12.
Ojo del caballo.
Raquel se
debatía sin descanso contra sus ataduras en aquella bañera llena de agua que la
mantenía prisionera y privada de sus extremidades inferiores, transformadas, al
contacto con el agua, en una larga y escamosa cola dorada. Kathya y Mikhail
entraron al cuarto de baño un par de veces durante la tarde. Intentaron
sonsacarle la información que había estado ocultando, pero ella se mantuvo
inflexible.
Cuando se quedó
sola, intentó zafarse de la bañera, arrastrándose, agarrando el borde como
podía e intentando escapar. No sin esfuerzo lo logró, apoyando los codos en la
parte exterior de la bañera y sirviéndose de ellos para, finalmente, conseguir
salir y caer al suelo. Rodó por el baño, dejando una estela de agua en el
suelo. Aún no podía levantarse debido a su cola, pero ésta no tardaría en
secarse y volvería a tener apariencia humana. Cuando tuviera sus piernas de
nuevo, se dirigiría a la sala vigilada por los vampiros y se haría con el
relicario. Pacientemente esperó a secarse, sin hacer ruido, tirada en el frío
suelo. La cola empezaba a perder el brillo que había tenido en contacto con el
agua. Poco a poco, la cola desapareció y dos largas piernas la sustituyeron.
Raquel se puso en pie y se miró al espejo. Su pelo rubio aún estaba húmedo y
algunas gotas descendían sobre sus hombros. Las secó con una toalla y salió del
baño. Aguzó el oído. No parecía haber un alma, pero sabía que había gente allí.
Cruzó la sede
de la ADICT con absoluto sigilo. Juanjo y Héctor estaban charlando en la
biblioteca. Raquel sonrió. Parecía que, con casi todos en Roma, iba a tener la
vía casi libre. Los cuatro vampiros que vigilaban el relicario eran su único
obstáculo. Y tenía un arma poderosa para librarse de ellos. Bajó al sótano, y
encaró la puerta de la sala de aislamiento, donde se custodiaba el relicario
con el Lignum Crucis. De improviso, dio una patada a la puerta y lanzó un
chillido ultrasónico al mismo tiempo que lanzaba cuatro tentáculos con los que
aprisionó a los vampiros que, pillados por sorpresa, nada pudieron hacer.
Natalia, Silvia, Kathya y Mikhail cayeron inconscientes al suelo. Raquel sonrió
y se dirigió a la caja fuerte. Lanzó sus tentáculos contra la puerta de la caja
y la arrancó de cuajo. No lo importó hacer ruido. Cogió la caja que contenía el
relicario en su interior y salió de la sala de aislamiento. Subió las
escaleras. Pero no todo iba a ser tan fácil. Alguien la esperaba arriba.
―¿Ibas
a alguna parte?
Marta apuntaba
con su pistola thaser a la sirena. Raquel sonrió con vehemencia.
―Sí.
Me llevo vuestro pequeño tesoro.
Juanjo y Héctor
aparecieron al lado de Marta. Habían oído la caja fuerte saltar en pedazos.
―¿Pero
qué…?― preguntó Juanjo.
Marta no esperó
para disparar, pero Raquel fue más rápida. Con tres tentáculos agarró a los
chicos por las piernas y los lanzó contra el suelo. Acto seguido, Marco,
Mónica, Guillermo y Sandra salieron de la sala en la que estaban, tras haber
oído el escándalo.
―¿Pero
qué…?― intentó decir Marco.
Raquel había
saltado por la ventana. Marta se incorporaba. Agarró su pistola y salió por la
puerta.
―¡Espera!
―exclamó
Juanjo, corriendo tras ella.
El vuelo había
salido de madrugada. El avión tomaba tierra con el alba. Cuando Javi bajó del
avión y pudo encender su teléfono móvil, lo primero que vio fue un mensaje de
Marta.
“La sirena ha escapado con el relicario del
Lignum Crucis. Juanjo y yo la estamos siguiendo”.
―Maldita
sea―murmuró
Javi. Enseñó el mensaje a Laura y a Sergio.
―Sabía
que esa se iba a escapar―decía Sergio.
Se dirigieron a
la cafetería del aeropuerto para desayunar algo. La televisión estaba puesta y
el corresponsal desde el Vaticano estaba en la pantalla.
―Seguramente
siguen con la abdicación del papa―dijo Laura.
―No.
Mira el rótulo―señaló Javi.
“Teniente de la
Guardia Suiza y otros tres hombres encontrados muertos en los Museos
Vaticanos”.
―Por
favor, ¿puede subir eso? ―le preguntó Sergio al camarero que tenía el mando de
la televisión. Éste asintió y subió el volumen. Las palabras se oyeron con
claridad.
―…identidad de la persona que entró al museo, pero no
se aprecia que falte ninguna obra de arte. Lo único que se sabe es que, como ya
hemos dicho, el teniente Luca Sutermeister, de la Guardia Suiza del Vaticano, y
cinco personas más pertenecientes a esta guardia, han sido halladas muertas por
el capitán Dominic Sutermeister, hermano del fallecido…
―¿Luca?
―exclamó
Laura―.
¿Está muerto?
―Son
una plaga―murmuró
Javi―.
Vicente ha creado otro neófito.
―¿Otro
más? ―preguntó
Rafa.
―Es
obvio. Ninguno puede pasar por el obelisco debido al exorcismo, ha tenido que
crear un vampiro con el virus. Poco a poco está creando un nuevo ejército.
Otra vez el
móvil de Javi. Éste lo miró.
Dominic Sutermeister me ha dicho que me
ponga en contacto con vosotros. Os espero en la puerta de vuestra sede. N.L.
―¿Quién
es N.L? ―preguntó
Javi, extrañado.
―Ni
idea―respondió
Sergio.
Tan pronto como
llegaron a la puerta principal de la ADICT lo supieron. Una chica de estatura
media y rasgos asiáticos les esperaba en la puerta. Apoyada en la pared, brazos
cruzados, mirada de preocupación que se dirigía al suelo. Su expresión denotaba
una mezcla entre furia y tristeza.
―Tú
eres N.L―dijo
Sergio, acercándose―. ¿Qué significa N.L?
Ella ni se
movió.
―Pasad
todos―Javi
abrió la puerta. Se dirigió a la chica―. Pasa también.
Sin decir ni
una palabra, pasó junto a Javi y Laura y entró. Javi cruzó con Laura una mirada
de incertidumbre. La chica se dirigió sin mediar palabra al sofá y se dejó
caer, con abatimiento. Javi escrutó atentamente su rostro.
―Bien,
basta de tonterías. Los Vicuña mataron a tu hermana, ¿no?
Toda la sala se
volvió hacia Javi. Incluso la recién llegada levantó la vista.
―Nadie
sabe eso―dijo,
solamente.
―Pues
es un poco obvio, siempre que observes con minuciosidad, al detalle― respondió Javi, empezando a dar vueltas por la habitación―.
Tu parecido físico con la cazavampiros que nos ayudó, Mei Li, es asombroso.
Supe que estabas emparentada con ella en cuanto te vi en la puerta. Tu
expresión es de rabia y de dolor por no haber podido hacer nada para salvarla.
Has estado llorando de impotencia esta mañana, se nota por el rímel corrido en
los ojos, aunque has tratado de limpiarte las lágrimas, con lo que quieres
demostrarnos una actitud de entereza que no tienes. Conozco muy bien ese
sentimiento. Me juego lo que sea a que tiene algo que ver con el robo del
relicario, o con el asesinato de Luca y su guardia. También Sergio nos contó
una historia que debíamos tener en cuenta para dar nuestro siguiente paso. Nos
habló de la leyenda japonesa de la diosa Amaterasu. Resumiendo: la katana de
Amaterasu es la tercera reliquia.
La chica se
levantó de un salto.
―¿Cómo
has podido saber todo eso?
―Mi
historia era buena, ¿eh? ―dijo Sergio―. Tenía otras tres leyendas relacionadas con
caballos en la reserva para seguir investigando otras vías, pero parece que
Marco Aurelio, su caballo y su espada nos señalaron bien el camino.
―Sí,
pero al ver sus rasgos asiáticos comprendí que íbamos bien encaminados y que
diste en el clavo con esa leyenda―replicó Javi―. En cuanto a todo lo demás… por favor, eres clavada
a Mei. Se te nota su misma determinación. Mei no murió en vano. Hizo por
nosotros todo lo que pudo.
―¡Trató
de detener a los vampiros! ―gritó la chica―. Y fracasó. Y ahora está muerta―
su tono de voz disminuyó drásticamente y dos lágrimas brotaron de sus ojos.
―¿Cómo
te llamas? ―preguntó
Laura, acercándose y dándole un pañuelo.
―Natsuki
Li―
respondió ella―. Y sí, Mei era mi hermana. Y también somos
guardianas de la Katana de Amaterasu. Pertenecemos a una antigua orden samurái.
―¿Mei
Li era samurái? ―se sorprendió Laura―. Ahora tiene más
sentido que nos la encontráramos persiguiendo a los Vicuña.
―Los
samuráis se extinguieron, ¿no? ―preguntó Sergio.
―Sí,
pero nuestra orden pervive a lo largo de los siglos. La katana permanece
oculta. Margarita Vicuña encontró la clave. La perseguí, pero se escapó―relató
Natsuki.
―¿Margarita
Vicuña? ―Javi
torció el gesto―. ¿Aún quedaba Margarita? ¿Y dónde estaba cuando
asaltamos a la guardia? ¡Pero qué hija de…!
―Esa
desgraciada sabe cómo empezar la búsqueda de la katana de Amaterasu. Pero por
suerte necesita esto.
Natsuki puso un
objeto encima de la mesa. Era una joya verde, suficientemente grande como para
caber en la palma de la mano.
―¿Qué
es? ―preguntó
Javi.
―La
gema sagrada, Yasakani no Magatama ―dijo
Natsuki―.
El portal será desvelado con la primera
luz reflejada en Yata
no kagami.
―¿Te
importa hablar en cristiano? ―preguntó Javi.
―Yata
no kagami es el Espejo de Amaterasu―respondió Sergio―. Todo apunta a que si
se refleja la luz en la gema ésta mostrará el portal reflejado en el espejo.
El móvil de
Javi sonó. Una llamada de un número desconocido.
Javi contestó.
―¿Sí?
La voz que oyó
al otro lado de la línea le dejó helado.
―¿Quieres
volver a ver con vida a Juanjo y a Marta?
Vicente.
―¿Qué
quieres ahora? ―preguntó Javi, cansinamente.
―Que
descifres el enigma de la gema de Amaterasu y nos entregues la katana del
samurái. De lo contrario, vuestros amiguitos morirán.
―¿Es
un farol?
La pregunta
tuvo una respuesta muy sencilla.
―¡Haz
lo que te dice! ¡No va de farol! ―se oyó la angustiada voz de Marta al otro lado.
―Maldita
sea―murmuró
Javi.
―Tienes
cuarenta y ocho horas. Soy considerado con el tiempo―dijo
Vicente―.
Tendrás noticias mías pronto.
La comunicación
se cortó. Javi dio un puñetazo en la mesa.
―¡Maldita
sea! ―repitió.
Miró la extraña
gema verde.
―Reflejar
la luz, ¿no? ¿No sirve cualquier cosa para reflejarla?
―Técnicamente
debería servir―dijo Natsuki―, pero el espejo sagrado de Amaterasu tiene un
ángulo de concavidad que lo reflejaría de un modo especial y…
―No
hay tiempo que perder― Javi le arrebató la gema y se dirigió al baño.
―¡Pero
espera! ¿Dónde vas? ―exclamó Natsuki.
―A
reflejarlo en un espejo―dijo Javi.
Laura le
siguió. Sergio también.
―¡No
servirá de nada! ―exclamó Natsuki, andando tras ellos.
―Hay
que intentarlo al menos―respondió Sergio.
―¿Intentarlo?
¡No se puede intentar! ―exclamó Natsuki―. Si fuera tan fácil
alguien habría encontrado ya la katana.
Javi llegó
frente al espejo del baño y aisló toda la luz que venía del exterior. Puso la
joya justo enfrente del espejo y alumbró con una linterna el cristal. El reflejo
incidió en la gema dejando entrever unos caraceteres japoneses:
―¿Qué
significan? ―preguntó
Javi.
―No
conozco esos caracteres―respondió Natsuki.
Javi resopló.
―Aunque
puede ser…―Natsuki
salió del baño y, al poco, volvió con un folio y un lápiz. Dibujó los
caracteres tal y como los veía. Y dio la vuelta al folio.
―¿Qué?
―Javi
se impacientaba.
―Uma
no me. El ojo del caballo.
―Fascinante…
qué gran avance―dijo Javi, irónico.
―El
caballo de Amaterasu―sugirió Sergio, mientras volvían a la sala de
reuniones.
―Déjate
ya los caballos, hijo―suspiró Javi―. Analicemos de nuevo lo que sabemos. Tu historia.
El ojo del caballo.
Hubo unos
momentos de silencio. Éste se rompió al cabo de unos segundos. Fue Sergio el
que hizo la pregunta.
―¿Hay
algún templo dedicado a Amaterasu que tenga caballos?
―Tal
vez el Templo de Ise― respondió Natsuki―. En el interior del
gran santuario de Ise, cerca de la entrada. Ahí están los caballos dedicados a
la Diosa. La Casa Imperial de Japón le dedicó esos caballos. Tres veces al mes
son vestidos y llevados al lugar santo del templo. Allí inclinan su cabeza ante
la Diosa.
―¿Me
estás queriendo decir que tenemos que ir a Japón? ―preguntó
Sergio. Natsuki negó con la cabeza.
―¿No
habéis visto otro caballo en vuestra búsqueda?
Se hizo un
breve silencio que fue roto por Javi al cabo de unos pocos segundos.
―Bueno,
señores, parece que hay que volver a Roma, ¿no?
Sergio conectó
el ordenador y reservó nuevamente el viaje.
―Estamos
quedándonos sin pasta―dijo―. No podemos permitirnos un viaje con demasiada
gente. Sólo iremos Javi, Laura y yo.
―Natsuki
tiene que acompañarnos―dijo Javi―. Ella sabe cómo encajar la gema sagrada en el ojo
del caballo.
Sergio asintió.
―Por
lo demás―añadió
Javi―,
vosotros tenéis que quedaros aquí vigilando que el disco solar está a salvo,
igual que el lignum crucis. Puedo confiar en vosotros, ¿no?
―Venga,
tranquilo, sabes que mientras estemos aquí no pasará nada―respondió
Rafa―.
Vosotros id a por eso.
―Cuando
volvamos encontraremos un cráter volcánico donde antes estaba este magnífico
edificio nuestro―Sergio movió la cabeza y terminó de reservar las dos
habitaciones dobles en Roma, una para Laura y Natsuki y otra para él y para
Javi.
―Aunque,
a lo mejor…―empezó
Javi.
―¿A
lo mejor, qué?
―Natalia
y Silvia pueden rastrear el sitio al que Vicente se ha llevado a Juanjo y a
Marta. Y el grupo de Rafa puede intentar rescatarles antes de que esto vaya a
más.
―Tú
lo que quieres es gastar el poco presupuesto que nos queda en funerales―terció
Sergio―.
Mira, Javi, si enviamos a estos desustanciados a la guarida de Vicente Vicuña y
sus amiguetes, vuelven sin extremidades.
―Si
Natalia y Silvia ayudan, no tiene por qué pasar nada malo.
―Estamos
hablando de Lucas y de Galindo―insistió Sergio.
―Eh,
que os estamos oyendo―dijo Lucas. Javi y Sergio le ignoraron.
―Por
eso mismo, son capaces de prenderle fuego al sitio donde esté Vicente escondido―replicó
Javi―.
¿No ves que la catástrofe les acompaña por donde pisan?
―El
problema es si le van a prender fuego a la casa con Juanjo y Marta dentro o si
los van a conseguir sacar antes―siguió diciendo Sergio.
―Bueno,
supongo que Marta y Juanjo sabrán salir.
―¡Que
estamos aquí! ―exclamó Lucas.
―Que
sí, que ya me he dado cuenta, buen hombre―le dijo Sergio, como si nada―.
En fin, que hagan lo que quieran, que ya son mayorcitos.
―¿Entonces
vamos a rescatar a Marta y a Juanjo o no? ―preguntó Rafa.
―Si
tenéis una buena estrategia…
―Yo
creo―dijo
Rafa ―
que podemos hacerlo. Tenemos a Natalia y Silvia de nuestro lado. Y a Esther se
la puede volver a llamar si hace falta.
―No
sé, yo creo que es demasiado peligroso. Deberíamos esperar a ver qué pasa―intervino
Irene.
―A
lo mejor Natsuki nos ayuda―dijo Rafa―. Se la ve tan maja…
―Escuchad―dijo
Javi―,
lo mejor es que Natsuki se quede aquí mientras Laura y yo nos dejamos caer de
nuevo por Roma para ver lo del ojo del caballo. Nos estamos ventilando la
subvención del Gobierno en viajes y hay que empezar a hacer recortes.
―Otro
con los recortes―dijo Irene.
―Te
quejarás de lo mal que estás aquí―dijo Sergio.
―Bueno,
nosotros nos vamos, el resto se queda. Sergio, te quedas al mando―ordenó
Javi.
