vence, Cristo Reina, Cristo Impera― siguió leyendo.
Los demás se
acercaron también al obelisco.
―¿Hay
algo que hayáis sacado en claro? ―preguntó Sergio.
―No―dijo
Laura.
―Sí―la
contradijo Javi. Ella la miró.
―¿Sí?
Venga, Sherlock. ¿Qué se me ha escapado ahora?
Javi tomó aire
y empezó a hablar.
―Sabemos
que este obelisco traído desde Egipto fue puesto en un circo donde San Pedro
fue crucificado. “Eres Pedro, sobre esta Piedra edificaré mi Iglesia”, dice
Jesucristo en la Biblia. Pues bien, el papa Sixto V trajo esto aquí por algún
motivo desconocido, pero esas inscripciones expulsan a todo mal. Eso es todo un
exorcismo contra el Mal Más Antiguo, señores. De este modo ningún Mal puede
traspasar esta frontera. ¿Cuál es la piedra a la que se refiere la Biblia? San
Pedro. Este obelisco es el testigo mudo de su crucifixión. Ahora está en la
Plaza de San Pedro, guardando la entrada a la Basílica de San Pedro. Espero que
encontremos el códice de cuya existencia sabemos por las búsquedas en Internet,
porque seguro, y me juego lo que queráis, que el papa Sixto V tuvo un buen
motivo para poner aquí el obelisco, realizar esa fórmula de exorcismo y así
salvaguardar este sitio de todo mal.
―Estás
hablando demasiado, chaval― dijo una voz justo detrás de Javi―.
¿Qué quieres, que nos maten a todos?
Los chicos se
volvieron. Dos de los miembros de la Guardia Suiza se habían acercado y les
miraban con cara de pocos amigos.
―Están
investigando el obelisco―dijo uno.
―Y
lo han relacionado con el Mal Más Antiguo―siguió el otro.
―¿Qué
sabéis del Mal Más Antiguo? ¿Por qué estáis aquí? ―preguntó
el primero―.
¿Qué buscáis?
―La
hemos vuelto a liar―murmuró Rafa.
―Os
preguntaré yo algo más―dijo Javi entonces, dirigiéndose a los dos guardias
e ignorando el comentario de Rafa―. ¿Qué sabéis vosotros de alguien que quiere robar
el Disco Solar de Ra?
Los guardias se
miraron entre sí. Uno de ellos asintió. El otro habló.
―Acompañadnos
donde nadie pueda vernos. Estamos llamando la atención demasiado.
Javi miró a los
demás y asintió con la cabeza. El grupo acompañó a los dos guardias, que les
llevaron a su cuartel.
―Estamos
en el cuartel de la Guardia Suiza Pontificia―decía Laura,
visiblemente emocionada.
―Sentaos―les
dijo uno de los guardias. Los chicos hicieron lo que les dijo y a continuación
el guardia añadió―: Bien, contadme qué os trae por aquí.
―No
recuerdo vuestros nombres―dijo Javi.
―Soy
Dominic Sutermeister―respondió el guardia―. Mi compañero es mi
hermano Luca. No recordamos el vuestro tampoco.
Javi lanzó su
carné de presidente de la ADICT al sitio en que estaba sentado Dominic Sutermeister.
Éste lo cogió y le echó un vistazo.
―¿ADICT?
¿Es una especie de sociedad secreta?
―Asociación
de Investigación―respondió Javi―. Estos son mis compa- ñeros y amigos, Laura, José
Antonio, Esther, Sergio, Rafa, Lucas, Galindo e Irene.
Dominic y Luca
se miraron de nuevo.
―¿Y
a qué habéis venido?
―Las
Reliquias Supremas están en peligro.
―¿Qué
sabéis de eso? ―preguntó Dominic, alterado, levantando la voz.
Javi miró a
Laura, y entonces ésta contó la historia. De cómo Dumoitiers había resultado
capturado por aquellos tipos, cómo él les había hablado de un objeto legendario
heredado por los templarios y puesto a salvo en incontables ocasiones a lo
largo de los siglos. Y de que Vicente Vicuña quería robar aquel objeto, pero no
había tenido éxito por una pronta intervención por parte de los chicos. Los
hermanos Sutermeister se miraron de nuevo.
―Ya
veo. ¿Y qué hacéis aquí? ¿Queréis el famoso Disco Solar de Ra? ―preguntó
Luca.
―Vosotros
no sois simples miembros de la Guardia Suiza.
No era una
pregunta. Era una afirmación. Javi lo había visto claro.
―Vamos
por buen camino, ¿verdad?
―Amigo―Dominic
lanzó un suspiro―, ese Vicente Vicuña no podría poner un pie más allá
del obelisco de la plaza. En cuanto lo hiciera la luz del Sol le reduciría a
cenizas de inmediato.
―Así
que el disco solar está en la basílica―supuso Laura.
Rafa, Galindo y
Lucas comenzaron a cuchichear. Esther y José Antonio también comenzaron a
hablar por lo bajini. Javi frunció el ceño.
―No
lo creo. Si Vicente está siguiendo nuestros pasos (porque puede rastrearnos) no
sería descabellado pensar que también quiere buscar ese códice secreto.
―El
cónclave se ha convocado―dijo Luca―. En breve todos los cardenales se reunirán. El Gran
Elector es el que recibirá el códice secreto papal de manos del camarlengo, que
es quien guarda el códice durante el período de sede vacante. Cuando el nuevo
papa es elegido el camarlengo entrega el códice al gran elector y éste anota el
nombre del nuevo papa. A continuación le entrega el códice.
―Interesante―decía
Laura.
―El
códice papal de Sixto V―dijo Javi―. Necesitamos ese. ¿Cuáles fueron los motivos por
los que puso ese obelisco ahí? ¿Tiene que ver con la protección de la reliquia?
¿Me vais a decir ya quiénes sois?
Dominic y Luca
asintieron.
―No
tiene sentido seguir ocultándolo. Somos descendientes directos de los medjay
que custodiaron el disco solar de Ra hace siglos―expuso Dominic―.
La historia es singular. Nuestros antepasados utilizaron el disco solar para
desposeer a una poderosa diosa con cabeza de leona. Sekhmet era su nombre.
Sekhmet, hija de Ra, dios Sol. A partir de entonces comenzó la batalla de
Sekhmet por recuperar el disco solar. Los medjay buscaron ayuda. Recorrieron el
mundo entero. Al principio de la Era Cristiana Jesucristo entregó su vida en la
cruz redimiendo al mundo del pecado. Los fragmentos de su cruz se desperdigaron
por el mundo, pero uno de ellos fue a parar a los templarios. Los medjay
estuvieron allí. Pidieron a los caballeros de la Orden del Temple que guardaran
aquella reliquia, pues podría servir para acabar con un antiguo mal.
―De
hecho el Lignum Crucis fue la herencia recibida por la Orden del Temple de
manos de un antiguo rey castellano―intervino Laura.
―Exacto―continuó
Dominic―.
Esa cruz, la misma cruz del Señor, no es un crucifijo normal. Haría retroceder
a la criatura más oscura y terrorífica.
―¿Pero
quién es esa Sekhmet? ―preguntó Rafa.
―Ya
que me habéis hablado de ese Vicente Vicuña supongo que no os asustará conocer
que tras desposeerla de su condición de diosa ahora es una vampiresa. La más
antigua y poderosa del mundo. La primera de todos los vampiros. La que quiere
el disco para recuperar su poder y la que quiere las otras dos reliquias que
los medjay consiguieron encontrar a lo largo del mundo para destruirlas y así
evitar su propia destrucción. Se la representa con un león.
―Vici
leo de Tribu Juda―recitó Javi―. Venció el león de la Tribu de Judá. ¿No tendrá
algo que ver ese león con Sekhmet?
―Pudiera
ser. Pudiera no ser―dijo Luca―. El caso es que los medjay se llevaron el disco solar
lejos de Egipto e instaron al emperador Calígula a que se llevara el obelisco
de Heliopolis, la gran ciudad donde Ra recibía mayor culto, a Roma. Luego el
papa Sixto V lo trasladó a la Plaza de San Pedro por sugerencia de los medjay.
El mismo papa cogió el disco y lo ocultó. Ahora solamente el pontífice sabe
dónde está esa reliquia. Protegida tras estos muros, después del exorcismo
lanzado desde el obelisco, ningún mal puede tocarlo.
―Y
vosotros sois medjay infiltrados en la Guardia Suiza―dijo
Javi.
―Sí.
Cada pocos años rotamos, porque se supone que solamente los menores de 30 años
pueden entrar en la Guardia.
Todos los
chicos de ADICT se miraron. El disco solar estaba tras los muros de la basílica
a salvo desde hacía cientos de años.
―¿Nunca
nadie ha intentado entrar a buscarlo? ―preguntó Laura.
―Claro
que sí. A lo largo de los siglos hay muchos insensatos que han intentado
cogerlo. El mismo emperados Carlos I de España y V de Alemania ordenó el saqueo
de Roma. Más de cien miembros de la Guardia Suiza dieron su vida protegiendo la
basílica.
―Bien―intervino
Javi―,
si no sabemos dónde está el códice (y es evidente que no lo sabemos ninguno de
los que estamos aquí), sólo se me ocurre una salida posible.
―Colarse
en la basílica, buscar al camarlengo y sonsacárselo―lanzó
Lucas, entusiasmado. Javi le miró directamente a los ojos.
―Vale,
me callo…―dijo
Lucas.
―No
te calles―a
Javi le brilló la mirada―. Mientras dure el período de sede vacante, y me
atrevo a decir que estarán un par de días con las votaciones, tenemos tiempo
más que suficiente para echar un vistazo a ese códice. Más de dos semanas. Nos
sobra hasta tiempo.
―¿Pensáis
buscar el Disco Solar? ―exclamó Dominic, levantándose de su silla
bruscamente―.
Como miembros de la guardia y descendientes de los medjay no podemos permitir
semejante afrenta, por encomiables que sean vuestras intenciones.
―Dominic,
cálmate―le
pidió Javi―.
¿Sabes? Cuando aparezca Vicente (si es que no ha aparecido ya) no verás tan
descabellado nuestro plan.
―No
puede aparecer porque no puede poner un pie más allá del obelisco, ¿no te has
enterado?
―De
noche no hay sol. Vicente no se haría cenizas―terció Esther.
―Necesitamos
encontrar el códice y echarle un vistazo. Sólo eso. Aprovecharemos la sede
vacante para buscarlo. Nos será más sencillo. Y si no hay peligro de que
Vicente aparezca nos iremos―dijo Javi―. Tenéis mi palabra.
Luca y Dominic
asintieron al mismo tiempo.
―Bien.
Haremos la vista gorda con vosotros.
―¿Alguna
idea de por dónde empezar? ―preguntó Javi.
―Simplemente
entrad y buscad. Me temo que no podemos decir nada más. Tampoco es que sepamos
mucho. Nosotros sólo protegemos la ciudad y no sabemos dónde está el disco.
Vicente Vicuña
estaba paseando por las calles de Roma. Sabía que los entrometidos de ADICT
estaban en aquella ciudad, y si no estaban, iban a tardar muy poco en aparecer.
Sus pistas no le fallaban. Además, aquel estúpido licántropo que le perseguía
no era muy hábil borrando sus pasos. No tuvo más que esperarlo en el sitio
adecuado y darle caza, para luego sonsacarle el lugar en el que estaba el
obelisco de Heliopolis dedicado a Ra. Evidentemente aquel estúpido perro
pulgoso no había querido hablar, así que Vicente tuvo que emplear sus métodos
de persuasión. Después de obtener la respuesta que quería había ido hasta Roma.
―Y
si me entero de que me has mentido, volveré a por ti y te arrancaré la cabeza―le
había dicho, con una psicópata y falsa sonrisa.
Por la noche Vicente
ya estaba en la Plaza de San Pedro, pero conforme se iba acercando al obelisco
una extraña fuerza le paralizaba. Intentaba caminar hacia delante, pero sus
pies le respondían menos a cada paso que daba. Extrañado, probó a caminar hacia
atrás. Y esta vez sí notó que las fuerzas le volvían. Se preguntó dónde
estarían aquellos estúpidos, dónde tendrían guardado el relicario.
Evidentemente no podía entrar en la sede de la ADICT sin una invitación previa,
así que lo tenía difícil. Vicente sacó una jeringuilla de su bolsillo. Le
quedaban dos muestras de aquel virus fatal que había intentado expandir sin
éxito meses atrás. Un vampiro no podría pasar ese muro. Una persona normal, sí.
Si utilizaba el virus en alguien… sí, sería un plan perfecto. O encontraba el
disco solar o moría en el intento. Bien porque el virus le acabaría
transformando dentro de la basílica y eso propiciaría su destrucción inmediata,
bien porque él mismo le matara por no traer los resultados deseados. Dos
muestras. Dos oportunidades para conseguirlo. Se apoyó en una pared, a la
sombra. Y esperó. Esperó a la persona adecuada. Una anciana que iba llevando la
compra. Descartada. Un tipo que iba con un estuche de violín a hombros.
Descartado. Un tipo que pasaba leyendo el periódco. Descartado. Vicente esperó
y esperó hasta que pasó un chico joven, con varios tatuajes y un piercing en la
nariz. Vicente le clavó la jeringuilla en el pecho con una rapidez y discreción
tal que nadie pudo advertirlo. La víctima cayó al suelo. Vicente se inclinó
sobre él. Algun curioso se acercó para ver qué pasaba, pero Vicente sólo tenía
que decirle:
―Solamente
le ha dado un mareo, yo me encargo de ello, gracias.
El chico, de
unos veinticinco años de edad, notaba cómo su cuerpo empezaba a enfriarse.
―¿Qué
ha pasado…? ¿Qué me has hecho…?
Vicente sonrió
e intentó calmarle.
―Tranquilo,
tío duro. No ha pasado nada. Necesito tu ayuda para un trabajito. Si lo haces,
te suministraré el antídoto que necesitas.
―¿Me
has… envenenado? ―el chico pegó un espasmo.
―Algo
parecido. Tienes hasta la media noche para entrar en la Basílica de San Pedro,
agarrar a algún cardenal y sonsacarle dónde está el disco solar de Ra. ¿Me has
comprendido?
―A
una señal mía mis colegas vendrán y se echarán sobre ti.
―Oh,
eres muy considerado. A una señal tuya tus colegas estarán muertos antes de
tocarme. Haz lo que te digo y tal vez vivas para contarlo.
Vicente se
reía. El chico se levantó del suelo. Se puso en pie y se tambaleó. Vicente le
dio unas últimas instrucciones.
―Me
da igual la forma en la que consigas el disco solar. Date prisa o morirás. No
es una amenaza. Es la ponzoña que recorre tu cuerpo.
―¿Quién
eres?
―Dentro
de poco, el vampiro más poderoso del mundo―murmuró Vicente―.
¿Y tú, quién eres?
―Me
llamo Nicola.
―A
partir de ahora eres Nicolás Vicuña―dijo Vicente.
―Pero…
―No
admito réplicas. Entra en esa basílica. Encuentra el despacho papal. Pregunta a
quien sea dónde escondió el papa Sixto V el disco solar de Ra. ¿Me has
entendido?
Vicente y
Nicolás se dirigieron a la Plaza de San Pedro. Vicente observó, expectante, agazapado
tras la sombra de las columnas más alejadas del obelisco. Vio con su penetrante
vista cómo Nicolás, coaccionado por él, se dirigía al interior de la basílica.
También pudo ver al grupo de ADICT que, en ese mismo momento, confundiéndose
entre la multitud turística, entraba al gran templo.
―Ya
veremos quién gana esta partida, metomentodos― murmuró.
Capítulo 9
El Códice Secreto.
―Laura,
tú ya estuviste aquí antes. Conoces todo esto mejor que nosotros.
―Pero
estuve hace años, Javi…
Javi se detuvo
y la miró.
―No
necesitamos una visita guiada por Roma y por el Vaticano si te tenemos aquí, y
lo sabes. Déjate la modestia, estás con nosotros. Empieza a contarnos todo
cuanto sepas de este sitio, que seguramente no es poco.
Era cierto. A
Laura le apasionaban todos aquellos lugares. Hacía pocos años, antes de
ingresar en la ADICT, había visitado Roma, visto las obras de arte más famosas
de todos los artistas que allí había habido. Había puesto los pies en sitios
como la tumba de Rafael o de San Pedro. Había visitado las iglesias más famosas
para contemplar las prodigiosas esculturas que albergaban en su interior. Y se
había empapado de conocimientos de aquel lugar. Incluso antes de viajar había
buscado por Internet toda la información necesaria para comprender los lugares
a los que iba a ir.
―Bueno,
lo que tenemos que hacer es colarnos en el despacho del Papa saliente. Ha
abdicado esta mañana, así que hay un margen de un par de semanas hasta que se
celebre el cónclave. Cuando el papa abdica, el camarlengo pasa al frente
provisionalmente. Mirad, esa es la Piedad―señaló una figura a la derecha de la entrada a la
basílica.
―¿Colarnos
en el despacho? ¿Y dónde está el despacho? ―preguntó Rafa.
―Saliendo
de aquí, atravesando unos jardines a mano derecha y es ese edificio―respondió
Laura, encabezando el grupo, y continuando la marcha por el interior del enorme
templo.
―Bueno,
yo veo claro un plan para colarse sin ser vistos―dijo Lucas―.
Disfrazarnos de curas.
Javi le lanzó
una mirada iracunda.
―Disrazarnos.
―Sí.
―De
curas.
―Exacto.
―Lucas…
―Ya,
ya. Me callo.
―No.
Podría funcionar― dijo Javi, sonriendo malévolamente, y haciendo un
barrido, mirando a todos sus compañeros, añadió, lentamente―:
Veamos, ¿quién de nosotros puede dar el pego y hacerse pasar por…?―su
mirada dio un par de vueltas y se detuvo en Sergio―.
Ajá… es perfecto…
―¿Qué
es perfecto? ―preguntó
Sergio―.
Oye, no estás pensando que…
―Eso
y más, amigo mío, eso y más―Javi le dio dos palmaditas―.
No voy a meter a Lucas disfrazado, menos aún a Galindo, así que…
―Bendición,
padre―
Lucas se inclinó ante Sergio.
―Pues
como voy a ser cura voy a empezar a consagrar hostias― dijo un enfurruñado Sergio, dirigiéndose a Lucas
con mal humor.
―Si
te hace sentir mejor, hablaré con Dominic y Luca para que te acompañen―le
dijo Javi.
―¿Por
qué ellos dos? Prefiero que seas tú, o Rafa. Hay más confianza.
―Oh,
vale, está bien. Rafa, Lucas, conseguid uno de los pijamas de esos con los que
se viste la Guardia Suiza…
―¡Son
uniformes diseñados por Miguel Ángel! ―exclamó Laura.
―Sí,
claro, chica guapa, lo que digas―Javi apenas escuchaba―. Sergio, vamos al
lío.
Laura se
enfurruñó. Sergio, Rafa y Lucas se dirigieron al cuartel nuevamente. Allí
buscaron a Dominic y a Luca, y les expusieron el plan que tenían. Ellos no se
mostraron muy convencidos al principio, pero luego accedieron a condición de
que Dominic les acompañara. Dieron dos uniformes a Rafa y a Lucas. Sergio se
agenció un traje negro y una sotana que había en un armario. Tras vestirse, Sergio,
Rafa, Lucas y Dominic se dirigieron hacia los jardines, los cruzaron y entraron
en el Palacio Apostólico.
―Vale,
¿y el despacho papal? ―preguntó Lucas.
―Sólo
seguidme―respondió
Dominic―.
Y ni una palabra.
Dominic abría
el grupo. Sergio iba flanqueado por Rafa y por Lucas, justo detrás de él. Pudieron
llegar sin complicaciones hasta el despacho del papa. Dominic entró delante y
anunció la llegada de Sergio al camarlengo, que se encontraba en su interior.
Sergio entró y Lucas fue detrás. Dominic se retiró.
Sergio y Lucas
avanzaron hacia el hombre. Éste invitó a Sergio a sentarse. Lucas permaneció en
pie, junto a la puerta, cuidando que no pasara nadie.
―No
me han avisado de que venía una visita hasta hace escasos minutos.
―Es
un asunto importante, signore―le dijo Sergio.
―¿Importante?
―el
anciano camarlengo se extrañó.
―Exacto.
Permítame ir al grano―Sergio puso su carnet de Coordinador General de
ADICT sobre la mesa―. Le ruego máxima discreción posible en este asunto.
No soy sacerdote, sino detective.
―¿Y
por qué quiere verme un detective?
―Dos
detectives. Él también es de mi organización―señaló a Lucas.
―¿Qué
está pasando aquí? ―preguntó el aniano, desubicado.
―Bueno,
venimos para echar un vistazo al códice secreto papal―Lucas
se acercó y soltó las palabras tal cual. Sergio suspiró. Qué poco tacto puedes tener a veces. Pedazo de animal…
―¿El
códice secreto papal? ―preguntó el camarlengo―.
Esto es un disparate. Os coláis en el despacho del papa, decís que sois
detectives y ahora me pedís el códice…
―El
capitán Dominic Sutermeister puede confirmarlo―dijo Sergio.
―¿Cómo
sé que no le habéis engañado? ―preguntó el camarlengo, suspicazmente.
―Si
nosotros quisiéramos matar a alguien ya lo habríamos hecho. Si quisiéramos
robar el códice nos habríamos infiltrado de otra manera. Pero dudo que mi jefe
aprobara tal barbaridad―respondió Sergio―. Solamente
necesitamos echarlo un vistazo al códice papal en el que escribió Sixto V.
El camarlengo
les miró, sin saber si podía o no confiar en éllos. En ese momento la puerta se
abrió y Dominic entró, con signos de alarma en su cara y el walkie – talkie aún
en la mano, señal de que acababan de decirle algo.
―Hay
un loco en la Basílica de San Pedro. Los guardias de abajo no han podido
detenerle. Acaban de avisarme.
―¿Un
loco? ¿En la basílica? ¿Dentro?―preguntó el camarlengo―.
¿Qué ocurre, capitán Sutermeister?