―¿Yo,
al mando de esta panda de desustanciados? Siempre me toca a mí. Te aviso de que
como alguno me la líe me voy a la casa de campo de mi tío, agarro la pala con
la que hace los socavones para plantar los nabos y me lío aquí a palazos con
estos inútiles.
―¡Te
he dicho antes que estamos oyéndote! ―exclamó Lucas.
―Que
sí, y yo te he oído ya, hijo―dijo Sergio, cansinamente.
―Pues
nada―dijo
José Antonio―,
señor Javier, pasad buen viaje y no volváis tres.
Javi
le lanzó una mirada asesina.
―Que
sean dos palas, Sergio― dijo―. Dos palas.
Javi
y Laura salieron de inmediato hacia Roma. Por la tarde estaban allí. Fueron
directos a la Piaza del Campidoglio, donde se erguía la estatua de Marco
Aurelio, montado en su caballo, encima de su pedestal. Laura sacó la joya de su
bolsillo y la acercó a la estatua.
―No
llego, el ojo está demasiado alto.
―Habrá
que subirse al pedestal y poner el ojo.
―Pues
vaya espectáculo vamos a dar.
―Trae,
lo haré yo.
Javi
cogió la joya y trepó con agilidad al pedestal de la estatua. La gente le
miraba extrañado. Puso la joya en el ojo del caballo. No tenía la misma forma,
pero algo hizo clic en la estatua. Un pequeño rollo de pergamino cayó al suelo.
Javi lo cogió, retiró la joya y saltó al suelo. Le enseñó a Laura lo que había
encontrado. Era un mapa. Una frase en inglés y dos palabras en mayúscula,
entrecomilladas. La frase fue traducida como:
―El
secreto está en “Blokorny Suemum”.
―¿Qué
es “Blokorny Suemum”? ―preguntó Laura.
―No
tengo ni idea―respondió
Javi.
Sacó
el móvil y llamó a José Antonio.
―¿Ya
estás llamando, tan pronto?
―Deja
de hacer el ganso y atiende. Búscame “Blokorny Suemum”.
―¿Blo
qué?
Javi
se lo deletreó. José Antonio lo introdujo en el buscador. Nada. No había una
sola entrada.
―Sugiere
buscar “Blokorny Suemmum”, pero por lo demás…―leyó José Antonio en
la pantalla.
―Pues
qué bien.
―De
todas formas tampoco hay nada si clico ahí. Esas palabras no existen―
dijo José.
―Vale,
déjalo. Volvemos ya. Se nos ocurrirá algo. ¿Ha pasado algo?
―Bueno,
de momento no tengo noticias de que haya pasado nada. Están todos aquí. Sergio
prefiere no mover ficha para ir a ver si sacan de allí a Juanjo y a Marta.
―Yo
habría hecho lo mismo. Mejor esperar.
Siguió
mirando las letras. “Esas palabras no existen”, había dicho José Antonio.
―Si estas palabras no existen es porque las letras
están desordenadas― dijo Javi―. Fíjate bien.
Laura
cogió el mapa.
―¿Crees
que es un anagrama?
Javi
asintió. Se dirigieron de regreso al hotel, al que tardaron unos veinte minutos
en llegar, y una vez allí Javi cogió un folio y un lápiz.
―Es
cuestión de probar―dijo, y empezó a escribir.
“Blokorny
Suemmum”. Fue escribir “suemmum” y fue como un flash, un relámpago cruzando
sobre su mente, destellando en sus pensamientos.
Reliquias. Un objeto. Museo. MUSEUM.
Pero
lo difícil era saber dónde estaba el museo, y la primera palabra parecía
decirlo. Laura lo vio claro.
―Hemos
estado cruzando España de norte a sur para encontrar un trozo de un instrumento
de tortura de la antigua Roma, donde se clavó a Jesús de Nazaret. Hemos ido a
Roma para buscar un objeto egipcio. ¿Dónde crees que hay que ir para encontrar
un objeto japonés?
―No
sé. Me cuesta dar con ello. Blokorny me suena a australiano.
―Brooklyn. Brooklyn Museum― dijo Laura.
Javi
dio un golpe en la mesa.
―Claro.
El museo de Brooklyn.
Laura
señaló la parte de atrás del folio.
―Hay
algo escrito ahí―dijo.
Javi
le dio la vuelta. Solamente había una palabra.
―Byakko―leyó,
tal cual―.
¿Será otro anagrama?
―Me
suena haberlo oído en alguna parte―dijo Laura―. No recuerdo dónde. Alguna serie de dibujos
animados, tal vez.
Javi
cogió el teléfono y llamó a Sergio para pedirle que investigara las obras del
museo y si había relación con los famosos caballos de Amaterasu o algo que les
llevara a pensar que hubiera cosas relacionadas con la cultura japonesa. También
le dijo que investigara lo de Byakko. Sergio asintió y se puso a ello. Irene se
sentó frente al ordenador y tecleó, buscando el museo. Entró al buscador,
tecleó la página web, buscó obras japonesas en el museo y se dirigió a Sergio.
―Hay
algunas obras japonesas, fíjate bien.
Sergio
echó un vistazo.
―¿Hay
algo relacionado con el caballo, con Amaterasu, lo que sea? ―preguntó
Sergio. Irene miró la lista de objetos.
―No
tengo ni idea. Iré a preguntarle a la hermana de Mei. ¿Dónde está?
Natsuki
no estaba allí. Irene se levantó del ordenador y la llamó. Le pareció oír risas
provenientes del despacho de Rafa. Se dirigió hacia él, abrió la puerta y vio a
Rafa y a Natsuki, como si se conocieran de toda la vida, departiendo
amigablemente y riéndose de, quizá, algún chiste malísimo que había contado él.
―¿Te
diviertes, jefe de operaciones? ―preguntó Irene, sin cruzar el umbral de la puerta.
―Mucho,
¿por? ―respondió
Rafa, despreocupadamente.
―Estamos
en crisis y tú, como de costumbre, haciendo el imbécil― le espetó Irene―. Tú, japonesa, ven.
―¿Haciendo
el…? ―Rafa
se levantó―.
Oye, no te permito que…
―¿Qué
no me permites? ―exclamó Irene―. Despierta de una vez y pon los pies en la tierra.
Muy jefe de operaciones pero no te enteras de nada.
Irene
cerró dando un portazo.
Natsuki
salió tras ella.
―¿Hemos
hecho Rafa san o yo algo que te haya molestado?
Irene
se limitó a responder:
―Ven
conmigo y mira el ordenador.
Sergio
se impacientaba ya. Estaba mirando su teléfono móvil. A su lado, José Antonio,
soltando una estúpida perorata sobre la nueva versión de los mejores
navegadores móviles.
―Por
fin, Irene. Este desustanciado me estaba calentando la oreja con sus
imbecilidades―dijo
Sergio.
―¿Imbecilidades?
―preguntó
José Antonio―.
De eso nada, es lo último para navegar…
―¡Si
quieres navegar cómprate un barco, vete al Océano Índico y a mí déjame en paz,
esperpento! ―bramó
Sergio.
Irene
se sentó en el ordenador, colorada como un tomate.
―¿Te
pasa algo?
―Nada.
Que Javi y tú lleváis razón. Estamos rodeados de inútiles.
―Oh,
qué bien te veo―dijo Sergio―, te estoy viendo de jefa de operaciones y cuando yo
digo que te veo es que te veo…
Natsuki
se limitaba a mirar la pantalla del ordenador.
―Byakko,
habéis dicho.
―¡Sí!
―le
espetó Irene, no muy amable.
―Se
refiere al tigre blanco―dijo Natsuki―. Es uno de los cuatro monstruos divinos que
representan los puntos cardinales. Byakko representa el oeste. Es el símbolo
del aire.
Irene
miró la lista de obras con desgana y se detuvo en la imagen de un tigre pintado
en un lienzo.
―Vaya.
Un tigre ―dijo,
con voz aburrida―. No es blanco. Pero es un tigre. Hay un tigre en el
museo de Brooklyn.
―Adivina
quién va a reservar un viajecito a Nueva York― dijo Sergio,
sentándose al otro ordenador y abriendo la página de reserva de hoteles.
Antes
de hacer nada, llamó a Javi y a Laura. Les contó lo que habían averiguado
acerca de la palabra del mapa. Javi no lo veía muy claro.
―Si
nos lleva simplemente a ese lienzo, ¿qué es lo que viene después? No hay más
pistas. Además, si me has dicho que el tigre ni es blanco…
―Pero
es lo único que hay. Deberíamos ir.
―¿Eres
consciente de lo que hemos gastado en viajes últimamente?
―Tranquilo,
que Natalia tiene pasta para pagarnos este. Al menos así hacemos turismo por el
mundo.
―Bueno,
vale. Está bien. Hacemos el vuelo desde Roma hasta allí y nos cogemos el primer
avión que salga a Nueva York.
Javi
colgó. Se dirigió a Laura.
―Museo
de Brooklyn, Byakko. Hay un lienzo de un tigre, pero no es el tigre blanco.
―Pero
sabemos qué representa el tigre. El aire. El oeste―
reflexionó Laura, continuando el hilo de Javi.
―Al
oeste del Museo de Brooklyn―continuó Javi.
Sacó
su móvil de inmediato. Buscó en los mapas por satélite.
―Mira.
El museo de Brooklyn está situado en 200 Eastern Parkway ―dijo
Javi, señalando. Laura se inclinó sobre la pantalla.
―¿Qué
hay al oeste? ―preguntó.
Javi
siguió una línea hacia el oeste desde Eastern Parkway. Esta calle desembocaba
en otra, West Dr, que se bifurcaba a su vez en East Dr. Ambas estaban en el
interior de una inmensa zona verde delimitada al oeste por calles como Prospect
Park West y Prospect Park Southwest.
―En
esa zona hay una pista. Prospect Park―decía Javi―. ¿Qué narices hay en Prospect Park?
―No
tengo ni idea. Quizá no se refiera a Prospect Park y se refiera a algún
edificio situado justo al oeste del tigre del museo de Brooklyn.
―¿Tal
vez el oeste de donde mire el tigre?
―¿No
te parece muy rebuscado? ―preguntó Laura.
―Sí,
pero no descarto nada.
Decidieron
regresar a Cartagena ese mismo día, en el primero avión en el que encontraron
plazas. Durante el viaje revisaron planos de Nueva York para buscar potenciales
sitios en los que pudiera estar la pista siguiente. Pero en la mente de Javi se
cruzaba otra cosa que había estado ahí a lo largo de todo el viaje: el
secuestro de Marta y de Juanjo. Se había decidido a sacarlos de dondequiera que
estuviesen antes de continuar buscando la katana.
13.
Natsuki.
Sergio había
recibido la llamada nada más tocar tierra el avión en el que Javi y Laura
volvían. Iba a haber una pequeña reunión urgente. Aun con el cansancio del
viaje de vuelta y la insistencia de Laura en irse a descansar, Javi no cedió.
Habían perdido demasiado tiempo, el reloj avanzaba implacable y Vicente no iba
a tener mucha paciencia a la hora de pegar un buen mordisco a sus rehenes si no
se le daban resultados concretos que le acercaran a sus objetivos. Por ello entró
como una exhalación a la ADICT y señaló de inmediato la sala de reuniones.
Sergio dejó el sudoku que estaba haciendo y le siguió el primero.
―Bien,
damas y caballeros―dijo Javi, tomando asiento. Sergio se sentó a su
lado izquierdo. Laura, al otro lado. Natsuki se sentó al lado de Laura. Rafa
apartó la silla para sentarse al lado de la cazavampiros pero entonces Irene se
sentó allí.
―Gracias,
muy caballeroso.
―Estás
en mi…
―Gracias,
Rafa, en serio.
―Pero…
―¿Vais
a dejar de hacer el besugo antes de que den las doce de la noche o vais a
seguir? ―preguntó
Sergio. Rafa se sentó al lado de Irene.
Natalia ocupó la
silla al lado de Sergio. A su lado, su hermana Silvia. Por último, José
Antonio, luego Lucas y al final, Galindo, cerrando el círculo y al lado de
Rafa.
―Bien,
estamos aquí para idear un plan de ataque y sacar a Juanjo y a Marta de ese
estercolero al que Vicente les ha llevado―empezó Javi.
―¿Estercolero?
―preguntó
Lucas―.
¿Les ha dejado en la basura?
―Oye,
no empieces, que saco el serrucho y empiezo a seccionar partes nobles―
dijo Sergio, que tenía sueño y no estaba para muchas tonterías. Javi asintió,
mirándole, y continuó.
―De
las cuarenta y ocho horas que nos dio Vicente apenas faltan veinticuatro―dijo
Javi―.
Es primordial que intentemos sacarles de allí. ¿Alguien tiene algún plan?
Lucas levantó el
brazo.
―¿Nadie?
―siguió
Javi, sin prestar atención al brazo de Lucas―. Venga, hombre, ya
deberíamos conocer bastantes planes de rescate.
―Por
favor―protestó
Lucas―.
Natalia y Silvia distraen a los malos, y mientras tanto entramos nosotros y
sacamos a nuestros amigos.
Sergio meneó la
cabeza.
―¿Alguna
idea que no sea un suicidio colectivo? ―preguntó―. Algo que no implique que alguien tenga que morir
en el asalto.
―Necesitaríamos
un plano de la casa―dijo Rafa entonces―. A saber en qué
habitación tienen esos degenerados a Juanjo y a Marta. Así tendremos una
composición visual del sitio y sabremos por dónde atacarles.
―Vale―dijo
Javi―.
¿Dónde les tienen?
Entonces la
mirada se dirigió a Natalia.
―¿Puedes
rastrearles?
Ella asintió.
―Dame
media hora y diré dónde están Juanjo y Marta.
―Media
hora―asintió
Javi―.
¿Y luego, Rafa?
―Luego―continuó
Rafa―
intentaremos colarnos en esa habitación antes de que nadie se entere. Si es un
sótano estará difícil, pero si es una planta alta podremos trepar hasta la
ventana y entrar por ella.
―Bueno―dijo
Javi, volviéndose a Natalia―. Rastréales. Cuando les tengas me das un toque.
Natalia levantó
el pulgar y salió de la sala.
―Bueno,
ya hemos acabado, ¿no? ―preguntó Rafa, levantándose.
―No,
en realidad―respondió
Javi. Rafa volvió a sentarse, con desgana―. Nastuki, cuéntanos la historia de tu vida. Todo
acerca de esa katana. Cómo sucedió para que tu familia llegara a protegerla de
vampiros y demás seres.
Natsuki resopló.
―Hay
veces en las que el pasado debería olvidarse―dijo.
―Si
olvidas el pasado corres el riesgo de volver a repetir tus errores― sentenció Javi―. Por eso quiero que nos cuentes todo. Vas a formar
parte de este equipo, ¿no?
Natsuki asintió
con la cabeza.
―Entonces
debemos saber qué buscamos. ¿Desde cuándo tu familia protege la Katana de Amaterasu?
―Desde
hace muchos siglos. Desde la época de los primeros samuráis―
comenzó Natsuki.
La espada
sagrada, la reliquia que protegía la familia de Natsuki desde hacía
generaciones, fue encontrada por el dios Susanoo en la cola de una serpiente de
ocho cabezas que aterrorizaba al pueblo. Susanoo la mató emborrachándola con sake
y cortándole las cabezas. La espada que encontró en la cola de la serpiente fue
entregada a su hermana, Amaterasu, como señal de paz. Tanto el Espejo, como la Joya y la Espada, fueron
providenciales para legitimar el sistema imperial de Japón y sus custodios
desde entonces, en el siglo VIII, fueron los samurais. A lo largo de los siglos
muchas guerras fueron libradas por los samurais. En el siglo XIX hubo bruscos y
masivos cambios en la cultura japonesa. Algo que los samurais no estaban
dispuestos a aceptar. Fue cuando tuvo lugar la rebelión de Satsuma y su ejército,
cayendo todos los samurais en la misma. Pero con ello las reliquias imperiales
de Japón quedaban desprotegidas de un mal que había estado persiguiéndolas sin éxito
durante mucho tiempo. Antes de comenzar la rebelión, uno de los más avanzados
samurais, Saigo Takamori, se reunió con uno de sus discípulos y le dejó
instrucciones. No debería tomar parte en la batalla que pronto iba a tener
lugar, pues si todos caían no quedaría nadie para proteger las reliquias y,
menos aún, la espada. La katana de Amaterasu. Era providencial que aquella
katana fuera protegida. Pero el pupilo de Takamori no obedeció las órdenes. Dejó
a su prometida un papel en el que se revelaba dónde estaba la pequeña joya
sagrada verde, explicándole que era la clave para hallar la ubicación de la
katana. Todos los samurais murieron en la rebelión de Satsuma y Saigo Takamori
fue considerado el último samurai. La prometida de su pupilo, desconsolada,
pensó en deshacerse de la joya que tan nefasta suerte había traído. En lugar de
eso, la guardó en un cajón y allí cayó en el olvido. Pasaron los años. Ella rehizo
su vida. Se casó y tuvo dos hijos. El mayor de ellos encontró la joya por
casualidad, y movido por la curiosidad, le preguntó a su madre. Ella le contó
la historia. El niño, fascinado, juró que encontraría la katana y la protegería
de aquellas fuerzas del mal. Y comenzó un duro entrenamiento diario. El nombre
de aquel joven era Tsubasa Li. Llegó a dominar el arte de la katana y pasó el
secreto a sus hijos. Lamentablemente nunca supo lo que significaba el Ojo del
Caballo, ni tampoco nadie sabía dónde estaba aquel caballo. El último samurái
se había llevado el secreto a la tumba.
Así, pasaron el
secreto de generación en generación, protegiendo la joya de unas extrañas
criaturas que a veces les atacaban, unas bestias mitad hombre y mitad lobo, que
venían las noches de luna llena a por la joya y que la reclamaban para sí, ya
que guardaba la ubicación de un místico objeto que les pertenecía desde hacía
eras. Aquellas bestias mataron a los padres de Tsubasa y él y su hermano, Tora
Li, tuvieron que seguir adelante sin sus padres. Si aquellas bestias querían la
joya que prtegían, no iban a poder arrebatársela. Y pasaron los años. Y Tsubasa
y Tora tuvieron descendencia. Tora consideró que el secreto debía continuar por
la rama familiar de su hermano, al ser él el primogénito. El secreto continuó
descendiendo por el árbol genealógico hasta llegar a finales del siglo XX,
cuando dos niñas, Mei y Natsuki Li, nacieron, y fueron designadas también para proteger
la joya de aquellas bestias y, ahora, de un extraño grupo de vampiros que también
la quería. Mei y Natsuki fueron entrenadas desde muy pequeñas. Mei siempre
llevaba ventaja, estaba claro que tenía un don especial para manejarse con las
artes marciales. Natsuki tenía que entrenar muy duro. Siendo niñas las dos, una
noche, dos neófitos pertenecientes al ejército que estaba formando Serafín
Vicuña entraron en su casa a buscar la joya. La madre de Mei y Natsuki se
despertó de improviso, habiéndole parecido oír algún ruido. Los neófitos
mataron a la madre tan pronto como pudieron. Mei y Natsuki, que se habían
despertado por el ruido, presenciaron la escena. Las dos niñas, de trece y diez
años, estaban blancas como la cera, viendo el cuerpo inerte de su madre en el
suelo. Mei no tuvo compasión del primer vampiro. Le ensartó una estaca en mitad
de su corazón. Natsuki hizo lo mismo con el otro. Al día siguiente tuvo lugar
el funeral de la madre. El padre de las niñas hizo que se trasladaran a otro
sitio. Se llevó la joya consigo, la escondió y se establecieron en Okinawa. Allí
las dos niñas perfeccionaron aún más su técnica de artes marciales y, cuando
Mei cumplió la mayoría de edad, tomó una decisión.
―Cuando
esté preparada iré a perseguir a esos lobos y a esos malditos chupasangre. Les
exterminaré a todos y vengaré la muerte de nuestra madre.
Natsuki nunca
estuvo muy conforme. Pero pasaron un par de años y Mei se fue. No volvió nunca.
La trágica noticia de su muerte le llegó al cabo de unos meses, con el
paliativo de que Serafín Vicuña y sus secuaces estaban muertos. Natsuki buscó
información por Internet. Tenía noticias de que Mei había ido al sudeste de
España. Así que buscó noticias relacionadas con asesinatos producidos en aquel
país. Le chocó bastante un titular.
“Río de sangre
en la Asamblea Regional
de Cartagena”.
Un diputado
muerto, una chica de rasgos asiáticos muerta, otra extraña muerte que nadie
alcanzó a dilucidar, un tiroteo y el presidente de España secuestrado por una
asociación llamada ADICT.
Natsuki tomó la
decisión en menos de dos horas. Hizo las maletas y, tras despedirse de su
padre, la joven de diecinueve años partió a España con la joya en la mano, intuyendo
que aquellos ADICT sabían algo del asunto.
No sabía ella
hasta qué punto estaba en lo cierto.
14.
Más viajes.
―El
viaje está reservado― anunció Sergio―. A continuación
anunciaré quién viene y quién se queda.
―Psé.
Esto es dar la alineación inicial como si fuera un partido de liga ―murmuró
Rafa.
―¿Tienes
algo que compartir con el resto? ―preguntó Sergio.
―No,
no, por favor, adelante―respondió Rafa, con sarcasmo.
―Bien…―empezó
Sergio―.
Por motivos estrictamente económicos (y que algunos de aquí son rematadamente
imbéciles, sin mirar a nadie), Javi y Laura serán los que vayan a París. Así
pues, me vais a tener aquí al mando hasta su vuelta.
―Nos
encargamos nosotros de vigilar las dos reliquias, Javi―
intervino Silvia―. Natalia y yo ayudaremos a esos rusos.
―Lo
cierto es que es mejor que yo me quede aquí con Lucas y Galindo―terció
Rafa―.
Con tanto viaje de un lado para otro no termino de encontrarme muy bien.
Además, todavía tengo mal el pie.
Sergio lanzó
una iracunda mirada al aire.
―Os
vais a enterar, esperpentos…
Natsuki dio un
paso al frente.
―¿Y
yo?
―No
has venido a España para estar viajando de un sitio a otro. Quiero que
investigues con Marta los movimientos de Vicente y compañía―
dijo Javi―.
Quiero que sepáis dónde van, lo que hacen, todo. Creo que Sandra tiene tiempo
libre ahora, puede ayudaros.
Sandra asintió
desde su asiento.
―¿Dudas
e inquietudes? ―preguntó Sergio. Silencio por respuesta―.
Bien. Se acabó la reunión.
Javi y Laura
habían hecho la maleta con rapidez. Esa misma tarde salía el vuelo hacia París
y no habían tenido mucho tiempo. Tres o cuatro camisetas, algunas cosas de
aseo, un par de zapatos cada uno. No daba tiempo a más, además de que el viaje
no iba a ser demasiado largo. Esperaban solucionar aquel asunto en no más de un
par de días. A las tres de la tarde ya estaban en el aeropuerto.
―¿Lista?
―preguntó
Javi, mirando a Laura.
―Lista―respondió
ella, sonriendo. Le agradaba la perspectiva de ir a París con Javi, aunque
solamente fuera para ir a buscar aquella reliquia.
La
megafonía del aeropuerto anunciaba apenas unos diez minutos después que los
pasajeros del vuelo con destino a París tenían que embarcar en breve.
Rafa
se encontraba descansando en su despacho. No se había movido de allí en todo el
día. En realidad, ni siquiera sabía por qué había acudido a su oficina. La
pierna aún le dolía, pero eso no era excusa para quedarse en casa y, además,
Sergio le había dicho que tenía que quedarse al frente de aquella panda de aneuronales que seguro que dejaban un cráter en la
sede mientras ellos no estaban allí. Rafa resopló. Lucas, Galindo y Mónica
entraron a su despacho.
―Bien,
hoy es día de descanso―empezó Lucas.
―Descanso,
¿eh? ―gruñó
Rafa, por lo bajo.
―Por
supuesto. Vamos a comer fuera y luego a echar una partidita de mini golf―respondió
un sonriente Galindo.
―Ya.
Y supongo que no os habéis parado a pensar que pueden robar lo que nos han
dicho que protejamos. Sobre todo la condenada sirena, o los lobos, o cualquier
ser igualmente repugnante…
―¡Venga
ya! ―exclamó
Mónica, levantando las manos al cielo y dejándolas caer encima de la mesa de
Rafa―.
Te estás volviendo un aburrido, igual que Javi y Sergio y…
―Se
llama madurar, igual deberíais probarlo vosotros―la cortó Rafa―.
La vida no consiste sólo en juergas. Paso del paintball, o el minigolf, o lo
que sea que vayáis a hacer. Porque además, estoy lesionado―señaló
la pierna, que aún le dolía.
―Es
un rasguño de nada―dijo Lucas.
―¡Casi
me mato! ―exclamó
Rafa.
Juanjo
y Héctor entraron al despacho.
―Hay
movimiento fuera―dijo Juanjo ―. No parece que vayan a atacar, pero sí que están
vigilando. Los sensores de presencia captan algo.
―¿No
veis nada por las cámaras? ―preguntó Rafa.
Héctor
y Juanjo movieron la cabeza negativamente.
―O
es el hombre invisible o sabe pasar inadvertido. Pero con los detectores de
presencia no ha podido―dijo Héctor―. Ha saltado uno de los sensores de atrás.
―Kathya
está al tanto―dijo
Juanjo―.
Mickhail va a ir a vigilar el perímetro desde la azotea. De momento no hay
motivos para preocuparse.
Rafa
asintió.
―¿Y
José Antonio? ―quiso saber.
―Pues
donde siempre. Con su ordenador, sus aplicaciones de móvil y demás. Y Sergio
está en su despacho leyendo. Por si te interesa.
―Bueno―le
cortó Lucas―,
¿te vienes a comer o no?
―Me
quedo aquí, no quiero que me maten―Rafa cogió un libro de la estantería y se puso a
leer―.
Si quieres irte a comer, vete. No te atragantes ni nada de eso. Hale.
Lucas,
Galindo y Mónica se intercambiaron una mirada de desdén y salieron del
despacho. Juanjo y Héctor decidieron volver a sus puestos para seguir
controlando lo que pasaba ahí fuera.
Marta
charlaba con Natsuki en la sala de reuniones.
Marta
se había acercado a Natsuki.
―¿Por
qué te sigues torturando? ―le preguntó, viendo que Natsuki era incapaz de
levantar el ánimo.
―Lo
de Mei es culpa mía. Nunca debí dejar que viniera sola. Si hubiera estado con
ella Mei nunca habría muerto.
―Eso
no es cierto, Natsu―respondió Marta―.No tienes la culpa―pasó
un brazo tras la espalda de Natsuki―. No había manera de saber qué iba a pasar. Y los
Vicuña eran enemigos muy poderosos. Y lo siguen siendo. Quizá ahora estaríais
las dos muertas si hubieras estado en aquel escenario. Cualquiera de nosotros
pudimos haber muerto.
La
mirada sombría de Natsuki se levantó del suelo para mirar a Marta a los ojos.
―Pero
debí haber estado con ella. Y ella me dijo que me quedara a proteger la joya
sagrada mientras venía a cortar el problema de raíz. Y no lo logró. Y ahora
ellos están tras la pista y lo saben todo.
―No
vamos a dejar que ocurra nada. Javi y Laura van a resolverlo todo…―dijo
Marta, disimulando una punzada de dolor. Aunque quisiera, no lo había podido
superar aún. Lo de Javi y Laura le atravesaba el alma como un puñal helado.
Pero ella tenía que ser fuerte. No había hablado de aquello con Javi. Él
tampoco con ella, aunque Laura le había asegurado que Javi se sentía mal por
ella. La relación entre Javi y Laura no había afectado a su amistad para nada.
Marta no había dado tiempo a una posible pelea con su amiga a causa de que le robara el chico que a ella le gustaba.
Se había largado a Finlandia antes de que pudiera pasar nada. Se había ido sin
despedirse y sólo cuando había llegado a su destino se había puesto en contacto
con Javi para decirle que se había ido. Él se sintió fatal, adivinando el
motivo. No supo realmente el motivo de su primera ruptura con Laura. El caso es
que había siempre estado hecho un lío y no sabía por quién decantarse, hasta
que ocurrió lo del virus ponzoñoso y lo tuvo claro. Marta suspiró y le habló a Natsuki.
―Vamos
a dar un paseo, te sentará bien.
Nastuki
se levantó, aceptando. Marta se dijo para sus adentros que el paseo también le
sentaría bien a ella.
Vicente
estaba realmente contrariado.
―Sois
demasiado inútiles. O tal vez novatos.
Valentín
y Nicolás estaban allí mismo, delante de él, con la cabeza gacha. Vicente
paseaba de un lado a otro de la habitación.
―Quizá
los metomentodos de la ADICT son realmente buenos y han podido entrar aquí sin
que les oigáis ni les veáis ni les percibáis de ninguna manera. ¿Son tan
buenos, en serio? ― preguntó, deteniéndose delante de Nicolás y
mirándole fijamente con sus ojos rojos.
―Hum…
esto… nosotros…
―No
son tan buenos, lo sabéis y lo sé―Vicente apartó la mirada de Nicolás, haciendo un
gesto de asco―.
Son humanos. Vosotros ya no lo sois. Habéis sido elegidos para algo muy grande
y aquí estáis, echando a perder absolutamente todo. ¿Tan difícil era mantener a
esos dos a buen recaudo?
―Vaya,
perdone su señoría, lo sentimos mucho―le dijo Valentín, levantando la voz.
Se
hizo un silencio que se cortaba con el filo de los colmillos de Vicente, que se
había acercado a Valentín. Éste, al ver los colmillos del vampiro tan cerca de
su cuello, se amilanó.
―¿Lo
sientes? ―preguntó
Vicente―.
¡Vaya, lo sientes! ― se retiró teatralmente y levantó los brazos al
cielo, como si elevara sus súplicas al cielo―. ¡Valentín lo siente!
¿No es magnífico? ¡Me estás cabreando! ―y volvió a encararse con Valentín pegando un
tremendo puñetazo en la pared y haciendo un boquete.
Valentín
no se atrevió a mirarle fijamente a la cara.
―Sois
un par de inútiles―dijo, con desprecio―. Si pudiera,
escupiría a vuestro lado. Marga y yo hemos estado perdiendo el tiempo en Japón.
Allí no hay nada.
Margarita
estaba apoyada en la pared, mirando la escena.
―Me
conmueves―intervino―.
A esta hora, a saber dónde estarán los tocanarices. Va a tocarnos rastrear y no
tengo ninguna gana.
―Que
no tengas ganas de rastrear no es asunto mío―dijo Vicente―.
Si no rastreas tú, rastrearé yo.
―Está
bien, haz lo que quieras…
―¡Por
supuesto que lo haré! ―gritó un enfurecido Vicente―.
No llevo cuatrocientos años buscando el tesoro para que ahora unos humanos se
me estén adelantando siempre. Es humillante. Y para ti también. Y para Serafín
también lo sería. Así que rastrea de una vez y más nos vale encontrar dónde
están, porque seguro que están siguiendo alguna pista.
Valentín
y Nicolás se quedaron quietos como dos estatuas, sin saber si ayudar o no a
rastrear a los chicos. Pero salieron de dudas pronto.
―En
cuanto a vosotros dos―Vicente se volvió hacia ellos y les señaló con un
blanquecino dedo―. Vais a la sede de la ADICT y vigiláis que nadie
entre ni salga de allí, ni de noche ni de día. Y si tenéis oportunidad de
entrar y matarles a todos, mejor.
Ellos
asintieron. No se atrevieron siquiera a replicar.
Marga
Vicuña salió al portal y escrutó los olores que traía el viento. Necesitó
concentrarse, pero al final pudo distinguir lo que buscaba y así se lo dijo a
Vicente.
―Un
avión.
―¿Sabes
hacia dónde han volado los pájaros?
―No.
Pero será irrisoriamente fácil enterarse tras hacer una visita al aeropuerto.
Entonces
Nicolás sonrió.
―A
lo mejor es hora de empezar a tirar de contactos―dijo, sacando su
teléfono móvil del bolsillo―. Cuando una organización es poderosa, hay que
perseguirles más sutilmente a veces.
Vicente le
escrutó atentamente con la mirada.
―¿Qué
vas a hacer?
―Te
garantizo, Vicente―le dijo Nicolás, marcando―,
que ADICT tiene los días contados.
El
cuartel general de ADICT parecía un funeral. La cara inexpresiva de Natsuki,
incapaz de sentir alegría ni por un instante, hacía palidecer hasta la habitual
cara de alegría de Lucas y Galindo. Natsuki y Marta estaban en el jardín,
sentadas en un banco, a la sombra de la hilera de árbolas que iba desde la
valla principal hasta la entrada.
Sergio
recorrió el asfaltado camino y se dirigió hacia la samurái, junto con Natalia.
Natsuki les miró. Estaba abstraída, pensando en sus cosas, mirando al infinito.
No estaba prestando atención a nada. A su lado estaba Marta, también
ensimismada, con sus pensamientos.
―Vaya
empanada que tenéis―le soltó Sergio―. Despierta, muchacha.
―Perdona
si no estoy muy risueña―le dijo Natsuki, sin apenas escucharle―.
Pero hasta que no vengue el honor de mi familia no podré sonreír otra vez.
Sergio
se encogió de hombros y cogió la mano de Natalia.
―Estos
japoneses son raros―dijo.
―Ya
ves―le
dijo Natalia―.
Bueno, es otra mentalidad diferente. Para ellos el honor es muy importante.
―¿Por
qué te sigues torturando? ―le preguntó―. Ya te lo he explicado antes, no es…
―Sí
es culpa mía, Marta-chan. Nunca debí dejar que viniera sola. Si hubiera estado
con ella Mei nunca habría muerto.
―Eso
no es cierto―intervino
Sergio.
―No
tienes la culpa―dijo Marta, pasando un brazo tras la espalda de
Natsuki―.
No había manera de saber qué iba a pasar. Y los Vicuña eran enemigos muy
poderosos. Y lo siguen siendo. Quizá ahora estaríais las dos muertas si
hubieras estado en aquel escenario. Cualquiera de nosotros pudimos haber
muerto.
La
mirada sombría de Natsuki se levantó del suelo para mirar a Marta a los ojos.
―Pero
debí haber estado con ella. Y ella me dijo que me quedara a proteger la joya
sagrada mientras venía a cortar el problema de raíz. Y no lo logró. Y ahora
ellos están tras la pista y lo saben todo.