―Parece
que se dirige hacia aquí…
―Oh,
genial―dijo
Sergio―.
Y todavía no es ni mediodía.
Vicente Vicuña
se había apostado fuera de la basílica, esperando que su pupilo recién
transformado con el virus entrara y averiguara algo. Tenía la orden de llegar
hasta el despacho papal e interrogar acerca del códice al ahora jefe de Estado
en sede vacante. Si no lo conseguía antes de acabar el proceso de
transformación por el virus, quedaría reducido a cenizas por estar más allá del
obelisco que exorcizaba al mal. Si no lo conseguía y volvía con las manos
vacías, al menos lo utilizaría como aliado. Así que simplemente se había
limitado a quedarse allí, esperando a que se desarrollaran los acontecimientos
y haciendo tiempo. Sabía que aquellos tocanarices de la ADICT estaban allí
cerca. Desde que le habían dado el cambiazo con la espada templaria estaba de
especial mal humor, y no iba a permitir que el disco solar se le escapara
también.
El chico al que
había inoculado el virus había entrado a la basílica. Nada más entrar le había
dado un espasmo y cayó al suelo. La gente se quedó mirando. Pero cuando se
levantó, sus ojos eran de un color más rojizo, su piel estaba más pálida y sus
facciones eran más duras, revelando que estaba dejando de ser humano. Un
síntoma que Laura o Javi habrían detectado de inmediato de no ser porque
estaban en la parte opuesta de la basílica. Nicolás buscaba el camino para
llegar al despacho papal. Sabía que tenía que ir allí. Un instinto extraño se
lo decía.
Ahora Javi y
Esther miraban una escultura situada en la nave central. Y en ese momento, un
grito.
―¡Eh!
La Guardia
Suiza se estaba movilizando. Se dirigían todos al interior de la basílica,
entrando en tromba. Javi localizó a Luca Sutermeister.
―¡Luca!
¿Qué ocurre?
―Alguien
intenta colarse en el Palacio Apostólico.
―Pero
sólo son Sergio y Lucas, no pasa na…
―¡No
son ellos dos! ¡Alguien ha entrado!
A Javi se le
paró el corazón un segundo. ¿Sería posible que Vicente…? Pero eso era absurdo,
el exorcismo del obelisco lo impedía. Aunque eran solamente unas palabras
grabadas en un trozo de piedra. ¡Pero el obelisco tenía un crucifijo en lo
alto! Moviendo la cabeza, Javi movilizó a sus amigos. La Guardia Suiza pasaba
en tromba atravesando la basílica, los turistas quedaban petrificados y los
chicos de ADICT reaccionaron.
―¡Seguidles!
―exclamó
Javi.
Nicolás avanzó
por la basílica, saliendo por la puerta que había al fondo, que daba a los
jardines. Se dirigió hacia la Capilla Sextina y la rodeó, buscando una entrada.
Dos guardias
suizos le pisaban los talones. Nicolás se volvió contra ellos al notarles tras
él. Dio una patada a uno, enviándolo de espaldas cinco metros más allá.
Forcejeó con el otro, le arrebató su arma y le dio un sonoro puñetazo que le
dejó inconsciente en el suelo. Nicolás no sabía qué le estaba pasando. Había
sido líder de una banda callejera. Tenía antecedentes penales por atraco a mano
armada. Tenía a la mitad de la policía italiana tras él. Nunca le habían
pillado, zafarse era su especialidad. Y ahora aquel tipo, Vicente, le había
inoculado algo que había potenciado su fuerza y su velocidad. Había dejado KO a
dos miembros de la Guardia Suiza sin apenas despeinarse. Vio una gran puerta
abierta y entró.
En el despacho
del papa, el camarlengo, Sergio y Lucas estaban preparados para lo peor.
―Habría
que salir de aquí, signore―dijo Sergio, con la mano preparada para desenfundar
su arma―.
El que está aquí viene a por lo mismo que nosotros.
―No
voy a moverme―dijo
el camarlengo―.
Toda la Guardia Suiza está encima de ese tipo.
―Toda
la Guardia Suiza no bastará para detenerle―aseguró Sergio. La
seguridad con que lo dijo inquietó al camarlengo. ¿Quiénes eran aquellos dos
jóvenes que habían irrumpido en el despacho de aquella forma y que ahora le
aseguraban que la guardia no bastaba para detener a un intruso que venía a
buscar lo mismo que ellos?
―¿Evacuamos?― dijo Sergio. Lucas se dirigió hacia la puerta.
―No
sé. Aquí estamos seguros. Si alguien entra por esa puerta, podremos hacerle
frente mejor que ahí fuera, ¿no?
Sergio asintió.
―Sí.
Es verdad. Prepárate para lo peor.
Nicolás avanzó
por los pasillos del palacio, buscando el despacho papal. Los guardias suizos
le perseguían pero Nicolás era demasiado rápido para ellos. El efecto del virus
empezaba a hacerse notar, pero el chico no estaba aún transformado del todo.
Sergio y Lucas estaban atrincherados en el despacho, esperando ver entrar a
alguien amenazante en cualquier momento. Nicolás seguía librándose con
facilidad de todos los guardias que le salían al paso. Sabía de alguna manera
el sitio en el que se encontraba el despacho y seguía avanzando, inexorable,
hacia su destino. La ADICT le perseguía ahora más de cerca. Laura sacó su
pistola de dardos y disparó al blanco en movimiento. Acertó en el hombro.
Nicolás se quejó, pero no se derrumbó. La circulación de su sangre empezaba a ser
demasiado lenta como para que el somnífero le hiciera efecto inmediatamente.
Subió al piso siguiente.
―José,
Rafa―indicó
Javi―.
Quedaos aquí abajo por si piensa darse media vuelta y escapar. Cortadle la
retirada, me da igual cómo la hagáis. Pero lo quiero vivo y coleando.
―Bien―dijo
Rafa. Él, Galindo y José Antonio se apostaron en la escalera. Javi, Laura y
Esther subieron, siguiendo a Nicolás, que se dirigía sin demora hacia la puerta
del despacho papal. Los dos guardias suizos que custodiaban la entrada cruzaron
sus alabardas, pero Nicolás agarró sendas armas con sus manos y les lanzó al
suelo. Entonces Dominic amartilleó su pistola y le apuntó.
―¡Detente
de inmediato!
Nicolás
respondió con un gruñido e hizo caso omiso. Dominic apuntó y disparó contra Nicolás,
pero éste ni se inmutó. Para cuando Dominic quiso volver a disparar, Nicolás
había entrado en el despacho del papa y se había encontrado ya cara a cara con
Sergio y Lucas, con el camarlengo tras ellos.
―Vas
a tener que pasar por encima de nosotros―dijo Sergio.
Nicolás pegó un
salto hacia delante. Sergio levantó la pierna lateralmente y le detuvo en el
aire. Nicolás cayó en pie, haciendo gala de un excelente equilibrio. Agarró a
Sergio como si fuera de plástico y lo lanzó de espaldas contra la mesa. Lucas
disparó su thaser contra Nicolás. Éste cayó al suelo, entre espasmos. Javi,
Laura y Esther entraron al despacho en tromba, seguidos del capitán Dominic
Sutermeister. Dominic avanzó y agarró de la solapa a Nicolás.
―¿Quién
eres?
―Vete
al infierno―respondió
el neófito. Se quitó de en medio a Dominic y lo lanzó de espaldas contra
Sergio. A continuación, a toda velocidad, se encaró con Lucas, haciendo saltar
la pistola de su mano de una patada tremenda.
―La
biblioteca―dijo
Nicolás, mirando al camarlengo fijamente―. Claro. Ahí está la clave, ¿verdad?
De otro salto
enfiló la puerta del despacho para salir, pero allí estaban Javi y Laura.
―Se
te acabó la suerte―dijo. Y lanzó el talón de la mano contra la barbilla
de Nicolás en dirección diagonal ascendente y una patada frontal al bajo
vientre. Laura disparó otros dos dardos al mismo tiempo, acertándole con uno en
el cuello, en la misma yugular, y con el otro en el pecho. Nicolás cayó sin
sentido.
―Esto
es una pesadilla―dijo Dominic―. ¿Qué decía de la biblioteca?
―¿Estará
allí el códice? ―Sergio se levantó, dolorido. El camarlengo habló.
―Dos
de vosotros me acompañaréis a la biblioteca del Vaticano. El resto volved
fuera. El capitán Sutermeister os acompañará.
―Sergio,
Lucas. Id fuera y descansad. Volved al hotel―dijo Javi.
Esther se había
inclinado sobre el cuerpo y echaba un vistazo a la documentación de aquel tipo.
―Nicola
Monti―leyó―.
Iré a investigar acerca de él.
―Ve―dijo
Laura―.
Si le ha elegido Vicente, seguro que tiene motivos.
―Tiene
todos los síntomas del virus aquel―dijo Javi, mirando el cuerpo inconsciente―.
Piel pálida y fría, ojos rojizos. Me temo que ese asqueroso guardaba este as en
la manga.
Dominic
acompañó a todos al exterior, excepto a Javi y a Laura, que se quedaron con el
camarlengo. Caminaron en silencio hacia la biblioteca vaticana. Una vez allí,
el camarlengo se dirigió hacia un escritorio. Abrió una estantería cerrada a
cal y canto.
―Este
lugar y el Archivo Secreto se separaron en los principios del siglo XVII―explicó
el camarlengo―.
No obstante, los siete códices secretos papales se encuentran aquí. ¿Cuál
buscáis?
―Pues…―titubeó
Javi―,
el de la época de Sixto V.
El camarlengo
cogió el quinto libro de los siete que había.
―Cada
uno abarca unos trescientos años. El séptimo se quedará en la estantería hasta
que se celebre el cónclave, y pasará entonces a manos del nuevo papa. Pero aquí
están recogidas todas las actividades que han realizado los papas de la Iglesia
Católica a lo largo de los siglos. Tratadlo bien― dijo.
Javi y Laura
pusieron el enorme libro sobre una mesa y lo abrieron. Pasaron las páginas. Iulius Secundus, Papa Leo Decimus, Papa
Adriano Sextus… Tras Gregorio XIII encontraron a Sixto V.
Laura intentó
leer la letra, buscando algo referente al obelisco. Unas páginas más adelante había
un dibujo.
―Aquí
puede haber algo―dijo Laura―. Mira―leyó con dificultad―. “He ordenado que los medjay sitúen el obelisco en mitad de la plaza
para santificarlo y así impedir la entrada a las fuerzas de Lucifer. Me han
entregado su disco solar como signo de buena fe, y yo lo ocultaré siguiendo las
pautas que me dieron. Nadie sabrá dónde está. Pero para que el secreto no se
pierda con los años, el obelisco de Helipolis será colocado en mitad de la
Plaza de San Pedro. Se podrá encontrar el disco con la última sombra del
crepúsculo del día de Ra según los antiguos egipcios escribieron. Dios guíe a
quien quiera buscarlo para hacer el bien y maldiga a quien quiera usarlo para
el mal”.
―Bueno,
esto aclara muchas cosas―dijo Javi, suspirando―. ¿Alguien ha leído
alguna vez estos documentos? ―preguntó al camarlengo.