―No
les dará tiempo―dijo Sergio―. Eso te lo aseguro yo a ti.
―¿Cómo
puedes estar tan seguro? ―preguntó Natsuki, torciendo el gesto y mirándole.
―Por
favor, es Vicente―respondió Sergio, con indiferencia―.
Su ego acabará perdiéndole. Es un espléndido estratega, un rival peligroso,
rápido, letal, asesino, además de un esperpento, claro; pero a pesar de que
hayamos frustrado sus planes un par de veces nos subestima demasiado porque
sólo somos unos simples humanos y esa es su mayor debilidad. Acabaremos
cogiendo la katana antes que él. Confía en Javi y en Laura.
Natsuki
no respondió. Marta movió la cabeza y fue junto a Sergio.
―A
saber lo que pasará por su cabeza. Se tortura demasiado por lo de Mei. Y nadie
pudo hacer nada por salvarla.
Silvia
se acercó a ellos como una sombra.
―¿Sabéis
que tengo hambre? ¿Os podéis hacer una idea de lo que es estar tres horas metida
en esa sala vigilando las reliquias malditas esas? Y encima estoy aquí, rodeada
de humanos por todas partes. ¿Sabes qué se siente al no poder morderos a
ninguno?
―Pues
más o menos es como ir a una barbacoa y no poder comer nada porque estás a
régimen―dijo
Sergio, ceñudo.
Silvia
gruñó, pero no contestó nada.
15.
Símbolos de
Amaterasu.
―Tal
y como suponía. Van tras la pista.
―Si
eso es cierto, tenemos un problema.
En
mitad de ninguna parte, en una oscura sala con apenas un par de velas en cada
esquina y otra en una pequeña mesa de caoba situada en el centro geométrico
exacto de la estancia, el licántropo informaba a su líder de los pasos que daba
Vicente. Pero el vampiro había pasado a ser el último de sus problemas.
―También
esos mequetrefes van tras las reliquias, mi señora.
―Ellos
no me importan― dijo la mujer, levantándose de su sillón de oro y
mirando al licántropo fijamente. Se dirigió a la mesa y tomó una copa con un
líquido espeso y rojo en su interior―. Me importa Vicente Vicuña. Él es el mal mayor en
este asunto. Siempre ha sido el que me juró venganza por lo ocurrido hace
quinientos años.
―Debimos
haberle matado cuando pudimos.
―Sabes
que no se habría dejado. Es astuto y calculador. Siempre ha ido un paso por
delante de nosotros. Sigamos dejando que los humanos hagan el trabajo.
La
mujer tomó un sorbo, dejando la copa delicadamente sobre la mesa. El licántropo
retrocedió un par de pasos.
―¿Qué
ocurre con la guardiana? ―preguntó.
―¿La
guardiana? ¿Esa cazadora samurái?
―Su
secreto pervive con ella a través de las generaciones. La Espada Sagrada de
Amaterasu…
―Está
bien, vale―dijo
la mujer, cansinamente―. Encargaos de que encontráis la katana y la ponéis
a buen recaudo.
―¿Encontrarla?
―Eso
he dicho, Lowell. Encontrarla. Antes que ellos. En cuanto a la guardiana, sólo
cabe hacer una cosa. Matadla.
―Así
se hará, mi señora.
Lowell
hizo una pronunciada reverencia y salió de la estancia.
Los
cansados viajeros del vuelo a París arrastraban sus maletas, rumbo al hotel. Al
llegar, Javi no dio ni un minuto de tregua. Desplegó el plano de París sobre la
cama y cogió el papel con la pista.
―Bien,
échame una mano, chica guapa―dijo, sentándose. Laura se sentó junto a él,
rodeándole con sus brazos. Javi sonrió.
―Así
da gusto investigar―dijo, mirando el mapa.
―¿Por
dónde empezamos? Porque no tengo ni idea…― Laura miró el mapa, viendo un maremágnum de calles
y símbolos que indicaban lugares de interés. Javi parecía tener claro por dónde
empezar.
―Algo
que representa a Amaterasu. Un espejo. El sol. Caballos. Una espada. Toda esta
es la simbología que representa a la diosa y a juzgar por todo esto, algún
antepasado de Natsuki trajo la katana sagrada hasta París y la escondió
siguiendo esta pista.
Napoleón nos trajo al corazón de su imperio. Entre
Egipto y los tejares nos llevó. Imponente nos observa el gran dios del pasado.
Rectamente te guiaremos a la cuna de la alquimia, donde brillan las
estrellas. Allí contemplaréis el símbolo de reyes que os guiará a vuestro
destino, al lugar que cambió de nombre.
―Entre
Egipto y los Tejares―repitió Laura, centrándose en la primera línea―.
Si estamos en París es porque era el corazón del Imperio Napoleónico.
―Exacto―
dijo Javi―.
Debe de haber algún sitio entre Egipto y los tejares en París.
―Egipto,
vale, ¿pero qué son los tejares? ―preguntó Laura.
Javi
abrió un motor de búsqueda y escribió dos palabras: “tejares” y “París”. Pero
el resultado no fue el deseado. Tejares resultó ser un barrio de la ciudad de
Salamanca.
―Igual
no estamos planteando bien esto―reflexionó Laura―. ¿Cómo dirías tejares en francés?
―No
lo sé―dijo
Javi, abriendo el traductor―. Pero “teja” se escribe “tuile”.
―¿Tuile?
―Laura
se extrañó. Pero Javi puso a trabajar su mente a toda velocidad.
―Tuile.
Tule es teja. No hablamos de teja, sino de tejares, una palabra derivada de
teja. Tejar en francés es… tuilerie―
tradujo con ayuda del ordenador.
―¿Y
qué tiene que ver eso? ―preguntó Laura.
―Tuilerie
se parece mucho a “tullería”. Tal vez se refiera a los Jardines de Tullerías.
Son unos inmensos jardines que en línea recta se extienden desde el Louvre
hasta la plaza de la Concor…
Se
detuvo cuando dijo eso. Laura le miró, apremiante.
―¿Qué?
¿Qué pasa?
―¿Qué
hay en el Louvre? ―preguntó Javi, volviéndose hacia Laura y mirándola
con ojos brillantes.
―No
sé, ¿la Mona Lisa?
Javi
sonrió entre dientes.
―Me
refiero a un símbolo egipcio.
―La
pirámide…
―¿Y
en la plaza de la Concordia?
―¿Te
refieres al obelisco?
―Exacto,
el obelisco de Luxor. Una vez más un obelisco se interpone en nuestro camino.
―Entonces…
¿entre Egipto y Tullerías?
―¿Salimos
a dar una vuelta y así inspeccionamos el sitio?―preguntó Javi. Laura
aceptó. Así que salieron del hotel y se dirigieron de inmediato al Jardín de
las Tullerías.
Nicolás
había colgado.
―Sólo
queda esperar.
―¿A
qué? ―preguntó
Vicente.
―A
que nos hagan el trabajo.
―Bien.
¿Y a quién has llamado?
―Tengo
contactos muy poderosos. Quien se mete conmigo suele lamentarlo durante
bastante tiempo.
―¿Y
pueden esos contactos tuyos quitar de en medio a esos metomento- dos? ―Vicente
arqueó una ceja, dejando entrever el escepticismo en su rostro.
―Hasta
donde yo sé, han tenido que ver en muchos acontecimientos a lo largo y ancho
del planeta. Acontecimientos muy importantes.
Vicente
se le quedó mirando fijamente.
―Conozco
a esos tipos…
―¿En
serio? ―se
sorprendió Nicolás.
―Claro
que sí. Ellos me ayudaron a desarrollar mi virus. Les llaman la Hermandad, ¿verdad?
Nicolás
puso cara asustada y asintió.
―¿Pero
cómo…?
―Sabía
cuando te vi en Roma que servirías bien a mi causa, amigo mío―le
dijo Vicente entonces, poniendo su mano en el hombro del neófito―.
Que yo te mordiera no fue casual. Igual que a Valentín. Sólo transformo a
aquellos que pueden aportarme algo. Y una vez más mi intuición acertó al buscar
un nuevo y fiel seguidor.
Nicolás
no supo qué decir. Solamente pensó en que Vicente tenía más contactos y era más
poderoso de lo que al principio le había parecido.
Los
Jardines de Tullerías se extienden desde la Plaza de la Concordia hasta el
Museo del Louvre en una extensa línea recta que también seguía hacia los Campos
Elíseos y desembocaba en el Arco del Triunfo. Es, de hecho, uno de los mejores
sitios para pasear por París. Aunque en aquel momento Laura y Javi no estaban
para pasear ni hacer turismo. Se habían plantado en la Plaza de la Concordia,
debajo del Obelisco de Luxor, desde el cual…
―Imponente
nos observa el gran dios del pasado―recordó Javi―. Mira, es el dios Ra. De nuevo, referencias al Sol.
Y con las referencias a Ra y al Sol, a Amaterasu. Estoy por pensar que los
medjay ayudaron a los samuráis a esconder la katana.
―Es
increíble, las tres reliquias están interconectadas entre sí con toda esta
simbología―comentó
Laura, encarando el inicio de la basta extensión que comenzaba a sus pies e iba
hasta el Louvre―. Podemos comenzar a caminar.
―Sí.
Deberíamos―Javi
miró al frente―. Tenemos un rato de paseo hasta atravesar todo
esto.
José
Antonio trabajaba en su ordenador. Retocaba los códigos de seguridad para
mejorar el programa, pero entonces la pantalla se quedó en negro. De no ser por
el autoguardado Jose habría perdido todo el trabajo realizado en la última hora
y media.
―¿Pero
qué…?―reinició
el ordenador, algo desconcertado ante aquel reinicio tan fortuito. Sandra entró
en la sala de informática.
―¿Problemas?
―preguntó.
―El
sistema se ha reiniciado solo. Lo cual me parece muy raro―dijo
Jose, sin saber qué pasaba.
―Será
cosa del sistema operativo, tiene la manía de colgarse―respondió
Sandra, sentándose a su lado―. ¿Un día duro?
―Ni
la mitad de lo que va a ser mañana― José Antonio entró en el modo símbolo del sistema y
comenzó a ejecutar comandos.
Sandra
le miraba, absorta. No conocía ninguno de esos códigos ni lo que hacían, pero
Jose Antonio estaba bastante seguro de lo que significaban. A juzgar por lo que
pasó luego, Sandra tuvo la sensación de que algo no iba bien.
―Mierda.
Llama a Sergio.
―¿A
Sergio?
―Sí,
llámalo. Que vengan ahora mismo Héctor y Juanjo. Están intentando piratear
nuestro servidor. Si lo logran tendrán acceso a todas las claves internas.
Quiero que Sergio autorice ya una intervención extraorinaria para hachear a
estos tíos, sean quienes sean.
―¿Pero…
podemos hacer eso?
―Tú
déjame trabajar― José Antonio volvió a teclear―.
Estos no saben con quién van a meterse.
Sandra
salió de la sala de informática. A los cinco minutos Juanjo y Héctor estaban
acompañando a José Antonio y Sergio estaba a su lado.
―¿Quiénes
son? ―preguntó.
―Ni
idea―respondió
Juanjo―.
Pero yo ya estoy rastreándoles.
―Yo
voy a ponerles doscientos cortafuegos en medio―dijo Héctor―.
Eso les entretendrá bastante hasta que Jose les pille su localización exacta.
Sergio
se sentó, enfurruñado. Por si no tenían ya bastante con todo el asunto de las
reliquias, ahora unos tipos intentaban hackear su sistema informático y estaba
bastante seguro de saber para quién trabajaban.
―Para
Vicente, seguro. Esto es cosa suya…
―Claro.
Míralo―dijo
Javi.
Laura
miraba hacia donde estaba señalando su chico.
―¿El
Arco del Carrusel?
Javi
caminó hasta quedarse justo debajo del arco.
―Observa―apuntó
hacia la plaza de la Concordia―. Observado por el gran dios del pasado. Ra. Entre
el antiguo Egipto―y entonces señaló hacia el Louvre con el otro brazo―.
Entre Egipto y los Tejares. Es decir, Tullerías.
―¿Pero
cómo sabes que se refiere exactamente a esto? ―preguntó Laura.
―Piensa
en los símbolos de Amaterasu y examina atentamente el arco―
respondió Javi, simplemente. Laura hizo lo que le decía Javi. En la parte
superior del arco vio cuatro caballos. Los señaló, mirando a Javi, que asentía
con la cabeza.
―¿Qué
cosa iba a referirse a Amaterasu sino unos caballos? ―preguntó
Javi―.
Está clarísimo. ¿Recuerdas cómo seguía la pista?
―Sí.
Rectamente te guiaremos hasta la cuna de la alquimia, donde brillan las
estrellas.
―Lo
cual es un gran avance―dijo Javi, con sarcasmo―.
¿Rectamente? ¿Qué narices es rectamente?
Laura
observó los caballos. Dos de ellos miraban al frente. Otros dos tenían la
mirada desviada hacia la derecha.
―¿Habrá
que seguir sus miradas?
―Eso
parece. ¿Pero qué es la cuna de la alquimia? ¿Dónde está?
Javi
miró a Laura. Ella le devolvió la mirada. Iban a tener que investigar un poco
antes de poder seguir adelante. Un disparo rasgó el aire y pasó rozando el
hombro de Javi, haciéndole un arañazo.
―¿Pero
qué…?―
exclamó él. Cinco figuras vestidas de negro les rodearon justo delante del Arco
del Carrusel. Tres hombres y dos mujeres que les encañonaban con sus armas.
―Habéis
metido demasiado la nariz―dijo una de las mujeres, que parecía la líder de
aquel grupo―.
Vicente Vicuña os manda recuerdos.
Javi
hizo ademán de llevarse la mano al arma pero el ruido que hizo la pistola que
sostenía la mujer en la mano le disuadió. Le había quitado el seguro.
―Hazte
el héroe ahora y verás dónde acabáis tú y tu novia, detective.
―¿Dónde
les llevamos, Claire? ―preguntó uno de los hombres.
―Vamos
al Refugio―respondió
ella―.
Les encerraremos. Me empezaba a extrañar ya que Vicente no nos hubiera llamado
en tanto tiempo.
Claire
ató las manos de Javi y de Laura con recias cuerdas y los cinco desconocidos
les subieron a un coche que tenían aparcado por allí cerca. Claire y otro tipo
subieron. Los otros tres se quedaron abajo.
―El
arco del carrusel. Desde ahí sale la pista―dijo Claire―.
Encontrad la katana. ¿Cómo va François?
―Continúa
el hackeo. Pronto tendremos la seguridad del cuartel general de estos
mequetrefes bajo control―sonrió uno de los tipos, mirando su teléfono móvil.
José
Antonio no le estaba poniendo las cosas nada fáciles a aquel tal Françóis que
intentaba derribar los cortafuegos del sistema de seguridad. Con la ayuda de
Juanjo y de Héctor el sistema informático de ADICT era prácticamente
inexpugnable. Pero aquel tipo era bueno. Y además, tenía recursos, algo con lo
que no se podía lidiar fácilmente. Impotente, José Antonio vio cómo los
cortafuegos que había puesto Héctor caían uno tras otro. Así que trató de
cifrar las contraseñas importantes mientras las defensas caían.
―Apagad
el servidor general― dijo Sergio.
―Eso
no conseguiría nada―respondió Jose Antonio―.
Hay que evitar que controlen el sistema y me temo que voy a conseguir poco.
Logró
encriptar la clave de acceso a la caja fuerte de la sala de aislamiento con un
código suyo propio justo cuando el servidor quedó controlado por aquel tipo.
―¡Mierda!
―exclamó―.
Está controlando todo.
―¿Has
salvado algo? ―preguntó Sergio.
―Le
costará más encontrar la contraseña de la caja fuerte, la he alojado en un
servidor externo a nuestro sistema y para saber cuál es le va a hacer falta un
milagro. He borrado el rastro.
La
alarma principal se desconectó en ese instante y la puerta principal, la reja
que daba a la calle, normalmente automatizada, se abrió sola.
―Está
abriendo las puertas―dijo Héctor, llevándose la mano al cinto y cogiendo
su pistola―.
Sergio, esto no me gusta.
―A
mí tampoco. Tiradores, al tejado― ordenó Sergio―. Jose, tú y yo aquí abajo. Avisa a Natalia y a
Silvia.
En
apenas unos segundos y a voces, ya que la alarma tampoco funcionaba, Sergio
organizó el protocolo de emergencia. Corriendo entre las salas donde se
hallaban los demás, les avisó con rapidez.
―¡Marco,
Guille! ¡Arriba! ¡Mónica y Lucas, al primer piso, cubrid el ala este! ¡Rafa,
conmigo!
Jose
Antonio trataba de recuperar el control mientras Sergio avisaba a los demás.
Interceptó la señal que abría la reja exterior durante unos segundos, pero al
poco tiempo el servidor cayó. Y la puerta principal fue derribada. Sabiendo lo
que se le avecinaban Sergio ya había armado una pequeña barricada con un par de
mesas y una estantería. Natalia, Silvia, Kathya y Mikhail esperaban su
oportunidad, ocultos. Cuatro hombres de negro entraron disparando al frente sus
armas. Mikhail y Kathya fueron los primeros en lanzarse a por los recién
llegados, mientras Rafa y Sergio les cubrían disparando al frente. Kathya lanzó
a uno de los hombres por la ventana más cercana.