―No
mientras yo he estado en el Vaticano. El acceso a esta biblioteca es
restringido―respondió
el anciano―.
Estoy seguro de ello.
Fuera de
aquellas paredes, un oído penetrante escuchaba la conversación. Nicolás se
había zafado. Inconsciente y todo como estaba, no había tardado demasiado en
recuperarse y había saltado por la primera ventana que había encontrado en su
camino, cayendo con una facilidad pasmosa sobre sus pies, y sólo había tenido
que seguir la voz de los chicos. Nicolás fue a buscar a Vicente con la
información que había logrado. Se esfumó silenciosamente, tal como se había
zafado de sus captores.
Mientras tanto,
Javi y Laura habían fotografiado la página y ya habían devuelto el grueso libro
a la estantería.
―¿Lo
tienes? ―preguntó
Javi.
―Sí.
Nuevo emplazamiento sugerido por los medjay, que ocultaron el disco, cuya
ubicación viene dada por la última sombra del crepúsculo en el Día de Ra―resumió
Laura.
―Perfecto.
Esperemos al atardecer―dijo Javi.
―Estamos
a mitad de febrero, ¿cuándo es el Día de Ra? ―terció Laura.
―Las
trayectorias solares varían a lo largo del año. Lo calcularé yo mismo.
El camarlengo
les acompañó a la puerta de la biblioteca.
―Le
agradecemos la ayuda―dijo Javi―. Le dejamos ya. Tiene un cóclave que preparar.
―Que
Dios os acompañe, jóvenes amigos―les despidió el camarlengo.
―Yo
creo que siempre lo hace―respondió Laura.
Dominic, que
les esperaba fuera, se dirigió hacia ellos.
―Bueno,
nuestro amigo ha escapado―dijo―. ¿Qué tenéis?
―El
obelisco fue puesto en ese lugar con un propósito. No era un sitio aleatorio―respondió
Javi―.
La última sombra de la tarde indica el camino a seguir.
―Desde
la plaza de San Pedro hasta el disco―dijo Laura―. Ya casi lo tenemos.
Dominic les
acompañó hasta la puerta.
―Si
ese desalmado ha escapado… bueno, seguro que tendremos noticias suyas pronto.
―No
lo dudes―dijo
Javi―.
No preguntes cómo, pero seguro que sabe lo que hacer para encontrar el disco. Y
por eso tenemos que impedirlo. Tenéis que impedirlo.
―Ahora
os toca a vosotros. Los medjay hemos cumplido bien nuestra tarea hasta ahora.
Pero ahora vosotros sabéis llegar hasta el disco mejor que nosotros mismos. Luca
y yo estamos aquí, por si nos necesitáis. Si supiera dónde está…
―Es
mejor que nadie lo sepa―dijo Laura―. Así no ha caído nunca en malas manos.
―Si
lo encontráis, Dios lo quiera, aseguraos de que vuelve a su lugar de origen. O,
en cualquier caso, devolvédnoslo.
―Descuida.
Volveremos, Dominic―se despidió Javi.
―Así
que la última sombra del crepúsculo del día de Ra.
―Ya
he cumplido. Ahora devuélveme a la normalidad.
Vicente no
escuchaba las palabras de Nicolás, hundiéndose en sus propias cavilaciones. Así
que era así de sencillo.
―He
hecho lo que me has pedido. Ahora cumple tu parte del trato.
―¿De
verdad? ―Vicente
habló con tono aburrido―. ¿Te ofrezco el regalo de la inmortalidad, y tú lo
rechazas?
―¿Inmortalidad?
¿De qué hablas?
―Hace
poco éramos una gran familia. Yo me uní a ellos y ellos me ayudaban. Pero unos
detectives entrometidos se metieron en medio de nuestros asuntos y no dejó a
títere con cabeza. Sólo quedo yo. Irónicamente, cosas del destino, esta
búsqueda también la empecé yo solo. Sí, mi familia me ayudó mucho. Nos costó
tantísimo tiempo descubrir tan sólo cuáles eran las Tres Reliquias Supremas… Y
ahora yo te he elegido a ti. Para continuar el legado de los Vicuña, amigo mío.
Tú. Aspirabas a ser algo más que un macarra de la calle. Un simple ladronzuelo
de poca monta…
―Yo
soy jefe de una de las bandas de este barrio―replicó Nicolás.
―Por
eso te elegí―dijo
Vicente―.
Si no quieres seguirme, no te necesito. Buscaré a alguien con quien compartir
la eterna gloria.
Nicolás quedó
en silencio. Estaba desconcertado con aquellas nuevas habilidades que había
adquirido. Y la inmortalidad.
―¿Cuántos
años tienes? ―preguntó
Nicolás.
―¿Cuántos
te parece que tengo?
―¿Veinticinco?
¿Treinta?
Vicente sonrió.
―Sube
más. Multiplica por quince, más o menos.
Nicolás calló,
de nuevo.
―¿Qué
buscas? ¿Por qué yo?
―Busco
tres reliquias. La primera reliquia, el Lignum Crucis de Santo Toribio, la
tienen esos desgraciados detectives de la ADICT. La segunda, el Disco Solar
egipcio, está aquí y he venido justo cuando han venido ellos. Sólo sabía que
estaba aquí, en Roma, pero no su ubicación exacta. Por ello es primordial
enterarme de todo cuanto averigüen. La otra está en Japón. Una katana de
poderosas dimensiones capaz de hacer milagros con su filo. Eso busco. En cuanto
a ti―
Vicente volvió a esbozar una sonrisa psicópata―, el azar ha querido
que seas tú. El azar y las potenciales capacidades que he visto en ti. Llevo
creando ejércitos de neófitos más de trescientos años. Y cada uno ha conseguido
su propósito. No del todo, pero me ha servido para darme cuenta de algunas
cosas. Tú decides. Sigue siendo Nicola o, por el contrario, únete a la familia.
El discurso de
Vicente dejó a Nicolás en estado de shock. Reliquias, detectives, vampiros
neófitos. La familia de los Vicuña.
―Sea
lo que sea, necesitas aliados, y creo que la recompensa es buena―decidió
Nicolás―.
Sea, pues. Me uniré.
―Bien,
sólo te falta una cosa―dijo Vicente. Se levantó la camisa y dejó entrever
una marca grabada a fuego sobre su pálida piel―. Antes de que la
transformación sea llevada a cabo, te grabaré la marca de los Vicuña. Es el
símbolo que representa la lealtad de la familia. La que tuve que guardar yo
hacia ellos y ellos hacia mí.
Nicolás miró el
símbolo.
―Una
vez entras, no sales―dijo Vicente―. Es toda una existencia de lealtad. Aunque, he de
decir, en honor a la verdad, que me uní a ellos por conveniencia, y que esa no
ha sido mi norma nunca.
Vicente
necesitaba aliados. Y los necesitaba en ese mismo momento.
El día fue
transcurriendo hasta que, por la tarde, los chicos de ADICT se reunieron de
nuevo bajo el obelisco.
―¿Qué
pretendes? El Día de Ra no es hoy, la sombra no marca…―empezó
a decir José Antonio, pero Javi levantó una mano.
―Estamos
a 13 de febrero―dijo Javi―. El Día de Ra, hemos de suponer que es el día del
culto al sol.
―¿El
día más largo del año? ―preguntó Rafa―. ¿El día de San Juan?
―El
día con más horas de Sol es el 21 de junio. Día del solsticio―sugirió
Sergio―.
Tal vez sea ese el día al que se refiere.
―Recordemos
un detalle―dijo
Javi―.
El día del culto al sol se celebraba antiguamente en el solsticio de invierno,
es decir el 21 de diciembre. La fiesta de la Navidad se introdujo el día 25 con
objetivo de cristianizar al pueblo converso y facilitar la adaptación de las
antiguas costumbres a las nuevas. La Navidad se instituyó en esa fecha durante
el siglo IV.
Rafa señaló la
sombra del obelisco, que se alargaba conforme el Sol iba cayendo.
―Ahora
mismo tiende a señalar hacia el sudeste.
―En
un par de meses no habrá cambiado mucho. Los días se alargan dos minutos a
partir del solsticio de invierno―dijo Javi―. Eso quiere decir que ha pasado un mes y medio más
o menos. Pongamos unos… ¿40 días?
―Tú
y tus redondeos―resopló Laura.
―Desde
entonces ha habido unos 80 minutos más de luz, con lo cual la trayectoria solar
se ha alargado. Por suerte para vosotros sé el ángulo exacto máximo que forma
el sol en su cenit en el solsticio de invierno…
Hubo un coro de
voces que se alzaron de inmediato.
―¡Venga
ya!
―No
esperarás que me crea eso.
―Serás
fantoche, Javier…
―Veintitrés
grados y siete minutos―dijo Javi―. Por favor, estoy haciendo un posgrado y he estado
con el tema de cálculos de paneles solares, las trayectorias solares son
importantísimas para esas cosas.
―¿Por
qué no nos señalas hacia dónde va la maldita sombra el día 21 de diciembre y te
dejas de estupideces? ―rezongó Sergio.
―Bien,
vale, ¡vale! Pero dejadme calcular―les pidió Javi, cerrando los ojos, poniéndose de
cara al obelisco.
―Venga,
vámonos―dijo
Laura, alejando a los demás.
―¿Pero
qué…?―intentó
decir Rafa, pero Laura le cortó.
―Tú
hazme caso, vamos a dar un paseo.
Laura se llevó
a los demás a dar una vuelta mientras Javi quedaba pensativo:
Fecha actual. 23 de febrero. Fecha de
solsticio, 21 de diciembre. Solsticio de verano, 21 de junio. 21 de diciembre,
23 grados. Solsticio de verano, 23 grados más. El doble. Equinoccio: ángulo
máximo del sol de 47 grados, a mediodía. Febrero, más cercano al equinoccio que
al solsticio. Ángulo máximo estimado, entre 35 y 40 grados a mediodía. Puesta
del Sol hoy, desviación aproximada de 15 grados hacia el sur en la dirección
del sudoeste. Puesta de sol el día del solsticio, con dos minutos menos de luz
cada día, tomando medio grado de ángulo aproximado por día: cerca de 45 grados
entre el oeste y el sur. Crepúsculo, dirección sudoeste. Sombra del obelisco el
día 21 de diciembre: dirección sudeste.
Javi abrió los
ojos y miró directamente al sudeste desde su posición.
Cogió su plano
de Roma.
Lo observó.
Sólo trazó una
línea hacia el sudeste.
Capítulo 10.
Dirección sudeste
―Estás
loco.
―Es
una extensión enorme de terreno, la línea recta es inmensa.
Laura miraba el
mapa, la línea que había trazado Javi hacia el sudeste.
―Bueno,
esto es suponiendo que hayas hecho bien el cálculo―dijo
ella.
Javi asintió.
―Sí.
Puedo haberme desviado un par de grados. Cinco, como mucho.
Amplió el radio
un centímetro. Los cambios eran significativos en la línea cuanto más se
alejaba ésta de la Plaza de San Pedro.
―Hay
varias ubicaciones más o menos lejanas a tener en cuenta. El Circo Máximo pasa
cerca de una línea, pero ahora es un montón de ruinas―señaló
Laura.
―Igual
es mucho más fácil que eso―dijo Rafa―. ¿Dónde señalaría la sombra?
Javi señaló
hacia el sudeste. Rafa caminó hacia donde señalaba el dedo y de inmediato los
demás le siguieron.
―¿Dónde
vas?
―Una
corazonada. Sólo eso.
Rafa se dirigió
al borde de la plaza. Javi murmuraba por lo bajo.
―Ecce
crux domini. Fugite partes adversae. Vicit leo de Tribu Juda. Christus Vincit,
Christus Regnat, Christus Imperat. Christus ab omni malo plebem suam defendat…
Laura seguía
pensativa.
―Ninguna
línea se acerca a ningún punto estratégico interesante. Panteón… Piazza Navona…
Pero Rafa se
había acercado ya a las columnas de la Plaza de San Pedro y las examinaba
atentamente. Observó dos o tres, situadas en la probable dirección hacia la que
apuntaría la sombra, mirándolas atentamente.
―Deberíais
ver esto―dijo,
poniendo la mano en una de las columnas.
Los demás se
acercaron.
―¿Eso
qué es? ―preguntó
Sergio―.
¿Está en latín?
―Ars et sapienta te ducum ―leyó Rafa―. ¿Qué
significa?
―El
latín no es lo mío―reconoció Javi―. Sólo conozco algunas frases sueltas y esta no es
una de ellas. Lauri sabe más que yo, pero Esther sí tiene idea de traducciones ―se
volvió hacia su amiga.
―Creo
que significa “la sabiduría y el arte os guiarán” ―dijo
la chica, leyendo la inscripción.
―Eso
nos aclara muchas cosas―dijo Lucas, frunciendo el ceño. Pero Javi ya tenía
su maquinaria mental puesta a funcionar.
―La
sabiduría y el arte. Tal vez sí que nos aclare cosas.
―Ya
estás otra vez dándotelas de listo―protestó Galindo.
―Piensa
con la cabeza. Estamos buscando un disco solar egipcio―dijo
Javi, caminando a grandes zancadas hacia la columna―.
Piensa que todos los dioses de la antigüedad tuvieron su correspondiente
equivalente en las culturas posteriores. Así, Zeus y Hera para los griegos eran
lo mismo que Júpiter y Juno para los romanos― Javi apoyó su mano en
la columna, mirando la inscripción como si se tratara de un fantasma.
―Vale,
¿hasta dónde quieres llegar con todo esto? ―preguntó un
desconcertado Rafa, cortándole.
―Estoy
diciendo que nos olvidemos de Egipto por un momento. Que pensemos en Roma.
Estamos en Roma―dijo Javi.
―Minerva,
diosa de la sabiduría, el arte y la guerra―intervino Laura.
―¡Minerva!
―exclamó
Javi, con un gesto teatral.
―¿Y
la inscripción de debajo de la primera? ―preguntó Rafa, acercándose de nuevo a la columna y
señalándola
―Sequere Regis conspectum ―leyó
Javi―.
¿Esther?
―Viene
a significar ago así como “sigue la mirada del Rey” ―respondió
ella―.
Deberíais haber estudiado latín, como yo.
―A
mí me gusta mucho más la mitología―dijo Laura.
―Bueno,
vamos a lo que vamos―les cortó Javi―. ¿Qué me dices de Minerva, Lauri?
―Suponiendo
que la inscripción latina se refiera a Minerva…
―Estamos
en Roma, ¿a quién quieres que se refiera? ¿A Atenea?
Laura frunció
el ceño y miró a Javi. A continuación siguió hablando.
―Había
un templo dedicado a Minerva―dijo―. El templo está ahora en la Piazza del Campidoglio,
en la Colina Capitolina. Ahora es un museo.
―Oye,
Javi, ¿estás seguro de lo que dices sobre la inscripción? ―preguntó
Sergio, que dudaba bastante.
―No,
pero por alguna parte hay que empezar. Y si Vicente sabe lo que sabemos
nosotros, no podemos dejar que nos lleve la delantera y encuentre el disco
solar. Será mejor que regreséis y encendáis los ordenadores. Id al cuartel de
la guardia suiza con Dominic y Luca. Ah, y llamad a los demás, que estén
también atentos con los ordenadores encendidos. Tal vez necesitemos de toda la
información que podamos conseguir y os necesitamos a vosotros allí para buscar
las respuestas que necesitemos.
―Bueno,
vale. Pero que conste que me gustaría ir a seguir las pistas.
―Sergy,
acabas de estar en el despacho del papa―terció Laura―. Y cualquier mortal habría dado cualquier cosa por
estar ahí. No te quejes.
―Vale,
vale, está bien. Entiendo, todos juntos llamamos la atención.
―Exacto―dijo
Javi―.
Esther, José y Laura se vienen conmigo a la Piazza del Campidoglio. Vosotros, a
seguir investigando otros posibles significados. Buscad la expresión latina en
Internet, contrastad resultados.
―Bien―Sergio
asintió, conforme.
El grupo se
separó. Javi, Laura, José Antonio y Esther se fueron hacia la Piazza del
Campidoglio. Sergio, Rafa, Lucas y Galindo buscaron a Dominic en el cuartel.
―Nosotros
a la vez tendremos que separarnos en dos grupos―murmuró Javi―.
Vicente nos rastreará. No ha logrado la pista del códice secreto papal sobre el
obelisco de Heliopolis, pero con él nunca se sabe.
―¿Qué
sugieres, pues? ―preguntó José Antonio.
―Tú
y Esther id en dirección sudeste, hacia donde apunta la sombra el día del
solsticio. Eso servirá para despistarlo. Laura y yo iremos a la Colina
Capitolina, a ver qué encontramos allí.
―Me
gusta cómo piensas―dijo Laura, sonriente.
Javi se sacó de
la manga un último gesto teatral. Abarcó con su mano el obelisco, de arriba
abajo, y siguió la línea a través del suelo, en dirección sudeste. Señaló un
punto en el mapa al sudeste de la plaza de San Pedro. El Circo Máximo. José
Antonio y Esther siguieron la línea trazada en el mapa y se dirigieron al
antiguo circo, del que actualmente quedan unas ruinas.
Agazapado en
las sombras, Nicolás lo veía absolutamente todo.
―Así
que tenéis una pista.
Dominic invitó
a los chicos a sentarse. El capitán de la guardia suiza parecía satisfecho con
la marcha de los acontecimientos.
―¿No
se supone que los medjay protegen el disco solar? ―preguntó
Sergio―.
Ni siquiera conocéis su ubicación.
―Es
lo más seguro. Solamente en ese diario se explica lo que dejó el mismo Sixto V
para llegar hasta él. Inscripciones en la columna, ¿eh? Ingenioso. Hay más
inscripciones en otras columnas. Seguramente para despistar…
Sergio pidió un
ordenador.
―Eso
es. Pero quiero buscar sobre todo en la columna a la que apunta la sombra en el
Día de Ra, o sea el solsticio de invierno.
Sergio
introdujo Ars et sapienta te ducum en
el buscador. Lo entrecomilló. La única referencia que encontró fue la de la
columna que acababan de examinar y páginas relacionadas con la plaza de San
Pedro.
―No
hay nada más que eso―dijo Lucas.
―Eso
quiere decir que es una frase latina únicamente puesta en ese lugar ―dijo
Irene―.
Y que la pista que seguimos es buena.
―Sí,
lo será si se refiere a Minerva― Sergio buscó a la diosa Minerva―.
“Diosa de las artes, de la sabiduría, de la guerra, protectora de Roma y de los
artesanos”.
Se hizo el
silencio. Sergio comenzaba a pensar al 100% que el camino estaba muy bien
indicado en aquella columna. Entonces recibió una llamada de Javi. Tenían algo.
Vicente se
había percatado de que el grupo se había separado. Habían estado mirando una
columna. Luego Javi había señalado el obelisco y un sitio concreto, y había enviado
a Esther y a José Antonio. ¿Acaso sabrían dónde ir? Nicolás le sacó de sus
pensamientos.
―Es
evidente. La última sombra del crepúsculo va en esa dirección.
Vicente
asintió. Era demasiado fácil.
―Esos
metomentodo van bien encaminado. Voy a seguir yo mismo a Díaz.
―¿El
larguirucho?
―Exacto,
Nicolás. Tú encárgate de vigilar a los dos tortolitos. Ve a la Colina
Capitolina.
Vicente se puso
la capucha por encima antes de abandonar la esquina y salir a la luz del sol,
para seguir el camino en dirección sudeste, rastreando a Esther y a José
Antonio.
Laura y Javi se
hallaban en la Piazza del Camidoglio. La Colina Capitolina, una de las siete
colinas de Roma. Y allí se alzaba el templo dedicado a Minerva. Y también a
Júpiter y a Juno.
―De
repente me siento en casa. Cartagena fue erigida sobre cinco colinas durante la
invasión romana―comentó.
Laura avanzó y
miró a su alrededor. En su anterior visita en Roma no había estado allí. En el
centro mismo de la plaza una estatua de un emperador romano montado a caballo y
con el brazo extendido daba la bienvenida a los visitantes.
―Ah.
Nuestro amigo Marco Aurelio―dijo Javi, mirándole.
―¿Es
él? ―preguntó
Laura.
―Sí,
claro. Emperador y filósofo, hombre culto, de letras, escribió varias obras. Me
extraña que no lo sepas.
Laura movió la
cabeza. Se acercó a la estatua.
―Sé
quién es Marco Aurelio―replicó.
―Perfecto―sonrió
Javi―.
Aunque aquí no tiene pinta de haber ningún disco solar por ninguna parte.
―¿Estará
en el museo? ―inquirió
Laura.
―Bueno,
podemos entrar y mirar, aunque dudo mucho que en un museo dedicado a Roma haya
un objeto egipcio―respondió Javi.
Tenía lógica.
Pero Laura parecía perdida.
―Entonces
no sé por qué la pista nos ha enviado aquí.
―Debe
de haber algún motivo― Javi seguía mirando la estatua de Marco Aurelio―.
¿Sabes cómo le apodaban?
Laura asintió
con la cabeza.
―El
Sabio, o el Filósofo.
―Exactamente―
a Javi le brillaron los ojos.
―¿Qué
es lo que quieres…?―empezó a preguntar Laura, pero entonces recordó las
inscripciones.
Ars
et sapienta te ducum.
Sequere regis conspectum.
―La
sabiduría y el arte te guiarán―dijo Laura, casi murmuró.
Javi asintió.
―Nada
mejor que una figura artística de un sabio emperador para señalar el camino.
La mirada del rey nos guiará― el brazo derecho extendido de la estatua de Marco
Aurelio parecía señalar justo al noreste.
Laura sacó el
plano de Roma. Lo miró con detenimiento. Trazó una línea imaginaria desde el
lugar donde estaban siguiendo el lugar al que apuntaba el brazo del emperador
romano. La solución de aquel enigma parecía irse despejando.
―El
Panteón―dijo
Laura―.
Marco Aurelio señala hacia el Panteón.
―¿El
Panteón? ―respondió
Javi, extrañado.