Sergio disparó contra uno de los hombres,
alcanzándole en el cuello con un somnífero y dejándole sin sentido. Desde los
laterales, en el primer piso, Lucas, Mónica, Marco y Guille trataban de cubrir
a todo el que entraba por la puerta principal. Pero empezaban a ser demasiados.
Unos diez hombres más entraron disparando hacia la posición elevada donde
vigilaban Lucas y los otros tres. Silvia entonces intervino. Nadie supo de
dónde salió, pero como un fantasma se deslizó tras uno de los hombres y le
asestó un mordisco en el cuello sin miramientos.
El
líder de los asaltantes redistribuyó a sus hombres. Tres de ellos se encararon
a Silvia, portando crucifijos y estacas. Silvia gruñó y retrocedió. José
Antonio se enfrentaba a otros tres a los que había desarmado. Lucas y Mónica
trataban de hacer retroceder a los cinco hombres que subían las escaleras para
tratar de alcanzar su posición. Mikhail y Kathya trataron de ayudar a Silvia. Y
Sergio y Natalia se enfrentaban al cabecilla, que hacía retroceder a la
vampiresa con otro crucifijo.
En
ese momento Raquel apareció en la puerta, lanzando sus tentáculos contra los
del piso de arriba y emitiendo su poderoso grito ultrasónico, que hizo
tambalearse a los cuatro vampiros.
Sergio
lanzó una maldición a la vez que daba una patada frontal al cabecilla. Éste la
detuvo fácilmente y continuó peleando con el coordinador general de ADICT.
Lucas y Mónica trataban de defenderse de los hombres que ya habían logrado
subir. En aquel momento los hombres superaban en número a los chicos de ADICT.
Cuando todo parecía ya perdido, Marta y Natsuki volvían de su paseo. Marta
trató de deslizarse silenciosamente tras la sirena y de un codazo en la espalda
la tumbó. El grito ultrasónico cesó y los vampiros trataron de incorporarse de
nuevo.
José
Antonio había tumbado a sus oponentes; Sergio seguía peleando con el cabecilla,
sin que hubiera muestras de que ninguno de los dos llevara ventaja; Lucas,
Mónica, Guille y Marco resistían en sus posiciones; Héctor y Juanjo trataban de
disparar a quienes se acercaban demasiado.
―¡Sergy,
cuidado! ―gritó
Marta.
Sergio
no había visto que el jefe del grupo había sacado una navaja. Juanjo también se
percató de ello. Con un salto tremendo se abalanzó contra Sergio en el momento
en el que el jefe iba a clavarle la navaja. Juanjo logró apartar a Sergio a
tiempo, pero lo siguiento que notó fue el cuchillo clavándose en su estómago.
Pareció
que el tiempo se detuvo en ese instante. La mirada de Sergio, perdida en los
ojos de su amigo, que le había apartado a tiempo. Marta y Natsuki, que lo
habían visto todo desde la puerta. José Antonio, que apenas podía prestar
atención, trataba de desembarazarse de otros dos tipos.
Mikhail,
inmóvil en el suelo, con el cuello rodeado por un crucifijo. Kathya y Silvia,
arrinconadas por un tipo que portaba una cruz y una estaca de madera. Entonces
Natsuki intervino. Desenvainó su espada y se lanzó con gran habilidad a por el
líder del grupo. Éste, pillado por la sorpresa, sin saber muy bien qué acababa
de pasar, tuvo el tiempo justo de agarrar otra arma y defenderse de las feroces
estocadas de la cazavampiros, que no estaba de demasiado buen humor. Sandra
había enfundado su arma y ya estaba al lado de Juanjo, tratando de contener la
hemorragia. Marta había dejado el sigilio a un lado y había entrado a patadas,
apartando de allí a todos cuantos le salían al paso, ayudada por José Antonio,
quien había dejado ya a media docena de hombres inconscientes.
Natsuki
no tardó mucho en desarmar a aquel tipo, que cayó de rodillas al suelo. Por su
parte, una enfurecida Natalia se abalanzó sobre el tipo que arrinconaba a su
hermana y a Kathya y le seccionó la carótida de un mordisco. Cuando Silvia miró
a su hermana y vio su cara salpicada de sangre, emitió un sonido de
satisfacción.
―¿Quién
eres? ―preguntó
Natsuki al hombre que acababa de desarmar, poniendo la punta de su katana en su
cuello.
―Vete
al diablo―le
respondió él, escupiendo a su lado.
Natsuki
hizo ademán de sonreír, pero le golpeó con la empuñadura de la espada en la
mejilla.
―Respuesta
incorrecta.
―Encerrémosle―dijo
Sergio, que se había arrodillado al lado de Juanjo―.
¿Cómo está? ―le
preguntó a Sandra.
―Deberíamos
llevarle al hospital―respondió ella, simplemente―.
No creo que pueda hacer mucho.
―Pues
vamos a llevarle―dijo José Antonio―. ¿Alguna baja más?
Kathya
se había arrodillado al lado del cuerpo aparentemente inmóvil de Mikhail.
―Creo…
que sí.
Mikhail
tenía puesto el pequeño crucifijo de madera a modo de colgante en el cuello. Un
tipo había logrado ponérselo justo cuando Raquel estaba emitiendo su mortal
chillido ultrasónico.
―¿Pero
está… vivo… o lo que sea que estéis? ―preguntó Rafa.
―No
lo sé―respondió
Kathya―.
Está como catatónico. No responde.
Irene
llegó, teléfono móvil en mano.
―No
sé qué está pasando aquí, pero he llamado a Javi y no lo coge. He llamado a
Laura y tampoco lo coge. ¿Qué ha pasado?
―No
sé quiénes son estos tíos―dijo Sergio―, pero nos han liado una en un momento justo después
de hachear el sistema de seguridad. Tenemos que largarnos.
―¿Dónde?
―preguntó
Marta.
―Primero―dijo
Sergio, enfundando sus armas―, llevaremos a Juanjo al hospital. Alguien se
quedará con él. Luego deberíamos movernos de aquí antes de que vuelvan estos
esperpentos. Llamad al comisario Fuentes.
―¿Y
qué hacemos con Mikhail? ―preguntó Kathya.
―Si
nos quedamos aquí volverán y esta vez creo que nos matarán a todos―
sentenció Sergio―. Venían preparados. Saben qué sois. Saben
combatiros y a nosotros también han podido plantarnos cara fácilmente. Si
Natsuki y Marta no llegan a aparecer por sorpresa…
―¿Qué
pasa con Javi y Laura? ―preguntó Irene.
―Ya
llamarán―dijo
Sergio―.
Igual no tienen cobertura.
―O
es posible que les haya pasado algo―dijo José Antonio.
Sergio
le miró.
―No
has hecho una coña.
―Es
que―respondió
Jose―
me parece que no está el asunto para hacer muchas coñas.
Sergio
le dio un golpecito en el hombro.
―Por
cierto―
dijo José Antonio―. Si alguno de esos tipos ha intentado llegar a la
caja fuerte de la sala de aislamiento, se habrá llevado un chasco al intentar
abrirla. No han podido obtener la contraseña del servidor. Las reliquias están
a salvo.
Sergio
sonrió.
Acto
seguido, con Marta, evacuó a Juanjo hasta el hospital.
16.
La cuna de la
alquimia.
―Estamos
jodidos.
―No
me digas…
―Sí
te digo, Laura. Sí te digo.
Les
habían dejado solos en una habitación oscura, sin ventanas, con una puerta
acorazada imposible de tirar abajo. Les habían llevado con los ojos tapados,
así que no sabían dónde estaban.
―Hemos
estado en un coche. Avanzando irregularmente a través de la ciudad. No hemos
salido de París. Había ruido de tráfico continuamente. Si mi orientación no
falla (y no suele hacerlo) estamos cerca de La Defénse. El área más
metropolitana de París.
―¿Estás
seguro de eso?
―Casi.
Basándome en lo que te acabo de decir y en el tiempo que hemos estado en ese
furgón, yo diría que sí. Ahora la pregunta es… ¿cómo nos largamos?
No
había manera de salir de allí. Casi costaba respirar. Les habían soltado y no
estaban atados. No era necesario inmovilizarles allí dentro. Les habían quitado
las armas y los teléfonos móviles. Estaban totalmente incomunicados con el
exterior. No sabían que Irene había tratado de ponerse en contacto con ellos
para ponerles al tanto de lo que había sucedido. No sabían que Juanjo había
resultado herido ni que Mikhail estaba, muy probablemente, muerto. No sabían
que habían hackeado el sistema informático para controlar la seguridad y así
poder entrar.
―Tengo
frío―musitó
Laura.
Javi
se acercó a ella y la abrazó.
―Hay
una forma de salir de aquí. No sé cuál. Pero la hay―dijo―.
Hemos salido de sitios peores y hemos tratado con gentuza de peor calaña que
estos aficionados.
―No
son aficionados―dijo Laura―. Parece que les enviaba Vicente. Parece que han
estado colaborando con él.
Javi
soltó el abrazo y se dirigió a la puerta. La aporreó varias veces con la palma
de la mano, insistentemente.
―¿Qué
quieres? ―sonó
una áspera voz, al otro lado.
―Tiene
frío. Dadme una manta.
―Que
se aguante―respondió
la voz.
Javi
aporreó la puerta de nuevo, impotente. A los pocos segundos oyó pasos y la
puerta se abrió. Entró por ella una mujer alta y rubia. Claire.
―Deja
de aporrear la puerta o será peor para ti.
―¿Quiénes
sois? ―preguntó
Laura.
―Si
queréis salir de aquí, descifrad la pista y decidnos dónde ir.
Javi
dio dos pasos al frente y se encaró con la mujer rubia. Aparentaba unos treinta
años, tenía los ojos verdes y vestía totalmente de negro.
―Decidnos
quiénes sois y a lo mejor descifro algo.
―No
estás en disposición de negociar―dijo la mujer, mirándoles y sonriendo con desdén―.
Sé que eres de los mejores detectives que hay ahora por aquí y estás buscando
lo mismo que estoy buscando yo. Así que dime lo que quiero saber para que pueda
contárselo a Vicente.
―¿Por
qué Vicente no va él solo como ha estado yendo hasta ahora? ―preguntó
Javi, escupiendo las palabras.
―Vicente
nunca ha estado solo. Nosotros estábamos siempre en las sombras, organizando
todo.
―¿Organizando?
―se
extrañó Laura.
―Nosotros
nos pusimos en contacto con los narcos que traficaban con sangre en Cartagena.
Nosotros infiltramos a los peones de los Vicuña en residencias universitarias,
falsificando sus identidades para que cuando comprobaran sus edades no pudieran
encontrar que habían pasado veinte años. Nosotros cambiamos a conveniencia los
hechos para que courran como queremos. Nosotros elaboramos el virus ponzoñoso.
Nosotros movemos el mundo en la sombra y vosotros no sois nadie para
detenernos. Y nos habéis causado muchos problemas desde que metisteis la nariz
en la residencia universitaria, luego secuestrando a Peñaranda y destruyendo el
virus. Sí. Las tres órdenes ancestrales han jugado bien su papel, pero siempre
hemos estado detrás. Cada vez un poco más cerca. Nunca habíamos estado tan
cerca. Si no estuvierais en medio, malditos entrometidos…
―Sí,
eso es algo que nos suelen decir con bastante frecuencia―sonrió
Javi, burlonamente.
La
mujer le dio una sonora bofetada. Javi ni se quejó. Simplemente bajó la cara y
la miró de reojo, con furia.
―Os
permitimos vivir porque sé que sabéis llegar hasta la Katana de Amaterasu. De
las otras dos reliquias ya nos estamos ocupando.
―Ocúpate
de esto también― Javi dio un salto y de una patada envió a Claire
contra la pared. Ésta se golpeó de espaldas contra el muro de hormigón y cayó
al suelo.
―Ahora,
Laura―exclamó
Javi, y corrió hacia la puerta. Pero entonces notó un agudo dolor en las
piernas. Claire se había incorporado y había sacado una thaser, que estaba
disparando contra Javi.
―¿Dónde
crees que vas?
Javi
no podía mover las piernas, pero aun así intentó algo. Laura saltó entonces
sobre Claire, tratando de derribarla, pero ella la rechazó con un ágil
movimiento. Laura cayó al suelo, amortiguando la caída. Las piernas de Javi
quedaron liberadas momentáneamente. Trató de lanzar una patada circular a la
mano en la que Claire sostenía la thaser, pero ésta pudo esquivar la pierna y
apoyó la pistola eléctrica en el hombro de Javi, haciendo que éste se
retorciera de dolor y cayera de rodillas al suelo.
―Tenéis
veinticuatro horas para decirme dónde empezar a buscar la katana de Amaterasu o
vendré y me ocuparé personalmente de que no tengáis un entierro digno.
Claire
retiró la pistola del hombro de Javi y éste cayó al suelo, retorciéndose de
dolor. Laura corrió junto a él mientras la rubia salía por la puerta.
―¿Estás
bien? ―preguntó.
―Bien
jodido…―musitó
Javi, intentando levantarse―. Como te dije antes que estábamos ya. Sin novedad.
―¿Alguna
idea?
―Esa
desgraciada es buena. Vamos a necesitar algo de suerte para salir de aquí.
―¿Y
qué hacemos?
Javi
respondió lenta y gravemente.
―Tranquila.
La próxima vez no va a pillarme de sorpresa. Saldremos de aquí.
Vicente
Vicuña sonreía al enterarse de las noticias. La Hermandad estaba causando
estragos. Todos los estragos que la guardia de los Vicuña había causado a los
metomentodos elevados al cuadrado, pensó él. Ellos también habían puesto a los
chicos en aprietos, pero habían logrado salir indemnes. Javi y Marta habían
logrado escapar de las garras de Serafín hacía un tiempo. Los chicos habían
salido sanos y salvos de la encerrona de los Voronkov. Del asalto de Indhira al
cuartel general. De su propio cuartel general sitiado cuando secuestraron al
presidente del gobierno para frustrar su asesinato. Había pedido expresamente a
Claire que no interviniera directamente. Que su organización se quedara en las
sombras. Que ellos podían con aquello. Pero los acontecimientos habían ido
sucediéndose. Habían frustrado su plan de crear un ejército y habían logrado
destruir el virus y a la guardia de los Vicuña. También habían acabado con
Serafín y con Blanca. Le quedaba un poco del virus. Y en Roma había usado su
instinto para convertir a dos personas más. Una de ellas pertenecía a la
organización de Claire. El ahora llamado Nicolás Vicuña. Aparentemente el líder
de una banda de matones. Pero Vicente sabía que había algo más que eso tras él.
No se había equivocado. Puede que Nicolás como neófito hubiera demostrado muy
poco hasta el momento, ya que Juanjo y Marta se le habían escapado tanto a él
como al otro neófito, Valentín. Después de aquello, estaba claro. La estirpe
Vicuña se había acabado. Sólo quedaban él y Marga. Había que llamar a sus
colaboradores en la sombra. A aquel grupo. La Hermandad.
Y
Vicente Vicuña sonreía al saber lo que estaba ocurriendo. Tenían dos
prisioneros valiosos. Javi y Laura. Pero la sonrisa de Vicente Vicuña no era
completa. Él también había tenido a los dos chicos a su merced en la mina y se
le habían escapado a pesar de que les sepultó en una de las cámaras
subterráneas. Konstantin Voronkov también había tenido a los metomentodos a su
merced y acabó pidiendo la hora. Y ahora en el último ataque que habían
realizado al cuartel general de ADICT, no habían logrado las reliquias que
guardaban. Por eso, actuó con cautela.
―Nicolás,
ve con Claire. Están en París―le dijo Vicente a su neófito―.
Llévate a Valentín. Marga, ¿te ocuparás de que todo vaya bien?
―Vicente,
ahora todo va bien. Iré con ellos. ¿Qué harás?
―Voy
a hacer una visita a los metomentodos―dijo Vicente―. Quién iba a decirme que los últimos tres años iban
a parecerme una eternidad por culpa suya…
―Estamos
en el buen camino, Vicente―dijo Marga―. Claire no es alguien con quien ninguno de nuestra
familia se habría metido, excepto tal vez tú o Serafín. Esos imbéciles no
tienen nada que hacer contra ella.
―¡Deja
ya de subestimarles! ―gritó Vicente, encolerizándose en cuestión de décimas
de segundo, encarándose con Marga―. ¡Ese es el problema! ¡Son sólo unos humanos, esos
son sólo unos niñatos metomentodos! ¡Pero tenemos al maldito detective Gómez,
sus artes marciales, sus armas y sus deducciones, tenemos a su novia la
tiradora que no se le queda atrás, tenemos a ese Sergio coordinando operativos
y sacudiendo estopa, a ese pedazo de bestia de José Antonio experto en obtener
datos ajenos! ¡Y a esa Marta! ¡Y algunos de ellos tienen serrín en la cabeza,
como ese tal Galindo, o ese tal Lucas, pero a mí me da igual! Se acabó el
subestimarles. Si Claire les tiene encerrados me parece muy bien―
bajó el tono de voz y habló aterciopeladamente al oído de Marga―,
pero que no baje la guardia. Seguro que Javier y Laura tienen un as en la
manga. Porque siempre… lo tienen― bajó la voz aún más y depositó un suave beso en la
sien de Marga, que llegó levemente a estremecerse―.