―¡El
Panteón de Agripa! Donde está la tumba de Rafael Sanzio, sí.
―¿Estás
segura?
―¡El
panteón es circular y con un enorme agujero en el techo que sirve como reloj de
sol! ¡Es una especie de tributo y culto al sol! ―exclamó Laura.
Javi miró el
plano. Asintió.
―Parece
tan fácil…
Y sacó su móvil
y llamó a Sergio.
―Dime―
contestó Sergio.
―Une
la Piazza del Campidoglio y el Panteón, y mira a ver qué encuentras en esa
línea.
―Bien.
―Y
que la sabiduría te guíe, recuerda.
―Ya,
ya. Lo sé. ¿Dónde vais?
―¡Al
Panteón!
Javi colgó y se
dirigió a Laura.
―Sígueme―
y empezó a andar.
―Pero
por ahí se tarda más.
―No
importa. Sígueme―dijo Javi, con tono desenfadado.
―Bueno,
está bien…
José Antonio y
Esther estaban en el Circo Máximo. Esther sabía desde hacía rato que Vicente
estaba siguiéndoles. La gran explanada se abría ante ellos, en ruinas, sólo con
algunas piedras sobre el suelo y derruidos muros que se levantaban en algunos
laterales. José Antonio miró a Esther, como sin saber dónde dirigirse. Ella
señaló hacia los muros que continuaban en pie. Las excavaciones de la zona
habían comenzado hacía relativamente pocos años. Estando allí uno podía
imaginarse las cuádrigas compitiendo entre ellas por llegar en primer lugar a
la meta. Esther examinó los muros. Evidentemente no había absolutamente nada
que indujera a pensar que el disco solar estaba allí o alguna pista de su
paradero. Pero Vicente no sabía nada de eso. ¿O sí? Esther miró al frente. Se
llevó la mano a su cinto, lista para desenfundar y atacar. José Antonio estaba
tan despistado como siempre, pero esperaba que Vicente apareciera por allí
también. De hecho, en unos minutos estaba ya allí. Frente a ellos. Avanzando,
amenazante, con su habitual chulería.
―Los
payasos por fin han venido donde les corresponde. Al circo―
les espetó. Esther y José estaban frente a él. A unos cinco metros. La mirada
desafiante de Esther sólo podía compararse a las miradas que lanzaba Javi a
veces. Esther apuntó al frente con su varita.
―Vuelve
por donde has venido y no te pasará nada.
―Oh.
¡Magia! ―se
rió Vicente―.
Es extraordinario. He alargado demasiado la tediosa espera. Voy a cazaros ya.
Uno a uno.
Vicente saltó
contra Esther a la velocidad del sonido. Pero Esther ya se había anticipado.
Sabía lo que pretendía desde antes del salto de Vicente. Levantó un escudo que
les envolvió, tanto a ella como a José Antonio. Vicente chocó de narices contra
el escudo, que sonó como una aguda campanada. José Antonio soltó una descarga
con la thaser. Vicente cayó al suelo.
―Este
desgraciado es todo tuyo―dijo José Antonio, con desprecio.
Y Esther bladió
su varita describiendo una cruz. Las prendas de Vicente se rasgaron en el mismo
sentido. Su pecho se rasgó también en forma de cruz. Vicente se reía. Unas
gotas de sangre brotaron de la herida, que no se abrió más.
―¿Es
todo lo que tienes? ―se mofó. Saltó de nuevo contra Esther, pero José
Antonio le embistió de lado, lanzándole al suelo. Esther probó medidas
desesperadas. Había que librarse de él. Apuntando al frente lanzó contra
Vicente el rayo verde de la madición asesina. Vicente salió despedido hacia
atrás.
―Se
acabó―dijo,
dándolo por zanjado.
Una risotada
resonó desde el suelo, tres metros más allá. Vicente se incorporaba.
―No
puede ser posible―Esther estaba desconcertada.
―¿Tratas
de liquidarme con una maldición asesina? Yo ya estoy muerto, bruja. Vuestra
treta no ha funcionado. Acabo de ver la luz, el disco solar no está aquí. Me
habéis despistado. Pero ahora mi nuevo compañero va a encargarse de dos amigos
vuestros. Hasta más ver.
Tal y como
había venido, se esfumó. Esther respiraba pesadamente. Hacía algunos años se
había jurado no volver a utilizar ninguna maldición prohibida nunca más. Ahora
la había utilizado y el que la había recibido seguía vivo. Un vampiro ya estaba
muerto. No podía morir de nuevo, aunque siguiera viviendo.
―Una
maldición no es forma de matar a un vampiro―dijo Esther―.
Una estaca de madera en el corazón. Agua bendita. Crucifijos. La magia sirve de
poco contra él. No podré atacarle. Sólo puedo defenderme.
―¿Qué?
―exclamó
José Antonio.
―La
magia siempre ha sido considerada como parte del Mal de la humanidad. A las
brujas se las quemaba en la hoguera en la Edad Media. Claro que nunca
capturaban a una auténtica. Y si lo hacían, no les servía de nada―dijo
Esther―.
No puedo usar el mal para combatir al mal.
―¡Pero
tú haces el bien! ¿No? ―preguntó José Antonio.
―¿Recuerdas
lo que pasó hace unos años con mi primo?
―Sí.
―No
tengo más que añadir. Hay que buscar a Javi y a Laura.
Javi y Laura
estaban en el interior del Panteón. Pero Javi seguía sin estar convencido.
―¿Pero
por qué crees que no es este sitio si la mano de Marco Aurelio señalaba justo
aquí? ―preguntaba
Laura.
―Es
simple―respondió
Javi―.
El arte y la sabiduría nos guían en el camino. La estatua de Marco Aurelio es
una estatua ecuestre. Es arte. ¿Sabes cuándo se trasladó a su ubicación actual?
―Sobre
1540. No me hagas mucho caso. Pero vamos, esa fecha es muy aproximada―respondió
Laura.
―Aceptamos
año. Sixto V fue designado papa más tarde. En 1585, creo recordar. Es lógico
pensar que se sirviera de todas estas pistas para ocultar el disco, entonces.
El arte y la sabiduría. Una estatua ecuestre, arte. Sabiduría, Marco Aurelio.
La mirada del Rey, también Marco Aurelio. Fue emperador―
la mente de Javi trabajaba a toda velocidad―. El panteón es
solamente arte, arte, arte, mucho arte, a secas. No hay nada, ningún símbolo,
que se pueda relacionar con sabiduría. Aunque demos por hecho que los artistas
que hicieron esas obras de arte fueran sabios de la época, pero no “sabios” en
el sentido que buscamos. ¿Me sigues?
―Más
o menos…
―Por
ello tiene que haber algo que hayamos pasado por alto.
Javi miró hacia
el techo. El gran agujero del techo por el que se colaban los rayos del sol,
que empezaban a caer ya hacia el oeste.
―¿Ves
cómo se cuela el sol por el agujero? ―señaló Javi―. Tiende a señalar al sudeste. Conforma pasen los
días la última luz del crepúsculo irá más hacia el sudeste. Por eso sé que
vamos bien.
―Eso
es por si no entendía tu razonamiento de antes, ¿verdad? ―preguntó
Laura. Javi asintió. Recibió entonces una llamada de Sergio.
―¿Sí?
―Javi,
justo como decías. Habéis pasado algo por alto.
―Cuéntame
más.
―Creo
tener el sitio indicado en tu línea desde la Colina Capitolina hasta el Panteón―dijo
Sergio―.
Teniendo en cuenta las pistas dadas, tiene que ser ese sitio por narices.
―¿Qué
sitio, qué dices? ―preguntó Javi.
―Agárrate
bien. Piazza Della Minerva― dijo Sergio.
Javi se quedó
helado.
―¿Hay
una Plaza dedicada a Minerva?
―Sí.
Cerca del panteón. Por eso os indujo a error. Hay una basílica. Santa Maria
Sopra Minerva. He buscado fotos. También hay un obelisco.
Javi siguió en
silencio.
―La
línea también cruza con la Pizza de la Rotonda, poco más arriba del Panteón.
Hay otro obelisco más. Supongo que a estas horas su sombra indica al sudeste.
Hacia Santa Maria Sopra Minerva. Como el obelisco de la plaza. Es pequeño, pero
el indicador de la sombra también es claro. Lo he comprobado por el satélite.
―Eres
un genio, Sergy, ¡UN GENIO! ―exclamó Javi―. Te llamaré en cuanto hayamos echado un vistazo.
Fuera del
panteón Nicolás estaba a la expectativa. Les había seguido desde la Plaza de
San Pedro hasta la Colina Capitolina, y desde aquí hasta el Panteón.
Javi y Laura
salieron del Panteón y se dirigieron al sudeste. A la Piazza Della Minerva. Un
pequeño obelisco se levantaba en la plaza. Levantado sobre un elefante, tenía
una placa con una inscripción en la base. Laura se acercó.
―Mira
lo que pone. Sequere regis conspectum.
―Lo
mismo que en la columna de la plaza de San Pedro. Vamos bien.
Javi no dudó un
segundo. ¿Pero dónde estaba el disco? “Sigue la mirada del Rey”. Se dirigió a
la basílica. Estaba abierta.
―Entremos.
Laura le
siguió. Pero justo antes de atravesar la puerta, Javi levantó el brazo
izquierdo. Se llevó el derecho al cinturón y sacó un shuriken.
―Deja
de seguirnos, no tiene gracia.
Silencio.
―¿A
quién estás…?―
empezó Laura, pero Javi siseó. Y volvió a hablar.
―Como
no salgas te voy a sacar a rastras, y créeme, será peor.
La figura de
Nicolás Vicuña salió de detrás de la esquina.
―Vienes
siguiéndonos desde… hum, veamos, como mínimo, la Colina Capitolina. ¿Verdad,
chavalín? ―Javi
escrutó a Nicolás, de la cabeza a los pies.
―Demuéstralo―dijo
Nicolás, amenazante.
―Bueno,
tienes los zapatos llenos de tierra de cruzar el mismo descampado que hemos
atravesado Laura y yo para llegar hasta aquí―dijo Javi―.
Por eso te dije que me siguieras desde la plaza, Laura. Por si nos estaban
siguiendo. Pobre, tiene los zapatos llenos de mierd…
Nicolás rugió,
intentando intimidar a Javi.
―Otro
tonto con los rugiditos―suspiró Javi―. Vamos a ver, este es el plan. Yo encuentro el
disco solar y tú te vas y le dices a Vicente que se vaya a dar un paseo por las
vías del tren, ¿vale?
―¡No
vale!
Y Nicolás saltó
sobre Javi. Éste lanzó el shuriken contra su cuello y Laura, en menos de una
fracción de segundo, desenfundó y disparó contra el neófito, que cayó al suelo
sin sentido.
―Pan
comido―dijo
Javi, recogiendo el shuriken―. Parece que aún no está transformado del todo. El
virus no ha actuado al cien por ciento todavía.
―No
tardará mucho―respondió
Laura―.
¿Qué hacemos con él?
Javi cogió el
móvil y llamó a Sergio. Le dijo que se dieran prisa en venir a la plaza y se
llevaran a Nicolás. Colgó. Entre él y Laura le ataron y lo llevaron al interior
de la iglesia. Lo dejaron apoyado contra la pared.
―Busquemos―dijo
Javi. Echaron a andar.
―Acabo
de tener un flash― Laura se detuvo a los cinco pasos.
―¿Un
flash?
―Talaván,
¿lo recuerdas?
Javi asintió
levemente.
―¿Recuerdas
la pintura de la mujer gato? La pintura en la pared. Aquella dentro de un
círculo sostenido por una especie de ángel.
Javi volvió a
asentir.
―Mujer
gato. Gato, animal sagrado en Egipto. Círculo, signo del disco solar. ¡En
Talaván!
Javi no
respondió. Intentó procesar aquella especie de revelación.
―¿Crees
que las pintadas de la cripta las hizo la Orden Oscura del Temple por orden de
Dumoitiers?
―Para
dar con su reliquia y dejar una pista a la siguiente. Al disco solar. Una pista
muy sutil que no vimos. Una mujer gato sostenida por un ángel. Ahora mismo
estamos en una ciudad llena de esculturas de ángeles. Roma. Piénsalo.
―Pues
a buenas horas hemos descifrado aquello―murmuró Javi.
―Al
menos sabemos que estamos en el buen camino, ¿no?
―Eso
seguro.
Nicolás empezó
a despertarse. Javi volvió hacia él.
―Mira,
el bello durmiente. Aunque de bello tienes poco. Qué feo eres, hijo.
―¡Tú
eres un maldito friki, deberían acabar con todos los que son como tú, maldito
bastardo! ¡Como me suelte te…!
Javi se acercó
y le soltó.
―Ya
estás suelto. ¿Decías algo, príncipe valiente?
Nicolás se puso
en pie, pero ni vio venir la pierna de Javi, que lo empotró contra la pared de
la iglesia, acertándole de lleno en el pecho con la planta del pie.
―Neófitos.
Qué asco―
Javi volvió a amarrar a Nicolás cuando éste cayó al suelo―.
No son humanos ni vampiros, no sabes por dónde te van a salir, tienen mucha
fuerza y no saben ni dar un golpe en condiciones a no ser que tengan cierta
habilidad. Este tío era un matón de barrio.
Laura se
impacientaba.
―Deja
ya de hacer el bestia, ¿no?
―Oh,
lo siento. Necesitaba que alguien le diera las dos tortas que su padre no le
dio en su día. Así ha salido, animalito…
―Busca,
anda.
Javi y Laura
buscaron por todas partes.
―Sigue
la mirada del rey, ¿a qué se refiere? ―se preguntó Laura. De pronto lo vieron. Al mismo
tiempo. Una escultura. Jesús sujetando un crucifijo apoyado en el suelo, con
sus manos. Su mirada, triste, parecía fijarse en el infinito. La escultura se
sostenía en un pedestal con la inscripción “Christus Regnant”.
―Es
la misma inscripción de Plaza de San Pedro―dijo Laura―.
¿Hacia dónde está mirando?
―Hacia
allá…―Javi
señaló con el dedo. Sin mover el dedo de la posición salió de la iglesia. Lo
vio claro. Muy claro.
―No
jodas. ¡Está mirando directo al
Vaticano!
Laura no dio
crédito.
―¿Qué?
11.
Isis.
Sergio llegaba
a la puerta de la basílica junto con Rafa y Dominic Sutermeister. Dominic cogió
a Nicolás, que seguía inconsciente.
―Me
lo llevo, ¿verdad?
―¡Dominic!
―exclamó
Javi, corriendo hacia él―. Sabemos dónde está.
Dominic se
volvió hacia Javi.
―¿Lo
tenéis?
―Sí.
Está en el Vaticano. El disco solar está aquí. En alguna parte.
Sergio ya
estaba mirando el plano y trazando una línea desde la Basílica Della Minerva
hacia el Vaticano.
―¿Por
dónde dices que pasa? ―preguntó.
―El
Cristo de Miguel Angel estaba mirando hacia
el noreste, más o menos. O sea que se cruza con el Vaticano―respondió
Laura.
―¿Los
museos, tal vez? ―preguntó Sergio―. No estoy muy
convencido.
Dominic aportó
una idea interesante entonces.
―Decíais
que todo esto tenía relación con Minerva, ¿no, Sergio? ―éste
asintió. Y Dominic continuó―. Pues en los Museos Vaticanos hay una escultura que
representa a la Virgen dando de mamar al niño.
―Ya,
¿pero eso qué tiene que ver con…?―empezó Rafa.
―Es
la Isis Lactans―interrumpió Dominic.
Laura dio una
sonora palmada, como si hubiera pasado un mosquito zumbando por delante de sus
ojos.
―¡Isis
Lactans! La Virgen dando de mamar al niño, o la diosa Isis dando de mamar a su
hijo Horus. ¿Crees que es eso, Dominic?
―Nos hemos recorrido Roma de arriba abajo para acabar
en el mismo sitio donde empezamos―gruñó Javi―. Es desesperante. Vamos al museo.
―¿Qué
hacemos con Nicolás? ―preguntó Dominic.
―Anda
y que se pudra.
Dominic condujo
a los chicos hasta los Museos Vaticanos, llevándoles directamente hacia la
escultura. La Virgen, en talla gris plata, daba el pecho al niño. Sendas
aureolas coronaban sus cabezas. El niño miraba a su madre mientras tomaba el
pecho.
―Hay
dos discos―observó
Rafa.
―Es
el de la madre―dijo Javi, de inmediato.
―¿Por
qué?
―Recordad
la pista, “Sequere regis conspectum”,
“sigue la mirada del rey”. Es obvio.
Rafa se acercó
y lo miró más detenidamente.
―No
parece tan místico―dijo―. Parece un objeto corriente.
―Lo
es―dijo
Dominic―.
Pero puede ser poderoso.
―Lo
dejaremos aquí. Vicente no puede ir más allá del obelisco. Dominic y Luca son
ahora los que deben protegerlo.
―Espera,
Javi, ¿has dicho lo que he oído? ¿Lo hemos estado buscando para dejarlo donde
está? ―preguntó
Lucas.
Javi asintió.
Sergio también.
―Es
lo lógico―dijo
Sergio―.
Aunque Vicente lo encuentre, que no anda muy lejos, primero, no puede pasar, y
segundo, estará protegido por sus legítimos guardianes, que no sabían dónde
estaba. Creo que con Dominic y Luca estará a salvo. Y más si contamos con el
resto de la Guardia Suiza.
―Sólo
les hemos llevado hasta lo que tenían que proteger, simplemente. Nadie sabía
dónde estaba el disco desde tiempos de Sixto V―dijo Javi.
Lucas miró a
Rafa, que asentía, comprendiendo la jugada.
―Pero,
aun así―dijo
Lucas―,
¿no habría sido más seguro continuar como antes? Sin que nadie sepa dónde está.
―Tarde
o temprano Vicente lo habría averiguado―intervino Laura―. Y entonces no
tendríamos ni idea de lo que habría que proteger. Es mejor así.
Javi daba
vueltas por la habitación, pensativo, con la mirada perdida. Laura se percató
de ello.
―¿Ocurre
algo?
Javi levantó
los ojos y la miró.
―No,
ciertamente. Bueno, en realidad, puede que sí. ¿Recuerdas cuando me has dicho
que en el cementerio de Talaván había referencias al disco solar, aunque en ese
momento no lo supiéramos?
Laura asintió.
―Pues
entonces en esta búsqueda ha debido haber una referencia cualquiera al
siguiente objeto del trío qu estamos buscando. Una sutil referencia, como fue
sutil aquella pintada en el cementerio. La mujer gato de Egipto con un disco
solar en la cabeza.
―Repasemos―dijo
Laura―.
En primer lugar, el obelisco.
Rafa, Lucas y
Galindo se limitaban a escuchar, sin entender nada. No habían estado en
Talaván, y tampoco habían seguido la búsqueda del disco solar a lo largo y
ancho de Roma. Javi recapitulaba.
―Obelisco.
Las columnas de la plaza de San Pedro, insripciones latinas, mirada del rey,
arte y sabiduría. La estatua de Marco Aurelio. La mano apuntando, montado sobre
un caballo. Plaza de Minerva, basílica, el Cristo de Miguel Ángel y su
crucifijo.
―¿Qué
puede matar a un vampiro? ―preguntó Laura.
―Una
estaca de madera―respondió Javi.
―Tenemos
la estaca―repuso
Laura―.
Lignum crucis.
―A
su vez es un crucifijo. Un trozo de la misma cruz de Cristo.
―¿La
luz del sol?
―El
disco solar.
―¿Empiezas
a ver relación en todo esto? ―exclamó Laura.
―Estamos
buscando cosas que matan vampiros. El
Mal Más Antiguo. ¿Será un vampiro? ―reflexionó Javi.
―Un
vampiro tan poderoso que necesita de estas reliquias para ser destruido―afirmó
Laura, tajante.
―Madera
de crucifijo para clavar en su corazón. Disco solar para reflejar la luz del
sol sobre su cara― volvió a dar la vuelta a todas las pistas desde el
inicio. Se detuvo en Marco Aurelio―. Que la sabiduría y el arte te guíen―
repitió la pista, reflexivamente―. Nos falta una espada para cortarle la cabeza y que
no se recomponga―resolvió Javi, uniendo los términos―.
Marco Aurelio nos guía.
―¿Una
espada? Pero Marco Aurelio no tiene espada en su mano en esa estatua. ¿Te
refieres a nuestra espada templaria?
―No,
esa espada servía para sacrificar a Baphomet. Debe de ser otra cosa―dijo
Javi―.
No se me ocurre nada.
―Y
decíais que Marco Aurelio estaba montado a caballo, ¿no? Estatua ecuestre― preguntó Sergio entonces.
Javi y Laura le
miraron. Rafa, Lucas y Galindo no sabían qué decir. José Antonio estaba enseñándole
a Esther sus nuevas aplicaciones de móvil, porque no se estaba enterando
absolutamente de nada.
―¿Qué
pasa con el caballo, Sergio? ―preguntó Javi.
―Bueno,
si buscamos objetos antiguos y hay esas sutiles pistas relacionadas, puede que
el caballo tenga algo que ver. En la cultura nórdica, Loki se transforma en
caballo y da a luz a Sleipnir, el mayor de todos los caballos. O en las tumbas
de la dinastía Ming, en China, también hay representaciones de caballos―expuso
Sergio.
―¿Pero,
y qué hay de relación con la espada? En Talaván se relaciona tanto Egipto como
el disco solar. En la estatua de marco Aurelio se debería relacionar el caballo
con la espada. O la mano señalando con el caballo. O alguna cosa con otra cosa―dijo
Laura.
―Bueno,
en ese caso conozco un mito―dijo Sergio―. Pero tampoco os aseguro nada.
―Tenemos
tiempo, ¿no? ―preguntó
Javi. Laura asintió. Cuando Sergio terminó de contar la historia que tenía en
mente, Javi y Laura no pudieron menos que asentir.
―Hay
que investigar esa vía, Lauri.
―Volvamos
de inmediato a casa. Nos pondremos con ello mañana a primera hora.