¿Lo entiendes, querida?
―S…
sí…―balbuceó
Margarita, que habría temblado si hubiera podido.
―¿Sabes
por qué queríamos transformarles en un primer momento?
―Creo…
que sí…
―¿Y
sabes que con esos dos lo logramos y fue un fiasco?
―Ta…
también…
Vicente
la miró con sus ojos inyectados en sangre directamente a los suyos.
―Entonces
comprenderás que no queda más remedio que acabar con ellos antes de que
escapen, ¿verdad?
Marga
asintió, somtiéndose a las palabras de Vicente como un cachorrillo indefenso.
Nicolás y Valentín se estremecieron al ver la escena.
―Id―dijo
Vicente―.
Cuento con vosotros.
―¿Te encuentras bien?
Laura se
acercó a Javi, preocupada. Éste estaba sentado en el suelo, cavilando.
―No―dijo, solamente―. Hay que salir de aquí.
Llevamos horas encerrados. Esa tipeja… ¿Quién es? ¿Qué tiene que ver en esto?
¿Nos hemos metido en algo todavía más gordo de lo que imaginábamos?
Laura no
supo qué decir. El mero hecho de pensar que por encima de los Vicuña había algo
más que movía los hilos y que era todavía peor que ellos era sencillamente
aterrador. Aquella rubia era una amenaza, fuera quien fuese. Tenía acento
francés. Y parecía liderar a aquellos que les habían encerrado allí.
Javi
aguzó el oído. Él y Laura oyeron pasos que se acercaban hasta la infranqueable
puerta.
―Ahora o nunca. Lauri, es la
oportunidad.
La puerta
se abrió. Claire. Llevaba un plato pequeño con un par de hogazas de pan duro y
una jarra de agua.
―La cena.
―Muy considerada―gruñó Javi.
Y sin
mediar palabra se lanzó contra Claire. Ésta reaccionó y desefundó la thaser, disparando
a Javi, haciendo que cayera al suelo antes de que pudiera siquiera tocarla.
Entonces Laura, aprovechando aquello, embistió a la rubia, tirándola de
espaldas al suelo. La thaser de Claire saltó por los aires, así como la
bandeja, y fue a parar cerca de Javi, quien la cogió y la partió en dos. Claire
trató de librarse de Laura, que la tenía aprisionada. Pero no pudo hacer nada.
Trató de gritar pidiendo ayuda, pero el puño de Javi descargó sobre su cara.
―Y me da igual que seas una
mujer y que me llamen machista― dijo, con furia, y cogió la
thaser de la rubia―. Larguémonos, Lauri.
Ella
asintió. Cacheó a Claire por si llevaba algo encima que les pudiera servir,
pero no encontró nada. Salieron de la celda, encontrándose de frente con un
hombre armado al que no dieron tiempo a reaccionar. Javi saltó sobre él con un
pie por delante y le mandó al suelo. Acto seguido, le quitó la pistola y se la
dio a Laura.
―Te hará más falta que a mí―le dijo.
Caminaron
por el pasillo, a sabiendas de que no tardarían mucho en dar la voz de alarma.
―¿Dónde han puesto nuestras
cosas? Necesito mi móvil― dijo Javi, sin dejar de
caminar. El pasillo desembocaba en una sala de la que partían unas escaleras
ascendentes. En mitad de la sala había una mesa de cristal, varias sillas y un
par de maceteros. Tampoco había ventanas. Javi cogió un cenicero de encima de
la mesa.
―Por si acaso. Una cosa en cada
mano―dijo.
Laura
movió la cabeza.
―Eres un caso.
―El caso es que hay que salir
de aquí―señaló con la cabeza una
cámara que estaba captando sus imágenes.
Un ruido
se oyó, proveniente del pasillo. Los chicos vieron aparecer un pequeño armatoste
metálico con una cámara.
―¡Un dron! ―exclamó Javi.
Laura
apuntó y disparó al robot y luego a la cámara de seguridad.
―¿Cómo vamos a salir sin que
nos pillen? No sabemos ni siquiera dónde está la salida―dijo Laura, agobiada.
―Ni yo. Pero la salida pasa por
subir esas escaleras, seguro― señaló. Se dirigieron hacia
ellas, aguzando el oído por si venía alguien. Las escaleras desembocaban en un
rellano de la planta baja. Aquello parecía una gran oficina, sólo que estaba
vacía. En cuanto subieron y pisaron la planta, un pitido ensordecedor resonó en
todo el edificio.
―Saben dónde estamos―dijo Javi. Miró a su alrededor, buscando alguna ventana, pero estaban
todas enrejadas. No podían salir a la calle por allí.
Dos
agentes aparecieron por el pasillo más cercano, tratando de detener a Javi y a
Laura. Pero los chicos de ADICT no tuvieron miramientos. Laura disparó contra
uno de ellos antes de que pudiera siquiera apuntar el rifle que llevaba, y Javi
le lanzó el cenicero al otro, saltándole el casco. El cenicero saltó por los
aires y el hombre quedó aturdido el tiempo justo como para recibir una patada
en el pecho que le propinó Javi. Lo siguiente que hizo fue quitarle el rifle.
―Esto es mejor que un cenicero―dijo, amartillándolo y preparándolo para disparar―. ¿Sabes usar este chisme?
―Estás hablando conmigo― Laura sonrió siniestramente―.
¿Quieres que lo lleve yo?
―Seguro que puedes sacarle más
partido que yo― dijo Javi, mientras le
alcanzaba el arma. Laura le dio su pistola.
―Por el pasillo por el que
venían― señaló Javi. Laura asintió. Se dirigieron al pasillo, cuyas salidas
eran varias puertas laterales que daban a algunas salas de control y más
oficinas y, al final, otro gran rellano. Cuatro tipos armados entraron al
pasillo con sus armas por delante. No pensaban dar más oportunidades a aquellos
dos detectives. Cuando se disponían a apuntar y disparar, Laura abrió una de
las puertas del pasillo y, primero ella y luego Javi, se introdujeron en la
estancia, oyendo cómo disparaban los hombres.
―¡Se ha metido aquí! ―oyeron que gritaban―. ¡Tirad la puerta abajo y
cogedles!
Javi
observó la habitación. Era un despacho, parecido a los que tenían en la sede de
ADICT. Los hombres comenzaron a golpear la puerta, intentando tirarla.
―¿Qué hacemos, Javi?
Laura
estaba agobiada. Aquella situación era difícil y ella no se había visto así
tantas veces como Javi, quien permanecía tranquilo, tratando de mover una
estantería frente a la puerta.
―Esto les entretendrá― dijo una vez que la hubo puesto. Los golpes en la puerta continuaban.
―¿Y por esta ventana? ―preguntó Laura.
Javi miró
la ventana. Tenía una reja, lo cual la hacía impenetrable.
―¿Cómo está fijada la reja?
¿Tiene el marco directamente atornillado a la pared?
Laura
echó un vistazo y asintió. Javi se acercó y apuntó a los tornillos con la
pistola.
―Puede que esto funcione.
Disparó,
haciendo saltar el tornillo. Repitió la misma acción con los demás tornillos
hasta que la reja cayó. Los hombres seguían empujando violentamente y estaban a
punto de derribar la estantería que bloqueaba el paso.
―Vamos, salgamos.
Un salto
de dos metros y medio les separaba del suelo. Javi se descolgó por la ventana,
agarrándose al alféizar con las manos y dejándose caer, minimizando así el
salto. Laura le imitó. La estantería cayó y los agentes pasaron al despacho,
pero ya era tarde. Javi y Laura había huido del lugar.
―¿Cómo está?
Natalia
se acercó a Kathya, que aún se inclinaba sobre el exánime cuerpo de Mikhail.
Kathya negó con la cabeza.
Natalia
no contuvo el impulso de abrazar a Kathya, cuyo rostro estaba desfigurado.
―Llevábamos ciento cincuenta
años juntos. Le salvé la vida―dijo Kathya―. Un día le atracaron en la calle, le dispararon y yo le encontré tirado
en la acera, moribundo. Yekaterina y Konstantin habían dado órdenes al resto de
la guardia para reclutar a todas las personas que pudiéramos sin llamar la
atención. Transformé a Mikhail. Cuando despertó de su letargo y abrió los ojos
a su nueva vida yo estuve a su lado, enseñándole a controlar sus nuevas
habilidades. Siempre lo hicimos todo juntos. Y ahora él está…
Si Kathya
hubiera podido llorar lo habría hecho. Natalia se sentó en el suelo y se apoyó
contra la pared.
―Cada vez que pienso en que los
Voronkov iban a traicionar a los Vicuña y Silvia, mis primos y yo lo impedimos…
―No podías saber nada del fin
último de los Vicuña sobre el Vampiro Cero―dijo Kathya.
Sergio se
acercó.
―Kathya, si hay algo que
podamos hacer…
―Ya habéis hecho bastante―respondió ella―. Además, estoy percibiendo
que los chuchos están al llegar.
―¿Los chuchos? ―preguntó Sergio, extrañado, pero en un par de segundos comprendió―. Ah, los licántropos. ¿Vienen?
―Vienen a reclamar lo que es
suyo. Deberíamos sacar el Lignum Crucis y el Disco Solar de aquí y llevarlo a
un sitio más seguro.
―No hay sitio más seguro que
este―dijo Sergio.
―Ahora que ellos conocen este
lugar, no es seguro.
―Lo defenderemos―respondió Sergio―. No podemos dejar que se
lleven las reliquias.
―¿Y si les dejamos que se las
lleven, que las custodien ellos en su asquerosa pirámide y que le den al Mal Más
Antiguo y a Vicente y a sus estúpidos satélites? ―preguntó Silvia, desde la esquina opuesta, con desdén―. ¡Esta no es nuestra pelea!
―Si hay un Mal Más Antiguo ahí
fuera, deberíamos hacer lo posible por erradicarlo―respondió Sergio.
―¡Erradicarlo! ¡De eso ya se
están encargando los Vicuña desde antes de que el cerdo de Julián me pegara el
mordisco! ―exclamó Silvia―. Mira, Sergio, si no estuviéramos en medio, ese pútrido vampiro cero y
Vicente estarían enfrascados en una guerra.
―Y a saber quién más moriría―replicó Sergio―. Si estamos aquí en medio es
por algo.
―¡Si estamos aquí en medio―exclamó Silvia― es debido a un pacto de no agresión con traficantes de órganos ordenado
por Serafín para no levantar sospechas a cambio de que nos suministraran la
sangre necesaria para sobrevivir! Un pacto que vosotros descubristeis de
casualidad.
―Nosotros estábamos siguiendo a
los traficantes, no sabíamos que Julián, tú o el líder del aquelarre estabais
en medio.
―Y lo que aún no sabes―dijo Silvia, enigmáticamente.
Sergio le
lanzó una mirada cargada de ironía y desesperación mientras se atusaba el
flequillo.
―A ver. ¿Qué es lo que no sé?
―No es que yo sepa mucho, pero
por lo que sé, Serafín pertenece a algún tipo de sociedad secreta.
―¿En serio? ―preguntó Sergio, escéptico.
―No lo consideré importante,
puesto que jamás les habían llamado para nada. Con su estructura, su guardia,
sus peones y sus neófitos, no les había hecho falta para nada. Pero hace un
rato Vicente se ha puesto en contacto con ellos. Lo he visto.
―¿Y qué más has visto, hermana?
―quiso saber Natalia.
―No es muy esperanzador. Laura
y Javi huyen por las calles de París de los matones de esa organización.
Claire
despertaba del golpe propinado por Javi. Sus prisioneros, incomprensiblemente,
no estaban.
Maldita
sea, si el Magistrado se entera de esto…
Claire
salió de la celda y se dirigió hacia el lugar donde sus hombres estaban. Éstos
trataban de tirar abajo una puerta tras la cual se habían metido Laura y Javi.
Cuando lograron entrar, apartando una pesada estantería con la que los chicos
habían atrancado la puerta, ya no estaban. La orden de Claire había sido
tajante.
―Que les sigan y les
encuentren. No podemos arriesgarnos a que encuentren la reliquia y se escapen
con ella.
―Claire―un hombre llegó junto a la rubia y simplemente le dirigió unas breves
palabras―, esto tiene que solucionarse.
Déjame hacer a mí.
―Lacroix… Señor…
―El Magistrado me ha autorizado
a mover algunos hilos. Enseguida esos dos mequetrefes serán meros títeres
perseguidos por el sistema.
Claire
asintió.
París era
muy grande. Y Javi y Laura pensaban que habían podido escapar indemnes.
―¿Qué hacemos? ¿Dónde vamos? ―preguntó Laura.
―Ni idea.
―¿Volvemos al arco?
―Seguramente será el último
sitio en el que esperan vernos. Vamos allá.
Javi cogió
su móvil y envió un mensaje. Acto seguido, echaron a correr por la calle,
dirigiéndose desde su posición, en La Defénse, hasta el Arco del Carrusel.
Esperaban
ver a alguno de aquellos tipos persiguiéndoles, pero no pasó nada. Nadie les
seguía. Llegaron sin sobresaltos al cabo de casi una hora de caminata al Arco
del Carrusel. Javi observó los caballos.
―¿Por qué no miran al frente
todos? ―preguntó, observando los
animales que desviaban su mirada―. ¿Por qué esa asimetría?
―El hotel está cerca de aquí―dijo Laura―. Deberíamos ir.
―Vamos―asintió Javi.
En apenas
cinco minutos habían llegado.
―Chambre
cent quinze, s’il vous plaît ―pidió
Javi.
El
recepcionista les miró como si hubiera visto en marciano.
―Qui êtes-vous vraiment?
Y sin
mediar palabra pulsó el botón de alarma. Dos guardias de seguridad aparecieron
por la puerta del fondo de la estancia y apuntaron a Javi y a Laura con sendas
armas.
―¿Pero qué es esto? ―protestó Javi.
―La police recherche pour vous,
criminel― exclamó el guardia de
seguridad.
―¿Qué dicen? ―preguntó Laura, desconcertada.
―Nos pregunta quiénes somos de
verdad. Ah, y que nos busca la policía―respondió
Javi, aún más desconcertado―. ¿Qué está pasando?
El
recepcionista contestó en español.
―Han pasado una orden de
búsqueda y captura para que sea difundida por todos los medios. Sois vosotros― señaló la pantalla de la televisión, en la que se estaban emitiendo las
noticias. En la pantalla de la televisión aparecieron dos fotografías, una de
Javi y otra de Laura, y se les calificaba como asesinos a escala muy
peligrosos.
―¿Pero qué cojones…?― bramó Javi, sin entender absolutamente nada.
―¿Qué hacemos? ―preguntó Laura.
―Sencillo, esperamos a que
llegue la policía, les explicamos lo que pasa y quiénes somos de verdad y que
investiguen quién ha filtrado ese bulo en los medios de comunicación―respondió Javi―. Eso es mentira, es falso.
Somos detectives ―puso su carné de ADICT encima
del mostrador del recepcionista, al lado de su DNI.
―O quizá os hacéis pasar por
detectives―dijo el recepcionista, que no se
fiaba ni un pelo de los chicos.
―Javi, hay que salir de aquí.
Si nos coge la policía Vicente se nos adelantará y adiós reliquia ―dijo Laura en un susurro.
―¿Tú crees? ―preguntó Javi.
―¡Callaos! ―exclamó el recepcionista―. Poneos de rodillas o les
digo a los chicos que os disparen.
De
improviso el cristal que daba a la calle se hizo pedazos y un estallido de
viento surcó el aire, derribando a los guardias de seguridad.
―Otra vez en líos, ¿eh?
―Siempre tan oportuna, Esther―dijo Javi, dando gracias al cielo por la repentina aparición de su
amiga. Dejando con un palmo de narices al recepcionista, se fueron de inmediato
del hotel, al que ya no podrían regresar.
Javi,
Laura y Esther caminaron hacia el Arco del Carrusel.
―No me llamaste para que os
salvara el pellejo, ¿verdad? ―preguntó Esther, observando a
Javi, cuyos ojos no se movían de los caballos.
―Los caballos, símbolo de
Amaterasu, la diosa del sol, apuntan rectamente a la cuna de la alquimia.
―Será por sitios donde se
practicaba la alquimia…―respondió Esther―. Podríamos empezar a revisar sitios y no parar.
―Pero los caballos miran a ese
sitio. La pregunta es dónde están mirando―dijo
Javi, y sus ojos se posaron en los de Esther.
Esther
miró los caballos y Laura sacó el mapa de París. Los caballos miraban en dos
direcciones diferentes. Una pareja de ellos miraba al frente. Los otros
desviaban su vista hacia la derecha de los anteriores. Laura trazó una línea
que se desviaba de la línea recta que unía Arco del Triunfo, Concordia,
Tullerías y el Louvre en detrimento de la línea de los otros dos caballos.
―La cuna de la alquimia…―murmuró Esther, mirando la línea y el sitio concreto por donde había
pasado sobre el plano.
―¿Dónde? ―preguntó Laura.
―La Sainte Chapelle es la cuna
de la alquimia―dijo Esther―. Había un afamado alquimista, Fulcanelli era su nombre. La alquimia
está muy estrechamente relacionada con París. Fulcanelli dedicó su vida a
investigar los misterios de Notre Dame. En la Isla de la Ciudad está Notre
Dame, pero en el otro extremo se sitúa la Sainte Chapelle, que guardaba las
Reliquias de la Pasión de Cristo. Sus vitrales fueron realizados mediante
procesos alquímicos. El favorito de Fulcanelli era La matanza de los
inocentes.
―Eres un genio―dijo Javi―. No conozco a nadie que sepa
más de alquimia que tú, de verdad.
―Los lugares relacionados con
la alquimia en París son muchos―dijo Esther―. Desde Notre Dame hasta la tumba de Nicolás Flamel, en Cluny. Sin la
mirada de los caballos poco habría que hacer.
17.
Símbolo de reyes.
La Sainte Chapelle es una de las
más famosas iglesias góticas. Construida antes de acabar la primera mitad del
siglo XIII para albergar las reliquias de la Pasión de Cristo (un trozo de la
Santa Cruz y el casco de espinas), sufrió numerosos destrozos durante el
período revolucionario. Las vidrieras lograron mantenerse a salvo de los
destrozos. El santuario está compuesto por dos plantas: la superior, a la que
accedían el Rey y sus acólitos, sirvió para guardar las reliquias; la inferior
era menos luminosa y algo más discreta y servía para el culto del personal de
palacio.
Las quince suntuosas vidrieras de
la planta superior narran la historia de la Bilbia, desde el Génesis hasta la
Resurrección de Cristo.
Por contraparte, la capilla
inferior es mucho más modesta y está presidida por una estatua de la Virgen. Su
decoración alterna colores rojos y azulados, dándole así un toque medieval. En
el ábside izquierdo se conserva el mural más antiguo de París, que representa
la Anunciación.
Javi, Laura y Esther tardaron
poco más de un cuarto de hora en llegar, a pie. Con una orden de búsqueda y
captura contra ellos por no se sabía qué, no quisieron correr riesgos de que
nadie les reconociera.
―¿Cómo vamos a entrar?
La seguridad en ese sitio no es ninguna broma―dijo Laura.
―Nos colaremos―dijo
Esther―.
Yo distraigo a los de seguridad. Les diré que perdí algo cuando estuve
visitando la capilla hace una semana. Luego vosotros entráis y buscáis. Y
después me reúno con vosotros.
Javi asintió.
Llegaron a la entrada de la
Sainte Chapelle. Había que pasar un control de seguridad para acceder al
monumento y una cola de gente inmensa. Javi y Laura se quedaron agazapados en
la entrada; seguro que los dos tipos que vigilaban los accesos ya tenían
noticia de que habían emitido aquella orden contra ellos. Vieron cómo Esther
sorteó la cola sin un mínimo de consideración hacia las personas que estaban
allí, que, viendo aquello protestaban, y se acercó a los dos guardias y les
soltó un par de frases en francés. Los guardias se pusieron a cuchichear entre
sí y la dejaron entrar. Acto seguido uno de ellos la acompañó hacia el interior
y el otro se quedó vigilando el acceso. El plan no le había salido a Esther tan
bien como lo había pensado. De todas formas, burlar a un guardia era más fácil
que burlar a dos. Y Laura no estaba por la labor de esperar mucho más.
Desenfundó su pistola de somníferos, que había recuperado en el despacho por el
que habían escapado de Claire y aquellos hombres, y apuntó bien al cuello del
guardia. De un certero disparo que no se desvió ni un milímetro de su objetivo,
acertó en la arteria carótida. El guardia cayó desplomado al suelo. La reacción
en la gente al ver que el guardia caía al suelo sin sentido fue la que cabía
esperar: cundió el pánico y la avalancha hacia la salida fue inminente.
―Préstame tu puntería―le
dijo Javi a Laura.
Ésta sonrió y entró por la puerta
principal sorteando a la marabunta de gente que trataba de salir. Javi la
siguió, esquivando también a las personas que salían corriendo.
―Esto de colarnos aquí
por la cara no va a beneficiarnos mucho. En media hora vamos a tener aquí a
toda la policía de París―dijo Javi―. Mejor démonos prisa.
Se dirigieron a la planta baja de
la Sainte Chapelle tras pasar por el torniquete de seguridad, y entraron en
ella. Javi ya había estado allí hacía años, en su visita a París en el viaje de
estudios. Esther le había acompañado. Durante su anterior visita no habían
podido imaginar que aquel lugar escondiera el secreto para encontrar una
reliquia de tales proporciones como la Katana de Amaterasu. Laura señaló al
techo.
―La cuna de la alquimia
donde brillan las estrellas―dijo.
Javi dejó que su vista se elevara
para contemplar el techo estrellado de la Sainte Chapelle. El techo azul oscuro
y abovedado, con infinidad de lo que parecían estrellas doradas mirándoles
desde él, era soportado por una infinidad de cortas columnas que proporcionaban
esbeltez y ligereza a la estancia. Esther les esperaba más adelante. El guardia
de seguridad ya no estaba con ella.
―¿Qué has hecho con…?―preguntó
Javi.
―Se ha ido en cuanto ha
oído a la gente gritar. ¿Qué habéis hecho vosotros?
―Disparar al otro
guardia. Una memez digna de Lucas, pero no había forma humana de pasar sin que
nos viera―respondió
Laura―.
¿Qué hay aquí?
―Aquí está el signo de
reyes y traidores que nos guiará a nuestro destino―dijo
Javi, observando las paredes, el techo, las vidrieras que dejaban pasar la luz
y las columnas. Se detuvo cuando las vio.
―Laura, ¿qué ves en las
columnas?
Laura las miró atentamente y
respondió:
―Son de diferentes colores.
Azules y rojas.
―Las azules. Mira las
azules―
insistió Javi, acercándose a una columna de aquel color.
Laura y Esther se acercaron y
miraron lo que decía Javi.
―¿Flores de lis? ―preguntó
Laura.
―El símbolo de la
realeza francesa―dijo Javi―. La flor de lis es el símbolo de reyes del que
habla la pista. Es el símbolo de los traidores como Milady de Winter, según la
obra más famosa de Alejandro Dumas, y el símbolo utilizado por los masones. Era
también el símbolo utilizado en la Rosa de los Vientos y mapas antiguos para
señalar al Norte. El símbolo, y agarraos bien, de los caballeros templarios.
Señoritas, la flor de lis relaciona esta búsqueda con la búsqueda del Lignum
Crucis en este sitio donde se guardaban las reliquias de la Pasión de Cristo.
Laura y Esther quedaron sin
habla.
―La flor de lis nos
indica el camino… ¿Cómo? ―alcanzó a preguntar Laura unos segundos después.
―¿No has dicho que
servía para indicar el Norte en las leyendas de mapas? ―preguntó
Esther entonces.
Javi asintió. Miró de nuevo a la columna
y al techo. Esta vez se fijó más que la anterior y se dio cuenta del detalle.
Lo que de lejos parecían estrellas brillando eran flores de lis.
―No tengo ni idea―dijo―.
Puede sigificar el norte. Pero puede significar otra cosa―
repitió mentalmente la pista que habían encontrado en Roma.
Napoleón nos trajo al corazón de su imperio. Entre
Egipto y los tejares nos llevó. Imponente nos observa el gran dios del pasado.
Rectamente te guiaremos a la cuna de la alquimia,
donde brillan las estrellas. Allí contemplaréis el símbolo de reyes que os
guiará a vuestro destino, al lugar que cambió de nombre.
―¿Para qué íbamos a
venir aquí si no es para que la flor de lis nos lleve hacia el norte de este
sitio? ―preguntó
Esther―.
Piensa que la flor de lis es el símbolo de reyes, eso ya podíamos deducirlo sin
venir aquí. Lo que ocurre es que en esta ciudad hay montones de referencias a
la alquimia y a la flor de lis. Si estamos aquí es por los símbolos que apuntan
a Amaterasu, Javi.
―Cierto―recordó
Javi, cuya mente se había puesto a trabajar a toda velocidad―.
Entonces al norte tiene que haber algo relacionado con Amaterasu. Algún
símbolo. Espejos, sol, caballos, lo que sea…
―La flor de lis, la
realeza…―dijo
Laura―.
Tengo una idea. La galería de los espejos, del palacio de Versalles.
―No está hacia el
norte, está hacia el oeste―respondió Javi―. Yo descartaría ese sitio.
―¿Qué mayor símbolo de
realeza francesa que el Palacios de Versalles? ―continuó Laura―.
Estamos aquí para ver un símbolo de la realeza que es una flor de lis. Un
símbolo de la realeza que nos debe guiar a nuestro destino. Un destino en el
que los símbolos de Amaterasu deberían aparecer, igual que los de Minerva
aparecieron en Roma, referido a Isis. Estoy segura de que el símbolo de reyes
es ese. Por amor de Dios, Luis XIV vivía en París, entre Egipto y los tejares. En el palacio real. Luego continuó la
obra de Luis XIII en versalles.
―Laura…―trató
de interrumpir Javi, pero ella no le dejó hablar.
―¡Además, él era el rey sol! Los símbolos del sol se repiten
por todo Versalles. ¡Allí hay caballos que él puso! ¡Los caballos del Sol! ¡Hay
una galería de los espejos, eso representa el poder del monarca! ¡Confía en mí,
sé todo sobre este tema!
―Reconozco que en
cuanto a Inglaterra y Francia eres un hacha, Laura, pero ahora antes de mover
un solo músculo deberíamos largarnos de aquí antes de que sea tarde―
Javi señaló escuetamente hacia fuera de la capilla, donde se empezaban a oír,
lejanas, las sirenas de policía―. Menos mal que estos idiotas jamás aprenderán a acercarse
a los sitios sin las sirenas puestas. Larguémonos.
Los tres se dirigieron a la
salida, donde el guardia con el que había entrado Esther les esperaba. Sin
mediar palabra Laura le disparó antes de que el guardia pudiera reaccionar. La
capilla había sido cerrada al público por el incidente ocurrido, y Javi, Laura
y Esther salieron de allí cuando las sirenas de policía comenzaban a oírse ya
muy próximas al lugar.
Para cuando los primeros coches
comenzaron a llegar, Javi, Laura y Esther estaban ya alejados de la Sainte
Chapelle, dirigiéndose a su siguiente destino.
―¿Cómo vamos a llegar a
Versalles? ―preguntó
Laura―.
No podemos usar ningún medio de transporte, nos reconocerían.
―Versalles, Laura, no
cambió de nombre―apuntó entonces Javi.
―Eso es cierto ―soltó
Esther.
―¿Entonces qué sugerís¿
―No podemos quedarnos
aquí esperando a que nos cojan―terció Javi―. O nos movemos o nos pillan. Tenemos que tener en
cuenta la idea de Versalles, pero también la idea de trazar una línea hacia el
norte partiendo desde la Sainte Chapelle y ver qué hay. La flor de lis
simboliza realeza, pero también el norte, y me reulta absurdo pensar que
hayamos tenido que venir hasta aquí pudiendo haber deducido que el símbolo de
reyes era la flor de lis con tan sólo leer la pista. Si ésta hubiera sido “el
símbolo del poder de los reyes y Amaterasu os guiarán” tal vez se hubiera
referido a Versalles, teniendo todo eso que me has dicho, pero la pista nos ha
enviado expresamente aquí.
Laura suspiró.
―Puede ser, pero ¿cómo
vamos a descartar nada?
―¿Sabéis lo peligroso
que puede resultar colarse en el Palacio de Versalles con toda la policía
detrás de nosotros? ―preguntó Esther.
―Claro que lo sé.
¿Laura…?―Javi
la miró inquisitivamente. Ella volvió a suspirar de nuevo.
―Es que lo veía tan claro…
Pero lo de “el lugar que cambió de nombre” no…
―A lo mejor ninguno de
nosotros lleva razón y no es hacia el norte. Tal vez tengamos que investigar
más a fondo los significados de la flor de lis para inspeccionar todos los
posibles lugares en París relacionados con ella y que cambiaron de nombre a los
que haga referencia.
―Busquemos hacia el
norte algo que se refiera al poder, al honor y a la realeza―sugirió
Esther.
Javi estaba colgado del teléfono
móvil, llamando a Sergio. Éste había contestado y ya había recibido las
instrucciones. Trazar la línea al norte desde la Sainte Chapelle y buscar algo
sobre ella.
―Así que la cuna de la
alquimia es la Chapelle―decía
Sergio.
―Sí, eso parece―respondió
Javi.
―Si nos dejan buscar,
lo haremos―dijo
Sergio, pero entonces Natsuki le quitó el teléfono.
―¿Javi chan?
―¿Nastuki? ¿Qué…?
―Mei y yo sabíamos algo
sobre la cuna de la alquimia. No mucho, sólo lo que nos dijeron como pista
adicional para salvaguardar la katana, algo que dijo nuestro tatarabuelo cuando
escondió la reliquia. Y algo que fue pasando de generación en generación con la
gema sagrada. Dijo que la pista que protegía la gema sagrada se refería a un
símbolo…
―Sí, hemos descubierto
que ese símbolo es la flor de lis―dijo Javi―, ¿por qué lo dices?
―Sé únicamente que hay
que interpretar el símbolo al revés.
―¿Al revés? ―preguntó
Javi, extrañado―. ¿Entonces qué quiere decir eso?
―Entonces no es el
norte. Es el sur―respondió Laura al instante.
―El sur…―repitió
Javi, casi inaudiblemente.
―Si se refiere al Sur,
entonces lo tengo―dijo Esther―. Me parece que sé el sitio exacto.
―Ya os llamaremos,
Natsuki―dijo
Javi―,
parece que estamos cerca. Gracias.
―Avisadnos cuando
tengáis algo―respondió
la samurái.
Javi colgó y miró a Esther, con
la expectación en sus ojos.
―Ilústranos, por favor.
―El lugar que cambió de nombre al sur de nuestro símbolo en la
Sainte Chapelle sin duda es El Panteón de París. Ahora tiene sentido. Templo de
la Gloria en 1830, Templo de la Humanidad en la Segunda República. Construido a
finales del siglo XVIII. La fecha de construcción encaja perfectamente con
nuestro caso. Además está justo al sur de la Sainte Chapelle y es un lugar en
el que descansan los restos de personajes ilustres como Alejandro Dumas o Victor Hugo. Su construcción la ordenó Luis
XV.
―No estuvimos en él
cuando vinimos de viaje de estudios, ¿cierto?
―No, no estuvimos. Pero
cuando volví a visitar París sí que fui.
Caminaron hacia el sur desde
donde estaban, esquivando las calles con gran afluencia de gente. No querían
ser vistos por nadie, menos aún ahora que habían huido del hotel y ya se había
dado una orden para que todas las fuerzas de seguridad fueran tras ellos, lo
cual intranquilizaba a los chicos.
Tardaron un rato en llegar al
Panteón. El edificio recordabaa un templo romano. Edificado originalmente como
templo religioso dedicado a Santa Genoveva bajo las órdenes de Luis XV, fue
cambiando su funcionalidad con el transcurso de los siglos. Grandes genios de
la historia como Voltaire o Marie Curie yacen en el panteón de París; también
escritores como Victor Hugo, cuyo entierro fue oficiado en el Panteón y
prácticamente originó una procesión de gente que fue a darle el último adiós.
Lo primero que llamó la atención
a los chicos fue la inscripción del frontispicio: Aux grands hommes la patrie reconnaissante (A los grandes hombres,
la patria agradecida). La inscripción fue borrada durante la instauración del
Antiguo Régimen por parte de Napoleón y otra vez más adelante, en el Segundo
Imperio.
―Bien, ¿cómo
entraremos? Hay que sacar entradas, y no son precisamente baratas―dijo
Esther.
―Nos colaremos entre
los turistas―repuso
Javi―.
Si eso no funciona, no sé qué otra cosa hacer.
―Habrá cámaras de
seguridad. Nos verán―dijo Laura.
―Entonces―
Javi se dirigió hacia las escalinatas de acceso y se puso entre las dos
columnas centrales― será mejor que nos demos prisa.
Confundiéndose entre los grupos
de turistas los chicos lograron entrar al Panteón. En mitad del rellano un gran
péndulo de Faucolt oscilaba, sin detenerse. Javi se escabulló del grupo y se
dirigió hacia un lateral. Vislumbró alguna cámara de seguridad, pero no le
importó. Seguramente tendrían que darse más prisa de la que se habían pensado.
Esther decidió bajar a la cripta, en la que los ilustres hombres de la patria estaban enterrados. Javi se detuvo ante un
grupo escultórico con una inscripción en su base. La Convention. Llamó a Laura, seguramente sabría algo de aquella
escultura que le había llamado la atención.
―¿Por qué esta
escultura? ―preguntó
Laura, acercándose.
Javi señaló el caballo. Laura le
miró y asintió.
―Claro. Caballos.
Caballos por todas partes.
―No sé por qué me da
que “la convención nacional” que instituyó la Primera República Francesa es la
clave para esta búsqueda.
―Estamos hablando de
casi terminado el siglo XVIII―terció Laura―. ¿Estás seguro?
―Aquí seguro no hay
nada, por desgracia―suspiró Javi, mirando de nuevo la escultura―.
¿Qué puedes decirme de esto?
―El caballo mira al
oeste, eso seguro, pero no está entre Egipto y los tejares―dijo
Laura―.
Aunque, eso sí, la Convención Nacional se reunía en la Salle du Manège de las
Tullerías, así que la convención está en el lugar, en cierta manera.
―Tengo entendido que
luego se trasladaron―dijo Javi.