―Por
si os interesa―intervino Dominic, que había estado escuchando
atentamente toda la conversación―, en el interior del Museo Capitolino hay otra
estatua de Marco Aurelio. Este sí sostiene un arma en su mano izquierda.
―Bueno,
la historia de Sergio es bastante buena―dijo Laura―. Vamos a ver qué sacamos en claro.
Sergio chasqueó
los dedos para despertar de su sopor a unos atontados Lucas y Galindo.
―Eh.
Vosotros. Venga, que nos vamos.
Nicolás se
despertaba de su inconsciencia. La noche caía, pero la piel le quemaba. Se fijó
que estaba atado a la puerta de los Museos Vaticanos. Sacó fuerzas renovadas de
su transformación, cada vez más avanzada, y rompió las cuerdas que lo
aprisionaban. Salió en dirección al obelisco de la plaza, caminando
pesadamente, notando punzadas de dolor y quemazones por cada célula de su
cuerpo. Traspasó el obelisco pesadamente y cayó al suelo, aliviado. Vicente
estaba allí.
―¿Qué
tienes?
―Poco.
No podremos pasar a por el disco.
―Nosotros
no―dijo
Vicente―.
Pero tengo otra cepa del virus. Y refuerzos.
Una segunda
figura apreció tras Vicente.
―Amaterasu―dijo
la recién llegada, simplemente―. Hay que ir a Japón. Sabía que te encontraría en
Roma. Te vi.
―Sabía
que podía contar contigo―dijo Vicente.
La figura de
Margarita Vicuña, pálida como el papel, y con su largo pelo negro como el
azabache cayéndole por los hombros, le daba un aspecto siniestro a la luz de la
luna. Nicolás quedó extrañado ante aquella visión. Aquella mujer parecía a la
vez ángel y demonio. Su mirada relampagueaba, su palidez le daba un toque
fantasmal y su voz angelical sonaba en la oscuridad como música celestial,
completando aquella extraña contradicción.
―¿Qué
fue del resto? ―preguntó Margarita―. Tuve visiones, pero…
¿Serafín? ¿Y Blanca? ¿Es cierto que están…?
―Muertos.
Sí. Todos. Los otros cinco de la guardia y también los demás―dijo
Vicente―.
De Indhira me tuve que ocupar yo mismo.
Margarita movió
la cabeza.
―Eres
un bestia―
volvió su mirada hacia Nicolás―. ¿Y este?
―Nuestro
nuevo aliado.
Marga Vicuña parecía consternada. No en vano,
Blanca y ella eran buenas amigas desde hacía cientos de años.
―¿Y
qué más has encontrado mientras yo investigaba en Japón?
Vicente sonrió
ante la pregunta.
―Esos
humanos saben jugar. El disco está protegido por el exorcismo del obelisco de
Ra. El Lignum Crucis está protegido por los dos últimos miembros de la guardia
de los Voronkov y por las Guirao. Y tienen prisionera a la sirena. Nos llevan
ventaja. Jamás conté con que esto fuera a pasar.
Margarita
avanzó hacia el obelisco y leyó la inscripción, con asco.
―No
podemos pasar, querida―dijo Vicente, con voz suave―.
Pero tenemos aún un as en la manga.
Margarita cerró
los ojos, como si estuviera viendo lo que planeaba Vicente. Cuando los abrió,
sonreía. Nicolás no sabía qué estaba pasando allí, pero alcanzaba a vislumbrar
que era algo muy grande. Vicente sacó su jeringuilla, repleta de su última
dosis de virus.
―Debemos
encontrar a un último portador para el suero. Siendo cuatro las posibilidades
serían mayores.
Margarita
asintió. Era evidente que la situación había dado un giro radical durante el
tiempo que ella había estado fuera. Pero no esperaba que tanto.
―¿Dónde
vamos entonces? ―preguntó ella.
―Es
hora de ir a Japón―resolvió Vicente―. Pero no sin antes
resolver una pequeña cuestión.
Vicente aguzó
sus sentidos. Oía los murmullos de fondo en los Museos Vaticanos, con lo que
sabía que el disco solar estaba allí dentro, encima de la cabeza de la Virgen.
Oía coches por las calles cercanas. El murmullo de las fuentes situadas en los
focos de la elipse que conformaba la plaza de San Pedro. Los viandantes,
paseando. Vicente apretó su mano en torno a la jeringuilla. Se dirigió
directamente hacia un fornido joven rubio de pelo ondulado, que no se percató
de que algo estaba ocurriendo hasta que notó la jeringuilla hundirse en su
abdomen.
―Eres
mi elegido―dijo
Vicente. Su víctima sólo acertaba a balbucear unas pocas palabras.
―¿Qué…
qué me has…?
―Nada.
Amigo, vas a renacer.
Vicente le levantó
la camiseta y en el mismo sitio donde le había inyectado el virus, le marcó el
ambigrama de los Vicuña.
―La
Isis Lactans es una escultura con diferentes significados. Muchos la
interpretan como la Virgen María dando el pecho al niño Jesús, cuando en
realidad su significado es Isis dando de mamar a Horus. Isis. Minerva. La
Virgen María. Son la misma persona, cambiante a través de los siglos, pero
conservando la misma divinidad. Todas las religiones están conectadas entre sí.
La cultura del antiguo Egipto nos influyó mucho, tanto a nosotros como
cristianos como a antiuas civilizaciones como la romana― decía Javi, mientras continuaban mirando el disco solar, la
aureola, en la cabeza de la escultura de la Virgen―.
No deja de ser un hecho curioso el que un pedazo de la Cruz de Cristo y ahora
la Aureola de la Virgen, junto con, presuntamente, una espada desconocida, sean
objetos capaces de acabar con el Mal Más Antiguo.
Dominic se
dirigió a Luca.
―¿Has
avisado?
Luca asintió:
―Sí.
Se pondrán en contacto con los chicos mañana, cuando nos aseguremos de que el
disco está a salvo.
―Os
va a tocar seguir viajando, me temo.
―Turismo
vamos a hacer, eso es verdad―comentó Rafa―. ¿Nos vamos ya, entonces?
―Vuestra
misión aquí ha terminado. No podéis quedaros vigilando eternamente esto. Ese es
nuestro trabajo.
―Seguro
que Vicente atacará. Como si lo viera ―preguntó Sergio.
Dominic avanzó
hacia la estatua y puso la mano en la aureola de la Virgen. Se la retiró de la
cabeza y se la entregó a Javi.
―Ha
llegado la hora de largarse de aquí―dijo Dominic.
Javi protestó
ante aquella actuación de Dominic, pero él se mantuvo inflexible. El disco
solar debería salir de allí inmediatamente. Dominic y Luca caminaron por los
museos, instando al grupo a que les siguieran lo más rápidamente posible. Les
estaban conduciendo a una salida que había por detrás. Esquivarían la plaza de
San Pedro, donde Vicente y Nicolás tenían puestos sus ojos, desde donde habían
estado siguiendo todos los movimientos que habían realizado durante aquel día.
Luca llegó a la puerta de salida. Cogió su intercomunicador y pidió varios
refuerzos para que fueran de inmediato al museo.
―Les
entretendremos, si es que se atreven a pasar―dijo Luca―.
Aunque ese desgraciado no puede pasar más allá del obelisco.
―Bien―dijo
Dominic―.
Seguidme, chicos.
Javi salió el
primero, alejando el disco solar del museo. Laura y Sergio salieron detrás.
Rafa cerró el grupo.
A las pocas
horas, el nuevo aliado de Vicente despertaba. Su lenta transformación empezaba
a apoderarse de su cuerpo. Vicente se inclinó junto a él y le susurró.
―Tienes
una hora para entrar ahí y coger algo que queremos. Si en una hora no has
vuelto, no conseguirás volver.
―¿Qué
pasa? ¿Qué es esto? ¿Dónde estoy?
―Hazlo―dijo
Margarita, con voz aterciopelada―. Tenemos grandes planes que llevar a cabo y tú
ahora formas parte de ellos.
Margarita dejó
una suave y fría caricia en el rostro del joven rubio. Éste, estremeciéndose,
se puso en pie, no sin esfuerzo.
―Queremos
que entres al Museo Vaticano―dijo Margarita―. En la Isis Lactans encontrarás una aureola.
Tráenosla.
―¿Y
qué gano con eso? ―el neófito no estaba convencido. Margarita se
encargó de hacerle entrar en razón, susurrándole al oído con su angelical voz.
―Formar
parte de una élite de poder que sumergirá a los países del mundo en una nueva
era. Ahora eres un Vicuña. Eres como nosotros.
El joven rubio
sintió fuerzas renovadas. Sintió la ponzoña vampírica del virus extendiéndose
por su cuerpo. Oía su corazón latiendo, muy débilmente. Tenía una hora hasta
que su sonido se apagara para siempre, pero sentía que su vida acababa de
empezar ahora.
Luca distribuía
a los diez guardias suizos en el interior del museo, cerca de la Isis Lactans.
Las indicaciones de Javi antes de irse habían sido de lo más explícitas.
―Vicente
es el ser más listo, más rastrero y más despiadado que hay. Siempre tiene un as
en la manga. Puede crear neófitos con su virus. Eso le daría el tiempo
necesario al neófito para atravesar el espacio que separa el obelisco del resto
de lugares de la plaza, ya que no sería totalmente un vampiro.
Por eso habían
tomado la decisión de llevarse consigo la aureola de la Virgen. Y por eso ahora
mismo estaban en un avión de vuelta a casa, mientras que Luca Sutermeister
estaba distribuyendo a sus hombres, con la esperanza de dar caza a quienquiera
que se atreviese a entrar allí aquella noche. Estaba todo en un tranquilo
silencio. Demasiado tranquilo, tal vez.
Vicente no se
había equivocado en su elección. El joven rubio entró al museo como un
fantasma, sin que nadie percibiera su presencia. Luca vigilaba él mismo la
escultura. Si aquel tipo, fuera quien fuese, lograba llegar hasta allí, iba a
llevarse un buen chasco cuando viera que la aureola no estaba.
―Teniente
Sutermeister a posición 1, informen.
La posición 1
iba a responder, pero entonces una fuerza sobrehumana agarró a los dos guardias
y les lanzó contra el suelo a diez metros, dejándoles inconscientes. Luca
empezó a preocuparse.
―Teniente
Sutermeister a posición 3. Informen.
―Todo
bien―respondió
un guardia suizo desde la posición 3.
Fue bien por
poco, porque, al igual que había pasado con los dos primeros guardias, los de
la posición 3 fueron lanzados contra la pared, haciendo un ruido sordo.
―Posiciones
2, 4 y 5, vengan a la Isis Lactans de inmediato―dijo Luca.
El joven rubio
se acercó por el pasillo. Dos guardias suizos se le echaron encima, pero él los
rechazó. Luca sacó su arma y disparó, acertándole en el hombro. Un quejido
resonó en la sala, pero aquello no bastaba para detener al enfurecido neófito.
Luca dio orden de abrir fuego contra él.
Mientras tanto,
un avión tomaba tierra en el aeropuerto de San Javier en ese instante.
La ADICT pisaba
de nuevo territorio español.
El disco solar
estaba a salvo.
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