―Sí, unos años después
se trasladaron a la Salle des Machines del Palacio de las Tullerías. Era una
sala en la planta baja que se utilizaba para espectáculos, conciertos y cosas
así. La mujer de pie en el centro es Marianne, símbolo de la libertad. Como la
Estatua de la Libertad, vaya…
Esther aparecía junto a ellos,
volviendo de la cripta.
―Uno, no hay nada ahí
abajo y dos, entre tanto genio junto me siento imbécil―les
soltó.
―Estamos hablando sobre
la Convención Nacional ―dijo Javi, poniéndola rápidamente al día.
―Genial―suspiró
Esther―,
eso es para que me sienta aún mejor. Gracias, Javi.
―Siempre es un placer,
Esther―Javi
sonrió de oreja a oreja y entonces volvieron a mirar la escultura―.
Fíjate en lo que está sosteniendo esa tipa de en medio… Marianne. Nuestra
luchadora por la libertad, símbolo de la república francesa y a la que parece,
los hombres de al lado adoran como a una diosa.
Miró a Laura sonriente y justo en
ese momento las sirenas de la policía comenzaron a oírse.
Ni corto ni perezoso Javi saltó
el cordón y se acercó a la escultura. Un guardia de seguridad dio la voz de
alarma, pero Laura ya había sacado su pistola de dardos y disparado al cuello.
Javi se encaramó al pedestal y arrancó la espada de las manos de Marianne, ante
la atónita mirada de los visitantes. De un salto llegó al suelo, empujando a un
guardia de seguridad que se preparaba para dispararle.
―Dejémonos para luego
el autobombo, chicos. Ahora no hay tiempo para huidas por la puerta. Vamos al
baño y aparezcámonos fuera―dijo Esther, caminando hacia el final de la sala.
Javi y Laura la siguieron. Algunos policías entraban corriendo al Panteón y
buscaban a los sospechosos con la mirada. Javi no tuvo miramientos con las
cámaras de seguridad que encontró a su paso. Con su pistola las fulminó una a
una, para asegurarse de que nadie les viera entrar al baño. Pero algunos
turistas sí que les vieron entrar. Nunca les vieron salir. Cuando los policías
siguieron las indicaciones de los testigos y entraron en el cuerto de baño
donde se suponía que estaban ocultos Javi, Laura y Esther, no pudieron
encontrar absolutamente nada.
Para cuando se dieron cuenta de
que en el cuarto de baño no había nadie el grupo de ADICT estaba ya lejos de
allí.
18.
La frontera.
Era difícil pasar desapercibido
con una espada enorme por las calles de París. El reto consistía ahora en
regresar a casa, ya que todas las fuerzas de seguridad tenían fichados a los
tres chicos de ADICT.
El cielo gris anunciaba lluvia y
las sirenas de policía que se escuchaban cerca de donde estaban los tres
jóvenes presagiaban que iba a haber tormenta.
―Hemos robado una
espada―dijo
Esther―.
No sé si os dais cuenta.
―No me digas…―refunfuñó
Javi―.
Como no encontremos pronto un transporte y nos larguemos a España, nos van a
perseguir hasta los servicios de inteligencia. ¿Cómo has llegado tú?
Javi cruzó la mirada con Esther.
Ella sólo se encogió de hombros.
―En avión. Aparecerme
largas distancias es imposible. Y si fuera posible sería muy cansado. Hay un
límite, ¿sabes? Un kilómetro y medio… y ya supone un gran esfuerzo.
Un leve siseo les sacó de su
agradable conversación. Volvieron la cabeza y allí estaban Valentín y Nicolás
Vicuña. Los neófitos.
―Rastrearos sabiendo
por dónde habíais escapado ha sido demasiado fácil―dijo
Nicolás―.
Lo cierto es que Claire estaba desconcertada con vuestra huida, nunca se le
había escapado nadie.
Javi apuntó con la espada al
frente.
―Déjate de monsergas,
desgraciado―le
espetó, mientras notaba cómo caía una fina gota de agua sobre la punta de su
nariz. Empezaba a llover―. Tenemos la espada.
―Es un pedazo de
escultura acoplada en otro pedazo de escultura― se rió Nicolás―.
¿Te crees que somos tontos?
―Un poco, sí―
dijo Javi, despreocupadamente―. ¿Crees que es eso que dices? Pues sí. Puede ser.
Pero me lo llevo. Me voy a llevar la espada y nadie me lo impedirá.
Los neófitos se miraron,
sorprendidos. No habían tenido tantos lances con ADICT como Vicente y no sabían
hasta dónde podían llegar aquellos chavales para lograr lo que querían. Veían
la expresión despreocupada de Javi, la mirada seria de Laura y la sonrisa
siniestra de Esther y se preguntaban qué clase de gente era aquella, a la que no
asustaba ni que todos los cuerpos de seguridad de Francia les persiguieran ni
que dos neófitos sedientos de sangre les amenazaran ni que hubiera un vampiro
como Vicente Vicuña tras algo que tenían entre sus manos.
Valentín fue el primero en
atacar, pero Esther levantó su mano, sin siquiera desenfundar su varita, y una
onda de choque envió de espaldas al neófito, que fue a dar con sus huesos en el
suelo cinco metros más allá.
―Ni lo intentéis―masculló
Esther, bajando la mano.
Valentín se incorporó. Apenas
había sufrido daño, pero se había llevado un buen susto. Nicolás gruñó.
―Vais a escribir el
último capítulo de vuestra miserable existencia―dijo, lanzándose
contra Javi. Él blandió la espada esculpida en mármol y la destrozó contra su
cabeza. Nicolás cayó al suelo y la espada esculpida quedó destrozada, cayendo
algo contenido en su interior al suelo que Javi cogió de inmediato. Una espada
metálica, cuya hoja curvada en toda su longitud hacía ver que estaba orientada
más a cortar que a perforar. Una katana.
―¿Cómo sabías que
estaba ahí dentro? ―preguntó Esther.
―Mejor ni preguntes…―respondió
Laura.
―La espada esculpida
tenía el tamaño exacto para contener la katana en su interior. La sostenía una diosa a la que todos los demás en la
escultura parecían adorar y había un caballo cerca. “Vivir libre o morir” era
la cita que aparecía en el pedestal. No está directamente relacionada con
Amaterasu, pero nuestra diosa estuvo encerrada en una cueva mucho tiempo. No
era libre y por ello quiso morir. Y justo encima había una inscripción en latín
como tantas otras que ya hemos encontrado en búsquedas anteriores, que decía “Angelum
Galliae Custodem Christus Patriae Fata Docet”, o sea, más o menos, que el Ángel
de la Guarda y Cristo enseñan su destino a su país. Nadie más que el ángel y
Cristo, no males más antiguos ni vampiros cero. Es un lugar espléndido para
esonder la espada. Dentro de otra espada, sostenida por Marianne, símbolo de la
libertad del pueblo, a quien parece que rinden culto; mujer que a su vez
sostiene una espada y con un caballo al lado, o sea otro símbolo de Amaterasu.
Además, lo más importante es que no había más pistas que nos dirigieran a
cualquier otro sitio. El lugar que cambió de nombre era nuestro destino. A la
fuerza tenía que estar ahí.
Nicolás se levantaba del suelo,
pero Laura le envió una descarga eléctrica que volvió a tumbarlo.
―Salgamos de aquí―dijo,
guardando la thaser―. Hay que volver cuanto antes.
Esther ya se había dirigido a un
vehículo que estaba aparcado allí cerca y había abierto las puertas.
―¡Venga! ¡Larguémonos!
Tú conduces, que sabes huir y perseguir.
―Genial―Javi
funció el ceño―, ahora vamos a robar un coche…
―No es robado. Lo
alquilé en cuanto llegué, antes de ir a veros. Me sorprende que pienses que soy
como Lucas―respondió
Esther, subiendo al asiento trasero. Era un pequeño deportivo plateado cuyo
consumo (le habían dicho a Esther) no excedía de los tres litros a los 100 km.
Cosa importante si pretendían huir durante un largo período de tiempo en aquel
coche.
Javi se puso en el asiento del
conductor y Laura, en el del copiloto.
―Pues menos mal.
Supongo que la agencia habrá dado tus datos a la policía y que tendrán vigilado
el coche…
No había acabado de decirlo
cuando las sirenas se oyeron, más cerca de lo que ellos hubieron deseado.
―Poneos el cinturón y
agarraos―dijo
Javi―.
Me toca hacer de Michael Schumacher…
Y pisó a fondo el acelerador,
saliendo del aparcamiento, apurando la primera y segunda marchas y hasta la
tercera, llegando a la velocidad de ciento veinte kilómetros por hora en
segundos.
―Pues no está mal esto…―dijo
Javi, torciendo por una rotonda y esquivando a un autobús que le pasó rozando―.
Laura, un mapa, guíame.
Dos coches de policía aparecieron
de frente por la siguiente calle. El deportivo plateado pasó por en medio a
toda velocidad y se saltó un semáforo en rojo, esquivando a los coches en el
cruce que atravesaba y haciendo que muchos conductores tuvieran que frenar en
seco e hicieran sonar sus bocinas.
―¡Por ahí! ¡Derecha! ¡Y
recto! ¡Ahí! ¡La autovía!
Siguiendo las indicaciones de
Laura, sorteando coches de policía y vehículos particulares Javi salió a la
autovía, donde apuró la cuarta marcha hasta los ciento ochenta kilómetros por
hora y metió la quinta, sin dejar de pisar a fondo.
―¡Nos matamos! ¡De esta
nos matamos! ―exclamó
Laura, muerta de miedo.
―Qué poco confías en mi
pericia―dijo
Javi, tranquilamente, como quien llevaba a los niños al colegio, adelantando a
un camión de quince metros a toda velocidad y sobrepasando los doscientos
kilómetros por hora.
―¿Les hemos despistado?
―preguntó
Esther.
Laura miró hacia atrás. Parecía
no ver nada. Tampoco se oían las sirenas.
―Eso parece―dijo
Javi, aminorando la marcha hasta llegar a los ciento veinte―.
Hay que esconderse. Pintar el coche y doblar la matrícula. No podemos dejar que
nos cojan.
Tomó la primera salida que
encontró y llegó a las afueras de un pequeño pueblo. Allí aparcó en un sitio
discreto, donde nadie pudiera verles.
―Desaparezcamos del
mapa―dijo
Javi―.
Esther, ¿puedes encargarte de hacerlo rápidamente?
―En cinco minutos―respondió
ella. Sacó la varita y apuntó al frente. Murmuró un hechizo y la matrícula cambió
instantáneamente. Ahora era totalmente distinta. Hizo lo mismo con el coche,
que de ser plateado pasó a ser azul oscuro. También cambió el interior. Cambió
la tapicería por asientos de cuero. Por último, abrió el motor.
―Veamos qué cambios
podemos hacer con esto…―dijo, escrutando los componentes.
―Con que pongas una
entrada de óxido nitroso por si vuelven a perseguirnos…―dijo
Javi.
―Voy a suavizar la
transmisión―Esther
dio un toque de varita―. Y sí, nos vendrá bien el depósito. Haré una
transformación elemental de moléculas y la canalizaré…
El coche parecía otro, tanto
visualmente como, cuando Javi lo arrancó, en sus prestaciones.
―Ahora ya podemos parar
a repostar sin que nos reconozcan la matrícula―sonrió Esther.
Y, ciertamente, todos los medios
de comunicación franceses hablaban de los fugitivos que se habían escapado en
un deportivo plateado con el número de matrícula que les había dado la policía.
Nadie relacionaría aquel coche con el que estaban buscando.
―Una vez más Esther
salva la situación―dijo Javi―. Te vamos a hacer un altar.
―Pero pequeñito―dijo
ella, sonriente―. Que ocupe poco.
El siguiente escollo al que
tuvieron que enfrentarse fue el paso de la frontera desde Francia a España. Si
bien el coche no era el que buscaban, en los puestos fronterizos tenían
fotografías de los chicos y estaban inspeccionando y registrando todos los
vehículos que cruzaban desde Francia hacia España. Al ver que cada vez se
acercaban más a la frontera Javi decidió parar el coche. Faltarían un kilómetro
o dos para atravesarla.
―Entonces lo hacemos―dijo.
―¿Se te ocurre algo
mejor? ―preguntó
Laura.
―Hombre, pues algo
mejor que esta estupidez podríamos intentar― dijo Javi, que no
estaba conforme con el plan que le había propuesto Laura.
―Tal vez no funcione.
Tal vez sepan quién eres―comentó Esther―. ¿Qué harás entonces?
―Sé lo que hago, ¿vale?
―dijo
Laura, con un deje cansado en la voz―. Sólo se trata de flirtear un poco con el tipo que
está en la cabina, decirle que me falta el DNI, que está denunciado por robo y
aquí tengo los papeles de la denuncia…
―Se nota que son falsos―señaló
Javi―.
No va a colar…
―¿Qué quieres, pasar a
doscientos por la barrera?
―No sería mala idea.
―Por el amor de Dios…
―Mejor que ligar con el
idiota que haya ahí…
Laura suspiró pesadamente y se puso
una peluca de color marrón claro. Acto seguido sacó unas elegantes gafas y se
las colocó ante los ojos. Se maquilló de tal forma que cuando Esther y Javi
compararon la foto que habían difundido los medios con ella, no encontraron más
parecido que las orejas, la nariz y el blanco de los ojos. La cara estaba más
pálida, las uñas, más cortas y pintadas y el color de ojos había sido
disimulado mediante unas lentes de contacto azules. Laura tomó aliento y se
dirigió al puesto fronterizo.
El guardia que estaba de turno
salió a recibirla. Era ya de noche y eso dificultaba aún más el que la pudiera
reconocer. Tras exponerle el caso de la documentación y la denuncia y que
necesitaba atravesar la frontera esa misma noche, el hombre se negó alegando
que tenían órdenes de no dejar a nadie cruzar a España sin documentación. A
unos cien metros de distancia y agazapados tras un seto, Esther y Javi miraban
la escena.
―Oye, ¿y si lo freímos
y un asunto menos del que preocuparse? ―preguntó Esther.
―No me tientes, que lo
hago―rezongó
Javi, mirando cómo su novia hablaba con el tipo aquel y ahora ambos se reían―.
Ji, ji, ja, ja, míralos, sé que es todo mentira pero joder, me repatea.
Vieron cómo Laura le hizo señas
al guardia indicándole que tenía el coche allí cerca. A continuación vieron
cómo el guardia salía de su puesto y se iba con Laura hacia el coche.
―Genial…―
dijo Javi, irónico―, ahora van a hacer bebés guardia.
Sacó un pequeño dispositivo PEM
portátil que había llevado en su bolsillo y, antes de incorporarse, murmuró:
―Si esto sale bien
todas las cámaras del puesto y todos los dispositivos conectados en esa cabina,
morirán fritos por pulsos electromagnéticos.
―Eso es sólo un tubo
con un cable y un condensador…
―Para nada, ma petit sorcière― sonrió Javi―. Es un tubo de hierro al que he enrollado un cable de cobre y al
que he conectado un condensador y un interruptor de los de toda la vida. Me
acercaré a la cabina, enchufaré el interruptor y esto generará un pulso
electromagnético que freirá instantáneamente todo equipo electrónico, incluida
alimentación a cámaras de vigilancia, de este puesto. Una vez hecho eso,
pasamos la frontera, nos escondemos y esperamos a Laura.
―Hay veces en las que
no te hago falta, ¿eh? ―dijo Esther, sonriente―.
Probemos tu dispositivo.
Se acercaron, manteniéndose
ocultos de la visión de las cámaras. Ya no tenían demasiado tiempo hasta que
Laura llegara con el coche, así que Javi se apostó al lado de la cabina y
activó el dispositivo. El ordenador se apagó de inmediato, las pantallas que
mostraban las imágenes de las cámaras quedaron en negro, la radio dejó de
emitir y las luces se apagaron.
―Mierda―dijo
Javi entonces.
―¿Qué?
―La barrera está abajo
y no va a poderse subir.
―¿Quieres que la suba
yo? ―preguntó
Esther, con sorna―. La otra opción es pasar a través de ella y
destrozarla.
―Sí, hagámoslo.
Cruzaron a través del puesto
fronterizo. Ya en territorio español, Esther hizo que la barrera se levantara y
quedara así hasta que llegó Laura conduciendo el coche.
―Robo de una pieza de
La Convention y contrabando. Estamos sembrados―dijo Javi, cuando
subió al coche―. Espero que hayamos llegado en ocho o nueve horas.
¿Qué ha pasado, Laura?
Laura se puso el cinturón de
seguridad y se quitó la peluca, que ya empezaba a estorbarle.
―Que los tíos sois muy
tontos, os ponen a una tía buena que os dice que quiere haceros cuatro cosas en
su coche y perdéis el norte―respondió Laura―. No tuve más que
atizarle un dardazo al tipo y cayó redondo. Luego lo he llevado hasta su silla
en la cabina y se despertará ahí por la mañana y se preguntará qué narices ha
pasado.
Javi movió la cabeza y se dirigió
hacia la autovía mientras en su cabeza se entremezclaban ideas sobre los
límites que habían traspasado ese día y que lo que había dicho Laura con él
sería totalmente imposible que sucediera…
Estaban en España, habían burlado
a la policía, habían burlado a Claire y tenían la katana. Ahora ya nada podía
salir mal.
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